Movimiento estudiantil rechaza conversaciones con el gobierno por reforma y radicaliza su postura
A pesar de tener una posición común de oposición a la reforma, se evidencian fisuras tanto al interior de la Confech, como entre los secundarios.
- T+
- T-
La advertencia que ha hecho el movimiento estudiantil desde que se instaló el gobierno de Michelle Bachelet, de que éste será “un año de movilizaciones”, se materializó nuevamente ayer con 80 mil personas convocadas -según estimaron los dirigentes- marchando por el “rescate y fortalecimiento de la educación pública”.
Esta segunda gran convocatoria del año, se da en medio de los distintos flancos de discusión abiertos –tanto en la oposición como en el propio oficialismo- por la cuestionada reforma educacional y a pocos días de que el ministro de la cartera, Nicolás Eyzaguirre, recibiera a los actores del área a dialogar en torno al programa de gobierno, instancia tras la cual los estudiantes mostraron su rotunda disconformidad con el proyecto educacional.
Diferencias con el gobierno
Aunque el programa de Bachelet hace suyo gran parte del discurso impulsado por el movimiento estudiantil desde 2011, los dirigentes han procurado desmarcarse de la propuesta oficialista. Así, argumentan que el descontento demostrado ayer en la calle, encuentra explicación en demandas insatisfechas en las promesas del gobierno. Estas peticiones son, por ejemplo, un sistema de financiamiento a la oferta y no a la demanda, finalizar con el lucro en todo el sistema y no sólo en sectores subvencionados, procesos de democratización para la participación activa de comunidades educativas, un proyecto de carrera docente, y la condonación de las deudas por crédito CORFO, CAE y Fondo Solidario.
Estas demandas que los estudiantes acusan ausentes en el programa, aparecieron con más fuerza tras la llegada de la Nueva Mayoría a La Moneda. Ello porque, ya instalados sus principales reclamos en la opinión pública, ahora el movimiento enfrentaría un nuevo desafío: el de redefinir su petitorio para distanciarse del proyecto de Bachelet y manifestar su desconfianza en que el gobierno logre un verdadero “cambio de paradigma”. En este proceso de redefinir sus demandas y principios, es que comienzan a pesar las diferencias ideológicas que cohabitan en el seno del movimiento.
Las fuerzas en el movimiento
Los colectivos a los que pertenecen los dirigentes agrupan características comunes, como la consagración de la práctica de la asamblea para tomar decisiones y la desconfianza en instituciones como partidos políticos o el Congreso. A pesar de que los dirigentes han sido cautos en no revelar sus matices, hace algunas semanas la amenaza de Naschla Aburman, presidenta de la Feuc, de renunciar a la vocería de la Confech, evidenció las tensiones en el movimiento.
Sumado a las diferencias políticas, en la Confederación se producen resentimientos respecto de que Aburman, por pertenecer al NAU, movimiento político que fundó Miguel Crispi, actual asesor del ministerio, no represente los intereses estudiantiles. Por ejemplo, se le ha criticado que en su discurso no hace hincapié en los puntos divergentes con el programa de Bachelet, que era lo acordado entre todos.
Al otro lado del espectro, está su par de la Fech, Melissa Sepúlveda, quien es reconocida como más radical que sus antecesores Camila Vallejo (JJ.CC) y Gabriel Boric (Izquierda Autónoma). Con Sepúlveda, quedaron atrás los tiempos en que el PC –ahora parte del bloque oficialista- influía en el movimiento estudiantil, porque actualmente todos se reconocen divorciados de los partidos políticos.
El ala más radical del movimiento está entre los secundarios, con la ACES. La idea de ingerencia directa en los proyecto de ley está en la base de sus principios. La Cones que agrupa a las federaciones estudiantiles de colegios públicos y desde el año pasado colegios privados como La Girouette, nació en respuesta a la Aces, como una opción más moderada de los estudiantes secundarios.