En meses recientes la voz de Jamie Dimon ha sonado más ronca y suave de lo habitual, consecuencia de su tratamiento de cáncer de garganta. El presidente y CEO de JPMorgan, debilitado, dormía siesta en su oficina de Park Avenue. Perdió 16 kilos. Para quienes lo vieron durante este periodo, el cambio fue perturbador. Dimon es más bajo que el director ejecutivo de Morgan Stanley, James Gorman, y menos corpulento que el jefe de Citigroup, Mike Corbat, un ex jugador de futbol americano.
Pero siempre ha tenido una gran presencia entre los titanes de Wall Street. Un legado, en parte, de su longevidad en JPMorgan pero también por hablar con la verdad como él la ve. Un Dimon apagado no es natural, es un oxímoron.
Durante su carrera ha tenido un desempeño extraordinario, aprendiendo el negocio de Sany Weill, co-fundador de Citigroup, antes de su pelea y despido en 1998. Eventualmente retornó a la cima al convertirse en director ejecutivo de BankOne y fusionarlo con JPMorgan en 2004. Su supremacía fue confirmada en la crisis, cuando JPMorgan evitó la pérdidas por hipotecas subprime y se encontró en posición de comprar Bear Steams y Washington Mutual. Pero el período post-crisis no fue feliz. JPMorgan perdió
US$ 16 mil millones durante el fiasco de la "ballena de Londres". Luego fue diagnosticado con cáncer el año pasado.
Así que, su regreso en plena forma, el miércoles, cuando JPMorgan reportó sus ganancias del cuarto trimestre, fue notable. "Esta es una compañía con un balance de fortaleza. Es impenetrable. Somos más fuertes que nunca" declaró. A diferencia de otros ejecutivos, no esquivó las preguntas más incómodas de los analistas y reporteros, sino que por el contrario, se lanzó con todo sobre ellas. "Los bancos están bajo asalto" dijo.
Cuando se le pidió que explicara su comentario, agregó "tienes que estar bromeando. Estamos tratando de atender a nuestros clientes cada día y debemos lidiar con temas regulatorios y legales. En los viejos tiempos, lidiabas con un regulador cuando tenías un problema, quizás dos, y ahora son cinco o seis.
Todos ustedes deberían preguntarse qué tan americano es eso". Y planteó la pregunta retórica de que si los incentivos regulatorios para que los bancos se hagan más pequeños significan que el proximo JPMorgan podría ser chino.
Los inversionistas, miembros de la junta y reguladores deberían preocuparse de que JPMorgan se convierta en un culto a la personalidad, particularmente luego de las salidas de ejecutivos en años recientes, a quienes se les negó la posibilidad o decidieron que no valía la pena tratar de llenar los zapatos de Dimon.
Pero el banco no colapsó en las semanas que Dimon se vio forzado a trabajar menos horas. Cercanos a él dijeron que estaba orgullo de que sus lugartenientes, muchos de ellos en sus 40, relativamente jóvenes, se hicieran cargo sin destruir el banco o pelearse entre ellos. De cualquier manera, su regreso a las filas ayudará a calmar las preocupaciones sobre el manejo de JPMorgan.