Debería de ser un momento triunfal para el liberalismo estadounidense. En el lapso de unos cuantos años el matrimonio gay ha sido aceptado, la marihuana legalizada, EEUU ha elegido en dos ocasiones a su primer presidente de color y podría muy bien estar a punto de elegir su primera mujer presidente. Y sin embargo, el renacimiento de lo políticamente correcto (PC) en las universidades estadounidenses — y el cada vez más discordante tono de muchos de los intelectuales de izquierda — cuenta otro cuento.
En vez de defender la libre expresión, la izquierda trata de apagarla. En el nombre de la diversidad, exige conformismo. El carácter de la democracia de EEUU está en juego. Si las clasistas escuelas de la Ivy League no aguantan el calor, ¿qué tipo de cocina tendrán?
Lejos de trascender el problema racial, el movimiento PC lo está reforzando. Este mes, estudiantes de Princeton ocuparon la oficina del presidente de la universidad demandando que el nombre de Woodrow Wilson — el presidente número 28 de EEUU y director en su época de Princeton — fuera borrado del campus. Eso incluiría la prestigiosa Escuela Woodrow Wilson de Políticas Públicas y Asuntos Internacionales, residencias estudiantiles y su mural en el comedor. Los protestantes también pedían "entrenamiento para competencia cultural" para miembros del profesorado y la introducción de cursos obligatorios sobre pueblos marginados.
El caso en contra de Wilson es simple. Reintrodujo la segregación en la fuerza de trabajo federal. El caso a su favor es que fue una importante figura histórica. Fue también autor del Tratado de Versalles. Una vez que comenzamos a eliminar nombres, entramos en un camino sin fin. La lógica pediría renombrar la ciudad de Washington, ya que el primer presidente de EEUU era dueño de esclavos. Otros como Thomas Jefferson y James Madison eran más culpables. ¿Deberían de ser juzgados solamente por eso?
Winston Churchill era un imperialista descarado. Pero la historia lo juzga con clemencia por haberse enfrentado al nazismo. ¿Y Franklin Roosevelt? El presidente estadounidense número 32 no levantó un dedo para promover los derechos civiles. También recluyó a 120,000 estadounidenses de origen japonés durante la segunda guerra mundial. No existe una figura histórica sin complicaciones.
El objetivo de la educación superior es inculcar un espíritu de investigación y fortalecer la mente para lidiar con el confuso mundo exterior. Sin embargo los campus estadounidenses se están moviendo hacia el lado opuesto. El mantra de hoy es crear "espacios seguros". Las librerías en las universidades colocan "avisos de seguridad" en las obras de ficción: a los estudiantes se les pide cuidado al leer 'Metamorfosis' de Ovidio pues habla de violación; el 'Mercader de Sevilla' de Shakespeare por antisemita; el Gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald por misógino; y 'Matar un ruiseñor' de Harper Lee por apoyar el patriarcado. El término "microagresión" — ofender inconscientemente a grupos marginalizados — ha entrado al vocabulario diario. He perdido la cuenta de las conversaciones que he tenido con directores de facultades que admiten cuidar su lenguaje por el miedo de ofender a alguien, ya que a veces sienten que peligran sus empleos.
El objetivo es eliminar los prejuicios de la mente. Sin embargo puede tener el efecto perverso de aumentar la consciencia de raza. Las facultades de las universidades desbordan consejeros de orientación multicultural, oficiales de diversidad y aquellos que proporcionan entrenamiento en etiqueta racial. Su trabajo es detectar insensibilidad racial. Por supuesto, algunos la encuentran donde no existe. Mientras más posiciones se crean, mayores los intereses detrás de ellas. Como Upton Sinclair dijo: "Es difícil hacer que un hombre entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda".
No hay duda que el prejuicio racial está vivo en las calles de EEUU: miren la frecuencia de las respuestas policiales de disparar antes de pensar sobre sospechosos de color desarmados. Pero reprimir la libre expresión no es una solución. El año pasado las protestas estudiantiles forzaron a un número de ponentes exteriores — tales como Christine Lagarde, directora del Fondo Monetario Internacional; Condolezza Rice, la anterior Secretaria de Gobernación de EEUU; y Ayaan Hirsi Ali, la activista por los derechos de la mujer — a retirarse de eventos en los campus. Como directora del IMF, la Sra. Lagarde era una "culpable principal de las políticas de desarrollo fallidas en los países pobres del mundo", según los estudiantes del Rice College. La Sra. Rice era un "criminal de guerra por apoyar la invasión de Irak". La Sra. Ali fue acusada de Islamofobia, según los estudiantes de la Universidad de Michigan.
Este año fue notable por el número de ponentes seguros. En los campus del Reino Unido la práctica se llama "no-platforming", lo cual consiste en evitar que expresen sus opiniones aquellas personas con quienes se tienen desacuerdos. Para mí, creo que la invasión a Irak fue un error colosal y la Sra. Ali enfatiza los estereotipos peligrosos del mundo musulmán. Pero debemos escuchar y debatir las diferentes opiniones.
¿Qué significa esto para el futuro? Olvidemos las universidades. El futuro ya se graduó. Cualquiera con ambición en la vida pública de EEUU ya ha aprendido el valor de la autocensura. Una palabra fuera de contexto puede arruinar la oportunidad de ser confirmado en el Senado de EEUU. Tomar riesgos se penaliza. Ser anodino es la clave para avanzar. No es sorpresa que grandes sectores del público de EEUU hayan perdido la fe en la integridad de sus líderes. El vacío que la espontaneidad ocupó alguna vez está disponible para que lo llenen otros. La siguiente vez que nos cuestionemos por qué a un demagogo como Donald Trump le va tan bien, habría que preguntar por qué sus palabras francas le han dado tanta popularidad. ¿Será que están siendo eliminadas de la vida pública?