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Los líderes de la UE no pueden simplemente ignorar el grito populista

Por: | Publicado: Martes 27 de mayo de 2014 a las 05:00 hrs.
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Por Gideon Rachman



Al leer por encima los titulares sobre el extremismo político en los periódicos europeos esta mañana uno podría concluir que Europa está sucumbiendo a la histeria política. Pero el mayor peligro no es en realidad la histeria, es la autocomplacencia. Es altamente probable que, cuando los líderes europeos se reúnan esta noche, busquen subestimar los resultados de las elecciones europeas y se retiren a la política usual. Ese sería un gran error, posiblemente uno fatal.

Parece probable que la principal orden del día en la cumbre de la UE sea la típica pelea de Bruselas sobre quién será el jefe de la Comisión Europea. No habrá ningún ajuste serio de política, ya que simplemente será muy difícil acordar qué hacer. Ese tipo de autocomplacencia es la reacción por defecto de Europa a las revueltas políticas por parte de las masas poco ilustradas, también conocidas como votantes. Pero esta vez no se puede permitir que ocurra esto.

Desafortunadamente, los argumentos para que la UE simplemente siga adelante suenan plausibles, particularmente si uno está radicado en Bruselas. Los partidos extremistas y anti-sistema se dispararon, pero sólo captaron cerca de 25% de los votos a lo largo de la UE. La centro derecha y la centro izquierda aún dominan el Parlamento europeo. Europa acaba de pasar por la peor recesión en décadas, por lo que un gran voto anti-establishment se esperaba, y las elecciones europeas a menudo son usadas para registrar una protesta. Los grupos que han captado los titulares esta vez –como el Frente Nacional en Francia y el Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP, su sigla en inglés)– no tienen casi ninguna posibilidad de ganar el control del gobierno nacional.

Lo que es más, los extremos están muy divididos. UKIP dice que no se sentará con el Frente Nacional sobre la base que es un partido racista. El propio Frente Nacional es muy fastidioso para sentarse con el fascista Amanecer Dorado de Grecia. Mientras tanto, la nueva fuerza euroescéptica de Alemania, Alternativa para Alemania, encuentra incluso al UKIP muy extremo. Y esas son sólo las divisiones en la derecha. Si se suman las voces de la extrema izquierda –Syriza, que lideró en Grecia y Podemos, una nueva fuerza anticapitalista en España– se obtienen aun más demandas discordantes.

Todo esto hace extremadamente tentador simplemente desestimar las elecciones europeas como una aberración o, peor, como la confirmación de que la integración debe ser más profunda y más rápida, para que finalmente pueda funcionar adecuadamente.

Pero el argumento de la aberración no calza. El hecho es que ha habido señales de desilusión con el proyecto europeo durante décadas, que han sido consistentemente ignoradas. En 2005 Francia y Holanda votaron para rechazar una nueva Constitución integracionista de la UE, punto en que la mayoría de los otros países pospusieron los planes de celebrar sus comicios. Pero en vez de abandonar la Constitución, la UE la reempaquetó como el “Tratado de Lisboa”, y lo forzó, sin la aprobación popular. Ese tipo de arrogancia suplicaba con seguridad una reacción populista violenta.

El argumento de que el voto populista aún es muy débil e incoherente para merecer una respuesta no funciona realmente. Los partidos anti-sistema lideraron las votaciones en Francia y Gran Bretaña, la segunda y la tercera mayores economías de la UE. Los partidos alternativos también hicieron avances considerables en España, Italia e incluso Alemania.

Y aunque los populistas se detestan entre sí y promueven ideas extrañas o contradictorias, comparten un tema común: la fuerte creencia de que la UE se ha vuelto muy poderosa, a expensas del Estado nación.

Argumentar que el voto era realmente sobre inmigración o la economía –no sobre Europa– es no entender el punto. Dos de las funciones básicas del Estado nación han sido tradicionalmente controlar las fronteras y las finanzas nacionales. Ambas funciones han sido ampliamente cedidas a la UE, particularmente si, como Francia, se es miembro de la zona sin fronteras Schengen y de la moneda única.

El desafío para los líderes de la UE ahora es ver si es que pueden restaurar algo del control nacional democrático sobre estas áreas clave sin desmantelar en realidad la unión. Eso podría no ser factible. Pero van a tener que intentarlo.

Sobre la inmigración, David Cameron, primer ministro británico, ha mostrado una ruta posible al tratar de enfocarse en el “turismo de bienestar”. Esta táctica podría no funcionar, ya que no hace nada para desafiar el principio básico de libertad de migración dentro de la UE. Si enfocarse en el bienestar no es suficiente entonces, desgraciadamente, ideas más radicales como una reducción parcial de Schengen –propuesta por Nicolas Sarkozy, el ex (y posiblemente futuro) presidente francés– aparecerán sobre la mesa.

El control de la política económica y fiscal nunca podrá ser completamente restaurado, siempre y cuando los países se mantengan dentro del euro; una razón para sospechar que la moneda podría finalmente romperse. Pero mientras tanto, la UE debería posponer los planes de un control central más feroz de los presupuestos nacionales, y también olvidarse de los planeas de impuestos y transferencias más grandes. La meta debería ser retener la mayor autonomía nacional posible, en una zona de moneda única.

Es poco probable que cualquiera de estas ideas gane tracción cuando los líderes de la UE se reúnan en Bruselas esta noche. En vez de eso, es probable que los políticos se den el gusto de un clásico juego interno, a medida que montan un argumento incomprensible sobre el próximo jefe de la Comisión y los poderes relativos de las instituciones de la UE.

Si se van por ese camino, merecerán todo lo que reciban en las próximas elecciones.

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