Chile vive hoy una situación muy especial, considerando el ambiente económico que impera a nivel global. Por una parte, la economía crece a tasas superiores al 5% anual, impulsada por el dinamismo de la inversión y, en menor medida, por el consumo. El empleo sigue aumentando y aparecen signos de escasez de trabajadores en las ocupaciones más variadas. A pesar de ello, la inflación se ubica en la parte baja del rango de tolerancia del Banco Central y de las expectativas que reportan las encuestas, así como las que se reflejan en los precios de los activos financieros están ancladas en torno a la meta.
En este contexto, parece natural que el Banco Central mantenga la tasa de referencia de la política monetaria en 5%, a la espera de acontecimientos que inclinen la balanza hacia una posición más expansiva o restrictiva. El curso futuro de la política monetaria será dictado por los riesgos que se materialicen en los meses venideros.
En el plano internacional, persisten grandes incertidumbres. Para mencionar tres solamente, vale la pena destacar la posibilidad de una mayor desaceleración económica global. Esto no se puede descartar: Europa y Japón están entrando nuevamente en recesión y, si bien las noticias desde China y Estados Unidos son un poco más alentadoras, hay dudas razonables acerca de la fortaleza de esa recuperación. Otro factor de riesgo, menos probable, pero de mayor impacto, es la posibilidad de que algo salga mal en Europa y que tengamos algún país importante en cesación de pagos, con secuelas graves sobre los sistemas financieros. Es cierto que hoy esto se ve menos probable, que hay más espacio para Grecia y España, pero por otra parte, hay crecientes preocupaciones por Francia, uno de los dos pilares fundamentales de la Unión. Por último, no se puede descartar alguna sorpresa proveniente del mundo político.
Hace unos meses nadie se habría imaginado un conflicto entre China y Japón por unas rocas en el mar y las apuestas por un conflicto armado en el Medio Oriente estaban por un ataque a Irán y no entre Israel y Hamas.
En el plano local, la mayor preocupación se deriva de la presión que el dinamismo de la demanda interna ejerce sobre la cuenta corriente, el tipo de cambio real y, eventualmente, sobre la inflación. Si bien todas estas variables están bajo control, por el momento, es indudable que si la demanda interna no se modera más, tarde o temprano se producirán problemas en estos frentes.
El gran desafío del Banco Central y de todas las autoridades económicas será estar atentos a estos riesgos y actuar oportunamente para evitar que ellos deriven en desequilibrios que aparten significativamente a la economía de su trayectoria de largo plazo. Por supuesto, su capacidad para conseguir esto depende mucho del escenario que se materialice. Si hay una crisis global, Chile no puede aspirar a quedar inmune, y a lo más se puede esperar alguna moderación de sus efectos, especialmente para las personas más vulnerables. Si se trata, en cambio, de un exceso de gasto interno, el gobierno y el Banco Central tienen las herramientas para controlarlo y evitar sus efectos adversos.