pOR DANIEL DOMBEY
Elmas, encargada de un puesto de alimentos, se retuerce al recordar su vida antes de que Recep Tayyip Erdogan se convirtiera en el primer ministro de Turquía. “No había nada acá”, comenta sobre su vecindario en Sultanbeyli, en las afuera de Estambul, formado por personas de la región del Mar Negro que llegaron buscando trabajo a la gran ciudad. “Las calles no estaban pavimentadas, y el lago estaba completamente contaminado”.
Elmas apunta a la carretera asfaltada que conduce a un lago inmaculado, adornado con arbustos, y dice que votará por Erdogan. Sus palabras ayudan a explicar por qué Erdogan es el gran favorito para convertirse este domingo en el primer presidente directamente elegido pese a los temores sobre su creciente autoritarismo.
No todos los turcos están contentos con la polarizadora figura. Una reciente encuesta Pew mostró a Turquía como una sociedad dividida, con 48% a favor de Erodgan y 48% en contra. Sus críticos lo culpan por la represión de las protestas de 2013, obstruir una investigación sobre corrupción en el gobierno y bloquear YouTube y Twitter. También cuestionan la dependencia de la economía de los fondos extranjeros de corto plazo y las relaciones estancadas u hostiles de Turquía con sus vecinos y aliados.
Pero en Sultanbeyli el apoyo al partido de raíces islámicas de Erdogan AK alcanzó 69% en las elecciones municipales de marzo, una cifra que los representantes del partido dicen será superada en las elecciones presidenciales.
Sultanbeliy es el principal baluarte de AK en la mayor ciudad del país. El corazón electoral de la coalición no está formado por quienes han escalado a lo más alto de la sociedad desde que el partido llegó al poder en 2002, sino por los pobres y marginados.
Antes de Erdogan, la gente de los barrios pobres se sentía doblemente excluida. Carecían de infraestructura física vital y el gobierno ha hecho mucho para satisfacer sus necesidades. La gente en Sultanbeyli no olvida cuando el premier inauguró un acceso que conecta el área con la autopista.
Las masas socialmente conservadoras también estaban marginadas. Las mujeres con pañuelos en la cabeza –cerca de 60%– no podían asistir a la universidad, trabajar en el sector público o postular al parlamento. Muchos de entre los pobres y religiosos de Turquía –grupos sociales que se superponen y que juntos forman gran parte de la población de 77 millones que conforma su base de apoyo- recuerdan las restricciones.
“Ahora todos son libres” comentó Adalet, una mujer que usa pañuelo a las orillas del lago de Sultanbeyli. “Antes había discriminación, problemas entre las mujeres que no usaban pañuelos y yo. Pero ahora ya no veo a la mujeres sin pañuelos como enemigas sino como hermanas”.
La hija adolescente de Adalet añade: “Yo creo firmemente que está surgiendo una nueva Turquía y que el primer ministro nos está llevando por ese camino”. Esta fe en Erdogan es común entre los turcos devotos. La encuesta Pew arrojó que 74% de quienes rezan cinco veces al día o más consideran al premier como una buena influencia. Entre aquellos que casi no rezan, la cifra baja a 25%.
La vida en Sultanbeyli está lejos de ser perfecta. Para muchos, aún es una existencia miserable de trabajos informales. Erten Iskender, organizador de la juventud del partido, estima que más de 80% no cuenta con títulos para sus viviendas, un legado de los orígenes de Sultanbeyli. Pero, añade que desde que el partido llegó al poder, en un periodo en que la población aumentó de 200 mil a 300 mil, las escuelas pasaron de tres a 17 y los hospitales se triplicaron. Y afirma que 50 mil de esas personas fueron a ver a Erdogan a un evento que congregó a 1 millón de asistentes el fin de semana pasado.
El progreso llegó con el rápido crecimiento de Turquía en la última década, que algunos economistas dicen que probablemente no se repita pronto. Pero muchos en Sultanbeyli ven esto como la obra de un solo hombre. Consultada por si su lealtad es para el partido o el primero ministro, Adalet responde con una sola palabra, al unísono con sus amigas: “Erdogan”.