En circunstancias de que la economía chilena transita paso a paso por una ruta que la va conduciendo hacia una situación de virtual estancamiento en el crecimiento per cápita, y de que la mayoría de la población da cuenta de un estado de incertidumbre que paraliza la toma de decisiones, con preocupantes efectos sobre la inversión y el empleo, lo menos que se esperaría de la máxima autoridad del país son señales orientadoras de la dirección que se pretende seguir para enmendar el rumbo. Lamentablemente, nada de esto hubo en la reciente cuenta anual al Congreso.
Es cierto que hubo algunos pasajes del discurso presidencial que dieron pábulo a pensar en algo distinto, como aquel en que se señala que “sin crecimiento sostenido el progreso social termina siendo una ilusión”, o cuando la Presidenta reconoce que las reformas han provocado incertidumbre y resistencia, y llama a crear un nuevo “pacto por el crecimiento sostenible”. Pero no hubo ninguna precisión respecto de su alcance ni de la forma como operaría. Es que esto refleja el problema en su esencia: a pesar de reconocerse la existencia de algunos problemas fundamentales, no hubo en el discurso signos concretos que contribuyeran a despejar las incógnitas. No deja de ser sintomático que siendo el tema de la reforma laboral uno de los más controvertidos del último tiempo, al punto de que el Tribunal Constitucional falló en contra de algunos de los pilares fundamentales del proyecto del gobierno, no haya habido mención alguna al camino que se pretende seguir en esta delicada materia, prolongándose la incertidumbre reinante. Esta hubiera sido una excelente oportunidad para dar una muestra concreta de la voluntad de hacer las cosas de una manera diferente, convocando, en el marco del pacto económico anunciado, a un diálogo con participación de los distintos estamentos de nuestra sociedad, incluyendo a representantes de emprendedores, de trabajadores, y de empresas de mayor tamaño, de tal forma de poder dar forma a un proyecto que logre consensuar ciertos aspectos fundamentales, generando así un marco que facilite una mayor incorporación de las mujeres y de los jóvenes a la fuerza de trabajo, y de poder enfrentar de mejor forma los desafíos laborales que impone el
siglo XXI. Una lástima haber perdido esta oportunidad, pero nunca es tarde para enmendar.
Tampoco es suficiente hacer mención al problema de productividad que enfrenta la economía chilena y al desafío de la diversificación productiva, promoviendo programas públicos orientados a fortalecer el emprendimiento y la innovación. Siendo importantes, el problema de fondo va mucho más allá de ello, y se refiere al entorno en el cual deben desenvolverse emprendedores, consumidores, trabajadores e inversionistas. A las malas políticas ya implementadas -como lo fue la reforma tributaria-, cabe agregar la incertidumbre derivada de aquellos temas que están pendientes, como es el caso de la reforma laboral. Esto, que ha sido dicho en todos los tonos, no recibe aún una respuesta adecuada del gobierno a través de gestos concretos. Por lo visto, habrá que seguir esperando.