Las distintas caras del endeudamiento
Detrás del aumento de la deuda de los hogares están las familias, que con salarios bajos y la amenaza del desempleo caen fácilmente en mora.
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“Tengo 28 años y ya estoy endeudada para toda mi vida”, dice con desazón la educadora de párvulos María de Los Ángeles García. En marzo debiera enfrentar la primera de las 250 cuotas del Crédito con Aval del Estado –el conocido CAE- y el 20 de febrero termina su contrato de verano.
Está preocupada. Hoy paga $ 150 mil por un préstamo complementario que tomó con la Universidad Católica porque el CAE no cubrió el costo total de la carrera.
Su inquietud es mayor, porque adeuda más de $ 12 millones y ella calculaba unos $ 5 millones más el interés de 2%. Eso, si no se atrasa, porque “si al quinto día no has pagado, el interés sube a 5% y así va sumando. Tengo amigas que tenían cuotas de $ 30 mil y terminaron pagando $ 100 mil”, detalla.
En 2010 estudió seis meses Fonoaudiología y se cambió porque no le gustó. Cuenta que el CAE que no se ocupó no se devolvió al banco y ahora le cobran esa deuda.
A la UC entró a estudiar con beca los primeros años, pero la perdió tras congelar al quedar embarazada. Ahora, figura con todo el CAE aun cuando desde la casa de estudios le informaron que ellos devolvieron el crédito en el tiempo que estuvo becada. Ha ido a la universidad, al banco y a Ingresa y todos se desentienden, mientras ella no sabe qué hacer.
Vive con su madre jubilada y su hija de 7 años. Quiere pagar, pero no sabe si podrá hacerlo. Hasta ahora, sólo ha hecho reemplazos donde la desvinculan antes de los tres meses y luego la vuelven a contratar. “En esta situación ni siquiera puedo soñar con una casa propia”, reflexiona.
Entre 2006 y 2018, según cifras de Ingresa, 930 mil estudiantes se han financiado con el CAE, el 40% lo ha hecho por toda la carrera; y, según un reciente informe de la Dirección de Presupuestos, la tasa de morosidad general del sistema alcanzaría ya al 37,3% y que en el caso de los desertores esta cifra se elevaría al 68,5%.
Preocupación de a dos
Manuel Urra estudió Fotografía profesional y egresó en 2018. Tras ser despedido junto a sus compañeros de labor a fines de diciembre -al cumplir tres meses en el puesto-, se ha volcado a registrar las marchas y a subir su trabajo a Instagram, mientras espera que llegue la carta del CAE.
“Tengo pensado no pagar. Debo $ 4 millones, pero he escuchado que una niña que debía lo mismo ya tiene una deuda de $ 12 millones, y si es así, ¿para qué pagar? Eso es injusto y uno se rebela”, comenta.
Y aunque sigue buscando un trabajo que le permita mejorar su equipo fotográfico, reconoce que tras el estallido del conflicto social todo se ha puesto cuesta arriba, incluso cubrir las manifestaciones se ha tornado más peligroso.
Miryam (60), su madre, está doblemente alarmada: por el bienestar de su hijo tras cada protesta y por el CAE, porque ella es de la generación de los que no duermen si no tienen cómo pagar.
“Aunque uno quisiera, no hay plata (son nueve personas en la familia). Mi otro hijo estudia Psicología con gratuidad, Manuel la tuvo los dos últimos años y ahora esperamos que haya alguna solución, pero no sabemos qué pasará”, añade.
Pese a la carga financiera, la educadora de párvulos y fotógrafo lograron terminar la carrera. No es la suerte de todos los alumnos. De hecho, el último Informe de Percepción de Negocios del Banco Central advirtió que estudiantes de las regiones de la zona norte debieron abandonar por motivos económicos, a lo que se sumó una disminución de las matrículas.
Más despidos, más morosos
Una de las principales preocupaciones tras el 18 de octubre es el efecto que pueden tener los despidos en el pago de las obligaciones. Desde el inicio de la crisis y hasta el 31 de diciembre se consignaron 176.621 desvinculaciones por la causal de necesidad de la empresa.
Olinda Rodríguez es peruana y lleva 13 años en Chile. El año 2019 no fue bueno para esta madre de dos hijas que se las rebusca junto a su marido para pagar alojamiento, agua y luz. “Es lo primero que hay que asegurar, ya ni plan de celular tengo”, afirma.
