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“Coleccionar arte es como invertir en capital de riesgo”

“Jean Pigozzi: puede que usted no lo conozca, pero todos los famosos sí”, es el lema de su show de televisión.

Por: John Sunyer
 | Publicado: Viernes 12 de septiembre de 2014 a las 05:00 hrs.
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Unos días antes de mi cita para almorzar con Jean Pigozzi, su asistente me mandó un mapa del muelle de Cannes. La letra “X” marcaba el punto donde debía encontrar al trotamundos coleccionista de arte y emprendedor. El mensaje decía “El Sr. Pigozzi llegará en su yate a las 13:00 para llevarlo a La Guérite”, un restaurante de mariscos en la exclusiva isla de Sainte-Marguerite, en la Riviera Francesa.

Jean “Johnny” Pigozzi sabe cómo viajar con estilo. A comienzos de los ‘90 compró un buque pesquero y lo transformó en el “Amazon Express”, un palacio flotante de 220 pies de largo, no mucho menor que un trasatlántico.

Si le preguntan a Pigozzi a qué se dedica para vivir, responde simplemente que “se interesa en las cosas”. Y se interesa lo suficiente como para haber amasado la mayor colección privada del mundo de arte contemporáneo africano; haber invertido más millones de los que recuerda en hedge funds y start-ups tecnológicas; haber fundado su propia línea de vestuario masculino; y gasta decenas de millones en un futurista centro de investigación llamado Liquid Jungle Lab en su isla privada.

Pero es quizás mejor conocido por su círculo social, que incluye al coleccionista de arte Charles Saatchi y a Mick Jagger de los Rolling Stones. En 2008, cuando Vanity Fair publicó la lista de la gente más influyente del mundo, incluyó un gráfico explicando cómo de un modo u otro, cada uno de ellos estaba conectado con Pigozzi.

El canal de TV de EEUU Esquire Network transmite actualmente la serie “Mis amigos me dicen Johnny”. En ella, Pigozzi viaja por el mundo haciendo “preguntas provocadoras” a algunos de los artistas, diseñadores y actores con los que se codea. “Puede que usted no lo conozca, pero todos los famosos sí”, dice el slogan del show.

Esta tarde, sentados en la terraza de La Guérite mirando hacia Cannes, Pigozzi proyecta una curiosa imagen. No sólo por la pesada contextura de su 1,95 metros de altura. En un restaurante donde todos típicamente visten lino blanco y sombreros Panamá, él está usando un jockey negro, anteojos decorados con aviones jet miniatura, y una camiseta polo rojo-rosada casi fluorescente con un par de sandalias de las que salen llamas naranjas.

Cuando comento sobre su apariencia se alegra. “No todos los empresarios tienen que usar traje”, responde. De hecho, explica, la mayoría de la ropa es de su propia creación: Pigozzi es director creativo y dueño de LimoLand, una marca de ropa que lanzó en 2007 con US$ 1,5 millón enfocada en “viejos millonarios”.

Los diseños de LimoLand reflejan su inclinación por los patrones estrafalarios y los colores fuertes. Una de sus prendas más populares es “Hedge Fund”, una camisa estampada con los símbolos de varias monedas globales. “Es una locura como se venden”, dice Pigozzi, “y han iluminado muchas salas de directorios en todo el mundo”. Sin embargo, reconoce que la historia ha sido muy distinta con el resto de la marca. “No puedo decir que haya tenido el éxito que hubiera querido. Estoy mucho más familiarizado con las inversiones en marcas de alta tecnología. Esa es la industria que más entiendo”.

Veinteñero multimillonario


Pigozzi nació en Francia en 1952 de padres italianos. No tuvo que esforzarse mucho para ganar su primer millón. De hecho, su cuenta ya registraba cinco veces esa suma cuando cumplió 21 años, y recibió el primer desembolso de la fortuna que heredó de su familia.

Su padre, Henri Pigozzi, se abrió camino desde sus humildes orígenes en Turín trabajando duro, vendiendo chatarra a los fabricantes de autos hasta 1922, cuando le presentaron a Giovanni Agnelli, fundador de Fiat. Agnelli lo contrató como representante comercial en Francia. En 1934, compró una vieja fábrica en París y estableció su propia automotriz. A fines de los ‘50 su modelo Simca se convirtió en uno de los autos más populares de Francia, sólo por detrás de Renault en término de volumen de unidades vendidas.

