En medio del duelo nacional en Australia por el jugador de cricket Phillip Hughes, muerto por una pelotazo el mes pasado, surgió una alarmante nota de disidencia. Era una carta a la Australian Financial Review de un lector de Melbourne, Adrian Jackson. La "histeria", dijo, estaba desatada.
Hughes "murió en un accidente laboral, igual que las dos jinetes que murieron al caer de sus caballos en carreras recientemente", afirmó en su carta. "La muerte de las mujeres fue informada, muy apropiadamente, y entonces los medios y la industria de las carreras siguieron adelante. Cricket Australia debe mostrar algo de liderazgo y poner a los equipos de vuelta al trabajo de jugar cricket".
Jackson plantea un punto interesante. La tragedia de Hughes provocó una reacción en Australia y otras regiones que no se había visto en el deporte desde la muerte del campeón mundial de Fórmula 1 Ayrton Senna, hace 20 años, a cuyo funeral en Sao Paulo asistieron 3 millones de personas.
Pese a su imagen de machismo, Australia es un país que llora fácilmente. Y el cricket, su único deporte nacional verdadero, es una expresión única de identidad australiana. El cricket nunca ha sido un gran escenario de accidentes laborales fatales. Las carreras de caballos tienen niveles de riesgo bien conocidos; conducir autos rápidos mucho más. En los últimos años esos deportes que dependen de la aprobación pública han avanzado mucho para suavizar los riesgos obvios.
Esto no se aplica para los deportes extremos sin espectadores: el salto base es para los que desean la muerte. El Everest, aunque abarrotado, sigue siendo el Everest. Tampoco para los deportes donde el daño es a largo plazo: boxeo, fútbol americano. El cricket ha tenido suerte un largo tiempo. Rediseñar el casco no cambia el hecho de que algo similar podría pasar de nuevo, y la segunda vez no será ignorado como una excepción de una en un millón. El cricket podría tendría que contemplar un futuro en que los lanzamientos altos a la cabeza ya no sean un arma legítima.