"Aquí vivimos como esclavos", dice Paulo Ferreira al recordar cómo trabajó duro en el Amazonas este año sin remuneración. Durmió en una cabaña de madera y bebió agua de un manantial cubierta de estiércol. Tiene 67 años. Ferreira, cuyo nombre ha sido cambiado para su protección, está lejos de ser un caso aislado. Una legión de trabajadores forzados en Brasil ha despejado grandes extensiones de bosque para pastoreo de ganado, ayudando a que los ganaderos sin escrúpulos de la región se enriquezcan.
Cerca de 50.000 personas que trabajan en condiciones de esclavitud han sido liberadas en el país en los últimos 20 años, de acuerdo con Jônatas Andrade, juez de un tribunal del trabajo en el estado de Pará. Su liberación se ha producido sólo después de un esfuerzo concertado por parte de la policía, los fiscales y funcionarios laborales. Muchos otros siguen sufriendo.
En el remoto rancho donde Ferreira trabajó durante tres meses no tenía más remedio que comprar provisiones al ranchero; ninguna ciudad estaba suficientemente cerca. Acumuló una deuda tan grande que le fue imposible irse. Cuando llegó el día de pago, su jefe no le dio ningún salario, diciendo que sus trabajos sólo alcanzaban para cubrir su deuda. Quejarse no era una opción. "Si un trabajador trata de denunciar a un ranchero, lo matarán", señala Ferreira.
La idea de que todavía existe la esclavitud toca una fibra sensible en Brasil. El país importó cuatro millones de esclavos africanos durante sus primeros 400 años de historia, el 40% del total traído a América, comparado con el 10% de Estados Unidos. Fue la última gran nación en el hemisferio en poner fin a la esclavitud: la abolición se produjo en 1888. "Éste es un país que todavía lucha por romper con su pasado de esclavitud, un pasado aún presente en nuestra sociedad", explica Ubiratan Cazetta, fiscal de Pará. De hecho, él y otros argumentan, la batalla contra este flagelo es cada vez más difícil.
La esclavitud moderna en el Amazonas está íntimamente ligada a la deforestación ilegal, un notorio contribuyente al cambio climático. Típicamente, un intermediario recluta a trabajadores de Piauí y Maranhão, los dos estados más pobres del país, y les persuade para viajar a cientos de kilómetros de distancia en carreteras en mal estado hasta Pará, con la promesa de altos salarios.
Como Ferreira, muchos trabajadores pronto se encuentran atrapados por la deuda, ya que no tienen capital propio, a menudo teniendo que pedir prestado para hacer el largo viaje a la estancia, así como para las provisiones. La mayoría de los trabajadores no se atreven a salir de la granja o tratar de escapar de sus crecientes deudas. Aunque es raro ver guardias armados las 24 horas en las granjas, los fraudulentos ganaderos contratan fácilmente "pistoleiros", sicarios locales, para hacer frente a los trabajadores que reclaman, los fiscales y los activistas, dicen. Y cuando las autoridades llevan a cabo redadas para detener la tala ilegal, los ganaderos suelen desaparecer, dejando a sus trabajadores. El modelo de negocio ha demostrado ser notablemente resistente. La esclavitud ha estado en el centro de atención de Brasil por una generación y, sin embargo, persiste.
Una represión inicial comenzó después de las experiencias de Zé Pereira, un trabajador que en 1989 fue atraído a un rancho en Pará donde fue encarcelado y obligado a trabajar sin paga. Se escapó, fue emboscado y dado por muerto, pero de alguna manera sobrevivió y logró presentar una queja oficial.
En la protesta que siguió, el gobierno comenzó a publicar una lista negra de granjas acusadas de utilizar mano de obra esclava. Los que están en la lista fueron automáticamente bloqueados del acceso a créditos del gobierno o a negocios con las agencias estatales. Pero Cazetta se queja de que el problema ha empeorado otra vez en los últimos diez años en la medida que los ganaderos y el lobby agrícola han contraatacado. La Corte Suprema brasileña ha detenido la lista negra de granjas y negocios que supuestamente utilizan mano de obra esclava.
"La resistencia se ha vuelto mucho más sofisticada", dice Cazetta. "Culturalmente, Brasil está acostumbrado a tolerar condiciones de trabajo en las zonas rurales que equivalen a la esclavitud".
A lo largo de la autopista transamazónica, el mismo camino que serpentea por la casa sin adornos de Ferreira, no faltan evidencias de que la esclavitud perdura. El año pasado, un joven de 22 años de Maranhão desapareció justo después de llamar a su madre para decirle que estaba a punto de cobrar y que iba a volver a casa. Un mes después, un vaquero vio a un grupo de buitres volando en círculos en la distancia. En una inspección más cercana encontraron el cadáver.
Los activistas católicos locales tienen largas listas de este tipo de delitos que, como en este caso, a menudo se dejan pasar sin una investigación adecuada. También les preocupa que la reciente disminución de la esclavitud en Pará pueda pronto ser revertida. Durante los últimos cuatro o cinco años, la mano de obra no calificada en la región ha tenido una alternativa, más atractiva, de fuente de empleo; el proyecto Belo Monte, una represa hidroeléctrica cercana a la ciudad de Altamira. Pero está previsto que las obras finalicen en los próximos meses. Frente a la miseria absoluta, muchas de las personas más pobres de Brasil todavía tienen su oportunidad y se enrolan para trabajar en las remotas granjas del Amazonas. Es una decisión desesperada con la que Ferreria y su familia están muy familiarizados.
"De lo contrario, ¿cómo vamos a vivir?, se pregunta María, la nuera del rudo trabajador agrícola. "¿Comiéndonos las paredes de nuestras casas?".