Cuando Pigozzi tenía sólo 12 años, su padre murió de un ataque cardíaco. Dos años antes, había vendido gran parte de Simca a Chrysler, haciendo a los Pigozzi “extraordinariamente ricos de la noche a la mañana”. Pero no todos estaban contentos con esto. Según Pigozzi, el entonces presidente francés Charles de Gaulle “sólo estaba medio bromeando cuando le dijo a mi padre ‘¿cómo pudiste vender a los estadounidenses, traidor?’”.

Con el dinero que heredó, Pigozzi inmediatamente comenzó a probarse como un inversionista. En 1977, le dio US$ 250 mil a George Soros para que los pusiera en fondos de cobertura. En los ‘80, comenzó a invertir en compañías de alta tecnología. Él reconoce a Max Palevsky de Intel y Steve Jobs de Apple como “mis gurús de inversión” durante este período. Odyssey Partners, la firma estadounidense de capital privado de inversión, tuvo un desempeño particularmente bueno para él, dándole un retorno de 20% en cinco años, “más que suficiente para pagar la comida del perro”, afirma.

Recientemente, invirtió en Square, un start-up de pagos en línea fundada por Jack Dorsey, el multimillonario cofundador de Twitter. “Jack vino a verme aquí a Cannes el año pasado y, hablándole sobre su compañía, me enamoré de ella”.

Pero Facebook ha sido su mayor éxito. A mediados de la década de 2000, Mark Pincus, un emprendedor estadounidense de Internet mejor conocido como el cofundador de Zynga, un negocio de juegos sociales en línea, le dijo a Pigozzi que invirtiera en la empresa de Mark Zuckerberg. “Así que logré encontrar algunas acciones, y ahora he ganado algo así como 50 veces lo que puse. He estado viviendo de las ganancias desde entonces”.

La conversación se vuelca a su colección de arte africano contemporáneo, consistente de más de 10 mil obras. “De la forma en que yo lo hago, coleccionar arte es muy similar al capital de riesgo. No tengo ningún interés en comprar obras de de Basquiat, Renoir, Sisley, como lo hicieron mis padres. No quiero ser una oveja”.

En vez de eso, a comienzos de los ‘90, Pigozzi conoció el arte africano contemporáneo, particularmente fotografías tomadas a mediados del siglo XX por los operadores de pequeños estudios de retratos. Contrató a un curador, André Magnin, quien procedió a explorar el continente africano en busca de obras, comprándolas directamente a los artistas. Pigozzi me comenta que le dio a Magnin las siguientes tres reglas: (1) los artistas tenían que ser negros, (2) los artistas tenían que estar vivos, (3) los artistas tenían que vivir en África.

En sus viajes, Magnin descubrió negativos que habían sido guardados durante décadas, que él llevó de vuelta a Pigozzi, quien vendió las obras, convirtiendo en estrellas internacionales a fotógrafos locales como los malíes Seydou Keïta y Malick Sidibé. Hoy Pigozzi presta su colección a galerías como Tate Modern de Londres, el Centro Pompidou en París, y el Guggenheim de Nueva York; mientras que una copia firmada por Keïta, quien murió en 2001, puede ser vendida en 
US$ 100 mil.

Pigozzi ha sido acusado de saquear África para su ganancia personal, pero no tiene remordimientos. “No cambiaría nada sobre cómo he ido de un lado a otro coleccionando arte contemporáneo africano. Nadie lo hizo antes que yo; por lo que por supuesto habría controversia. Todos dijeron que estaba loco por coleccionar arte africano producido antes de 1900. Pero ahora el mercado está repuntando. Seydou Keïta es uno de los artistas más importantes del siglo pasado, en la misma categoría que Irving Penn. Él merece ser reconocido”.

“Pero de lo que estoy más orgulloso es de haber salvado miles de negativos. Los negativos son frágiles. Y si los dejas en África, con la humedad y la forma en que algunas personas ahí no se estaban preocupando por ellos, todos ellos ya habrían sido destruidos a esta altura”.

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