Los trabajos han sido esporádicos: aseo, costuras, ventas en la feria Navideña de la Junta de Vecinos El Progreso y lo que le pidan, mientras hace esfuerzos para seguir estudiando, pero no sabe si lo logrará. “Si no me dan la beca no voy a poder terminar”, asevera.
Su última labor remunerada terminó el miércoles y ya estaba postulando a un trabajo de verano que le ayudaría a cancelar las deudas contraídas en casas comerciales y que le permitieron solventar los gastos de un accidente de su hija menor en mayo, y los funerales de su padre y pasajes a Perú, en noviembre. Teme que si no encuentra pronto un nuevo empleo su deuda se atrase y aumente.
El problema del sobreendeudamiento es transversal. La semana pasada el Banco Central informó que la deuda de los hogares alcanzó un nuevo récord al tercer trimestre de 2019: el stock de pasivos como porcentaje de su ingreso disponible anual llegó a 75%, 2,9 puntos porcentuales más que en igual lapso de 2018, siendo determinante el alza de los préstamos bancarios hipotecarios.
El mayor número de deudores morosos se concentra en el segmento C3 y D, un 40% son clientes del retail y un 28%, de la banca, según el último estudio de Dicom-USS.
El grupo más comprometido es el que va de los 30 a 50 años, pero la cantidad de morosos menor a 29 años y mayor a 60 años ha crecido peligrosamente.
Por género, el 51% corresponde a mujeres y 49% a hombres.
En el Informe de Percepción de Negocios de noviembre, en la zona centro del país, las entidades bancarias habían constatado que en el agregado la morosidad continuaba contenida, “pero hay preocupación por el alza de los atrasos en los pagos de los créditos de consumo y/o mayor esfuerzo del área de cobranza”, señalaron, y lo atribuyeron al incremento de clientes cesantes o que han encontrado trabajo con salarios más bajos.
Endeudarse para medicarse
“Con una jubilación que ahora me subieron a $ 120 mil la plata no alcanza”, se queja Otilia Novoa (70), quien vive en San Ramón junto a su hijo y su marido, postrado.
Dice que la llaman a menudo de cobranzas por dos deudas que mantiene con casas comerciales y que contrajo para solventar los gastos de su hija, cuando aún trabajaba, pero al jubilar bajó su salario y no pudo continuar pagando.
“Me dicen que ponga un pie de $ 300 mil para reprogramar, ¿y de dónde voy a sacar esa plata?”, se queja y recuerda que al momento de los impagos sus pendientes eran de $ 180 mil y $ 150 mil y hoy ambas deudas superan los $ 2 millones.
“No es que uno no quiera pagar, yo podría hacerlo con cuotas de $ 20 mil al mes, pero no más que eso. Si también hay que gastar en medicamentos, pañales para adulto mayor y mi hijo también me ayuda. si no, no nos alcanzaría para nada”, se lamenta.
Cuando la plata no alcanza y las entidades financieras no la prestan, un porcentaje de la población recurre a la “tía rica”, la Dirección de Crédito Prendario, que desde 1920 hace préstamos a cambio de alhajas y objetos. Y sus estadísticas son inquietantes: un 40% de los clientes acude a ellos para pagar los servicios básicos, un 30% para cumplir con compromisos de casas comerciales y el 30% es usado por los adultos mayores para la salud.
El presidente de la Organización de Consumidores y Usuarios, Stefan Larenas, el problema detrás de la morosidad es que “la capacidad de pago no existe, llega fin de mes y se hace bicicleta. Ha existido una cultura de ver el crédito como una prolongación del salario y, ante un evento inesperado, la cadena se rompe”.
A esta situación de vulnerabilidad, Larenas dice que se suma el enorme analfabetismo financiero que existe en el país. “Ves segmentos de personas con dos o tres tarjetas en su casa y no saben que mientras más las ocupen y más cuotas pidan mayor es el monto que tendrán que pagar”, advierte.
El dirigente de los consumidores pone como ejemplo las compras de los supermercados, donde la gente va y compra en doce cuotas la mercadería del mes sin entender que el crédito tien un punto finito. Para abordar este problema su organización ha promovido talleres de educación financiera en diferentes comunas.
María de los Ángeles García, la educadora de párvulos, también acusa falta de educación financiera y recuerda lo fácil que era acceder a tarjetas en la época de universidad. Ahora observa las cartas con ofertas de créditos que le llueven a su madre jubilada.