Francisco quiere decir “libre, franco”. La franqueza es sigo expresivo de libertad. Y como la libertad se subordina jerárquicamente a la verdad, y ésta a la caridad, un hombre franco es el que con plena libertad dice la verdad sin faltar a la caridad.
Sus adversarios le reconocieron a Jesús este atributo: “Maestro, sabemos que enseñas el camino de Dios con franqueza, sin mirar la condición de las personas”. Usó, Jesús, esta franqueza en las sinagogas y en el Templo. Caracterizando la conducta de fariseos (“sepulcros blanqueados”) y letrados (“no entran ni dejan entrar”), y reprochando los infantilismos y narcisismos de sus discípulos (“el más grande es el que se pone al servicio del más pequeño; el puesto de honor pertenece a quien sea capaz de beber mi cáliz”). Pedro, su recién elegido primer Vicario, no escapó de esta franqueza: “apártate de mí, Satanás, piensas como los hombres, no como Dios”.
No disponía, Jesús, sino de su voz. La hacía oír en las orillas de una playa, o desde lo alto de un monte, o tras proclamar una lectura sagrada, o durante una cena, o en la intimidad de una conversación personal. Hoy hablaría por radio (“vayan y anuncien a todo el mundo la alegre noticia”), se valdría de la televisión (“lo que les he dicho en privado, anúncienlo por encima de los tejados”), escribiría en papel lo que una vez escribió en la tierra (los pecados de quienes, alardeando de superioridad moral, lanzan piedras sobre un pecador), y condensaría en pocas palabras su respuesta punzante a requerimientos y acontecimientos (muchas de sus sentencias y miniparábolas anticipan el moderno Twitter).
Francisco -el Papa- lo sabe y actúa en consecuencia. No calla lo que debe y puede decirse. Interpelado por publicistas ateos, ejerce su derecho de respuesta en el mismo medio: con exquisita delicadeza para con la persona y riguroso respeto a la verdad. Y para que no se piense que su principal interés es quedarse con la última palabra, invita a su interlocutor a un encuentro personal. Es cercano, accesible. Va directa y prontamente en busca del otro. Lleva, en su sangre de oveja, la amorosa prisa del buen Pastor.
Conoce los riesgos de tanta exposición. Figuras hieráticas suelen temer su banalización y prefieren escudarse tras el muro protocolar. Jesús opta por “lo único necesario”: ser Palabra de Dios y anunciarla a todos, por todos los medios: “para eso he sido enviado”.
¿Por fin, la ansiada reforma-revolución en la Iglesia? ¿Un nuevo Catecismo, una nueva moral? Es simplemente volver a los orígenes, actuar y ser como Jesús. La Iglesia es depositaria, no propietaria, de la revelación divina.
Francisco es libertad para anunciar la victoria de Jesús sobre el decadente imperio de la mentira, del miedo, de la soberbia y de la división entre hombres-hermanos.