pOR michael skapinker
El esfuerzo de la Academia Francesa por detener el uso del horrible término inglés “upcycling” es loable. Su sugerencia de reemplazarlo por “recyclage valorisant” no sólo es más elegante sino también explica mejor qué es el “upcycling”: convertir productos desechados en otros mejores.
Pero la iniciativa de la academia seguramente correrá la misma suerte que sus intentos por sustituir “hashtag” por “mot-dièse”. Si se busca “le hashtag” en Google se puede ver lo inútil que ha resultado.
El mundo anglófono considera a la Academia Francesa como una broma, un patético intento por bloquear el avance incansable del inglés. El inglés no necesita una academia. Evoluciona, se adapta y triunfa, absorbiendo palabras de otros idiomas con despreocupación.
Esto no siempre fue así. Importantes angloparlantes presionaron fuerte alguna vez por una academia. Jonathan Swift, en 1712, abogó por “un método eficaz para la corrección, ampliación y determinación de nuestro idioma… bajo la protección de un príncipe, el apoyo de un Ministerio, y el cuidado de las personas adecuadas elegidas para tal cometido”.
En su libro “The American Language”, HL Mencken relata cómo John Adams, que posteriormente llegaría a ser el segundo presidente de EEUU, sugirió en 1780 crear una Academia Americana, con la esperanza de que Inglaterra seguiría sus pasos. Pero, no tuvo éxito.
Pero, el inglés ha tenido durante mucho tiempo una academia altamente eficaz de todos modos. Esta academia no trató de impedir la entrada de palabras extranjeras. Pero sí les impuso rigurosas normas de gramática, ortografía y puntuación. Sólo en los últimos años, su poder ha comenzado a desvanecerse. De hecho, es probable que esté muriendo.
¿Qué es, o era, esta academia? Se compone de libros, revistas y editores de diarios, maestros de escuela, profesores universitarios y empleadores. El inglés estándar -el idioma de la clase culta del mundo de habla inglesa- proporcionó las reglas, y si no las obedecía, el trabajo no era publicado, los exámenes eran reprobados, no era posible graduarse de la universidad o conseguir un trabajo decente.
Por ejemplo, no hay nada malo, en principio, con la doble negación (“no sé nada”). Otros idiomas, incluido el francés, la tienen. Escritores ingleses, como Chaucer y Shakespeare, la utilizaron. Pero el inglés estándar aborrece la doble negación -y cualquier persona que la utilice aparece como inculto y, para los puestos de trabajo más deseables, es rechazado.
La academia velaba por que las personas distinguieran entre “Mondays” y “Monday’s” y diferenciaran entre “compliment” y “complement” o “council” y “counsel”.
Pero, ¿por cuánto tiempo? Tal como la imprenta unificó la ortografía y el uso del inglés, Internet, considerado el acontecimiento más importante desde la imprenta, está destruyendo esa estandarización.
Ahora no se necesita una editorial para tener lectores. En línea, cualquier persona es un autor, y puede publicar su obra.
Esto no quiere decir que todo el mundo en Internet haya abandonado el inglés estándar. Algunos de los sitios web más populares, a pesar de su ímpetu juvenil e irreverencia, siguen estrictamente sus reglas. La brecha entre el inglés estándar y el no estándar no es siempre generacional. Una gran cantidad de escritores jóvenes se preocupa por las viejas costumbres.
Pero muchos de los que escriben en línea no saben o se preocupan. Con más gente escribiendo que nunca, la gramática y la ortografía no estándar se han vuelto comunes. Mientras más personas escriben “your wrong about that”, más personas consideran que es aceptable.
¿Podría haber una reacción, una vuelta al inglés estándar? La popularidad de Word Crimes, una canción del artista estadounidense “Weird Al” Yankovic que condena la desviación de la gramática, sugiere que esto es posible. Pero quienes escuchan esa canción probablemente ya conocen las reglas.
La academia aún tiene cierto poder, por lo que aquellos que no se molestan en enseñar a los jóvenes el inglés estándar les están haciendo un flaco favor.
Pero llama la atención el número de profesores universitarios y empleadores que me mandan e-mail y que no conocen o no se toman la molestia con las viejas reglas, mezclando los “it’s” con los “its”. La academia está perdiendo su fuerza.