La semana pasada, visité Sudáfrica por primera vez en quince años. En 2000, cuando la euforia por la transición a la democracia se apoderó de la imaginación del mundo, me preocupaba que los desafíos económicos resultaran abrumadores. Sólo un liderazgo valiente, hábil y honesto podría ofrecer un futuro de éxito. Inevitablemente, no ha estado a la altura de estos requisitos. Una espiral descendente de populismo y deterioro del desempeño se avecinan.
Edmar Bacha, un economista brasileño, aplicó la etiqueta de "Belindia" a su propio país en la década de 1970. Belindia es una combinación entre Bélgica, un moderno país pequeño y rico, con India, uno grande y pobre. La Sudáfrica del apartheid era aún más Belindia que Brasil: un pequeño país rico y blanco dentro de uno grande, negro y pobre. Los blancos vivían incluso mejor que en Bélgica, ya que podían contratar sirvientes baratos de su propia India. Sudáfrica fue la segunda economía más desigual del mundo, después de Brasil. Pero las injusticias raciales que impulsaron esta desigualdad eran mucho más venenosas.
Este legado de injusticia ha dado forma a la Sudáfrica post Apartheid.
Los miembros de grupos previamente excluidos de la Bélgica de Sudáfrica de pronto accedieron a ella. Esto redujo la desigualdad entre blancos y negros, mientras que la aumentó entre los negros. Sin embargo, hoy, la desigualdad antes de impuestos es tan alta como hace 20 años atrás. Es también la más alta del mundo. Los habitantes de su Bélgica pagan más impuestos con el fin de transferir ingresos y recursos a los de su India. El gasto público se ha duplicado en la última década en términos reales, con grandes aumentos en la educación, la salud y la protección social. El acceso a la electricidad, agua y alcantarillado ha mejorado mucho. A pesar del desastre del Sida, la esperanza de vida ha aumentado a cerca de 60 años y la mortalidad infantil se ha reducido drásticamente.
Estas opciones eran tanto inevitables como correctas. Pero ni la inserción de unos pocos favorecidos en la economía moderna, ni la transferencia de recursos al resto pueden resolver los problemas del país. Peor aún, ni siquiera puede continuar en su camino actual. La tasa potencial de crecimiento económico se ha reducido a 2%. Hay un déficit fiscal estructural de cerca de 4% del Producto Interno Bruto, mientras que la deuda pública ha aumentado de 22% del PIB en 2008-09 a 44% este año. En 33% del PIB, el gasto gubernamental es alto para un país de ingresos medios.
Dentro de los límites de la prudencia, la mayor parte de las políticas redistributivas de suma cero de principios de la época democrática están agotadas. ¿Cuáles son las opciones ahora? Parecería que hay tres.
En primer lugar, el país podría tratar de estabilizar el insatisfactorio status quo. Esto significaría gestionar las negativas repercusiones políticas de una economía de crecimiento lento y desigual golpeada por el desempleo masivo y las desigualdades raciales. Peor aún, los grupos con más votos tendrían el peor trato. Esto no puede ser viable.
En segundo lugar, la política podría tomar un giro cada vez más populista, cuando los políticos hacen promesas de una vida mejor a los descontentos a expensas de los todavía contentos. Pero esto haría la política cada vez más de suma negativa: las pérdidas impuestas sobre los más exitosos excederían a las ganancias para los menos exitosos por un margen cada vez más alto. Zimbabue ha demostrado la locura de ese enfoque. Pero los emprendedores políticos lo elegirán. Julius Malema de la opositora Economic Freedom Fighters ya lo está haciendo. El gobierno va a cumplir la amenaza incrementando sus propias ofertas.
El tercer enfoque sería adoptar políticas para un crecimiento más rápido que genere empleo. Ricardo Hausmann de la Universidad de Harvard señala que "si Sudáfrica tuviera un ratio de empleo de la fuerza laboral similar a la de América latina, el empleo sería superior en un 66%". Esto demuestra hasta qué punto Sudáfrica está por debajo de lo que se necesita. Pero un crecimiento más rápido de la economía moderna de hoy en día, incluso si fuera posible, nunca generaría los empleos que el país necesita.
Hace quince años, argumenté que la opción menos mala sería permitir que la partes india del país se desarrolle bajo precios adecuados (incluyendo los bajos salarios).
Para acelerar el crecimiento allí, el gobierno tendría que concentrar la inversión y las subvenciones en ella. Una posibilidad podría ser la de convertir partes del país en zonas económicas libres. En escencia, Sudáfrica haría lo que China hizo bajo Deng Xiaoping: construir una nueva economía en torno a la antigua.
La pregunta, sin embargo, es si aún es posible para los políticos pasar de un enfoque de suma negativa a uno de suma positiva. Los beneficios del crecimiento deben ir a los desfavorecidos. Eso es evidente. Pero para que eso funcione, debe haber no sólo un mayor crecimiento, sino también el tipo de crecimiento correcto.
Las dificultades actuales de la economía, en particular la caída del rand (más de un quinto en términos reales desde 2010) son incluso una oportunidad. Esto debería mejorar la rentabilidad de la producción para la exportación (incluyendo los servicios turísticos). Sería prudente que Sudáfrica siga a otros países e intervenga en los mercados de divisas extranjeras, si fuera necesario, para mantener el tipo de cambio competitivo. La política fiscal debe utilizarse en apoyo de una estrategia de este tipo.
Estos son, sin embargo, apenas detalles. El punto fundamental es que si el país no se desplaza a una senda de crecimiento más rápido que genere empleo, el desastre populista parece cada vez más inevitable. Podría ser demasiado tarde para hacer el cambio necesario, sobre todo con el presidente Jacob Zuma al timón. Pero el estancamiento y la alta tasa de desempleo de hoy son una combinación políticamente insostenible. El cambio vendrá. Que sea en la dirección correcta.