Fue en la noche del domingo en su casa, donde el presidente Sebastián Piñera manifestó en forma categórica la necesidad de que había que poner orden. Frente a sus principales ministros, además de los máximos representantes de la Alianza, fue claro para expresar su preocupación, planteando que situaciones como las que se habían vivido, no se podían repetir.
Ese día había culminado la peor crisis política que ha enfrentado el gobierno desde que asumió, luego de que la guerrilla entre los partidos, pero sobre todo la incapacidad o la falta de disposición de éstos para alinearse con el gobierno, mostrara una seria debilidad en la forma de gobernar.
Consciente de que el episodio de la ex intendenta Jacqueline van Rysselberghe, incluso había dañado fuertemente la autoridad presidencial, Piñera hizo un llamado a iniciar una nueva etapa, en la que se comprometió a que los políticos tendrían más participación en la toma de decisiones.
Como quedó establecido en ese encuentro, el propósito de superar el conflicto implica que, en adelante, el presidente no podrá seguir prescindiendo de los partidos de su coalición, como había ocurrido desde que ganó las elecciones, al considerar que un gobierno de excelencia como el que postulaba, no los requería.
Es la realidad que asumió, especialmente tras constatar que ni él, ni su jefe de gabinete, Rodrigo Hinzpeter, ni el resto de su equipo político eran capaces de impedir que estallaran conflictos que afectaban la gestión del gobierno, sino tampoco, como especialmente en este caso, mostraban la destreza que se requiere para manejarlos.
Como la situación no había llegado al extremo de impulsarlo a hacer un cambio de gabinete, el presidente optó por allanarse a realizar un giro en la manera en que ha conducido el gobierno, abriéndose a una forma menos personalista, en que tome en consideración las opiniones tanto de los partidos, como de su propio equipo.
Pero considerando que esa disposición contrasta con su estilo, la gran interrogante que persiste es si será capaz de establecer un diseño en que las decisiones que se adopten sean producto de un análisis o un debate compartido.
Distancia de partidos
Es un hecho que por su formación más empresarial que política, a Piñera no sólo le cuesta entender la lógica de los partidos, sino que siempre ha sido autónomo para decidir de acuerdo a lo que él estima adecuado.
Prueba de ello es que no sólo no tomó en consideración la opinión de los políticos al nominar a su gabinete e inclinarse por un ministerio eminentemente técnico, sino que incluso cuando tras la crisis de Magallanes, asumió que debía incorporar a personeros con más experiencia, tampoco actuó de común acuerdo con los partidos.
Pero no sólo eso. Porque contrariamente a lo que se supuso luego de la nominación de dos senadores potentes, como Andrés Allamand o Evelyn Matthei, éstos no fueron incorporados a ninguna instancia en que pudieran hacer pesar sus opiniones, como el comité político u otra que reuniera a los ministros con más visión o experiencia.
Tanto es así, que sólo unos días después del ajuste ministerial que prometía un mejoramiento en la conducción política, estalló el caso de la intendenta del Bíobío, el que asumió básicamente el ministro Hinzpeter, sin que se notara un cambio en el manejo de situaciones complejas como amenazaba ser ésta.
Tal como incluso reconocen ahora en La Moneda, en ese momento no se midieron adecuadamente las consecuencias, sobre todo de no haber actuado con prontitud. Porque mirando para atrás, tienen claro que la primera opción era pedirle de inmediato la renuncia a van Rysselberghe para no afectar la imagen de probidad o credibilidad del gobierno, o bien, si se estimaba que las acusaciones no tenían suficiente peso, confirmarla sin dilaciones, con el argumento de que se estaba frente a una maniobra de la oposición para sacarla del escenario, dado su gran caudal electoral que le permitiría romper el único doblaje senatorial opositor.
Pero no ocurrió ni lo uno ni lo otro, lo que dio pie a que con la decisión de ratificarla luego de las fuertes presiones de la UDI, comandadas por su presidente, Juan Antonio Coloma, se iniciara la espiral de conflicto entre los partidos oficialistas que escaló a niveles que nunca imaginaron en palacio.
Errores de cálculo
El peor error de cálculo, tanto de Piñera, como de Hinzpeter, fue no percibir que a esas alturas los dirigentes partidistas estaban dispuestos a pasarle la cuenta al gobierno por el trato que habían recibido.
De hecho, no formó parte de sus análisis la posibilidad de que Coloma ejercería presión como lo hizo, porque no tenía mucho margen al interior del partido para no defender a una de sus figuras, luego de la debilidad con que había quedado tras el cambio de gabinete, en que no se nombró a ningún representante genuino de la UDI. Pero tampoco se supuso que si este partido aparecía doblándole la mano al gobierno, Carlos Larraín, haría sentir todo el peso de RN frente a un gobierno con el que tiene cuentas pendientes.
Con más agudeza política que los ministros, fue ese escenario de peleas internas el que percibió la Concertación cuando acordó presentar la acusación constitucional, en contra de Van Rysselberghe, situación que culminó con la crisis que obligó al gobierno a impulsar la renuncia de la intendenta, tras asumir que que no había sido capaz de poner orden entre los parlamentarios de su propia coalición para que la rechazaran.
Pese a que algunos en La Moneda apuntan a que la causa fue la aparición de nuevas acusaciones, la razón de fondo que empujó al presidente a precipitar la salida de la autoridad regional fue la constatación de que ni Coloma había sido capaz de alinear a todos los diputados de la UDI como se había comprometido, ni Carlos Larraín se mostró dispuesto a hacerlo con los díscolos de RN, a pesar de que él mismo se lo solicitó en una reunión a la que lo citó en medio del lío.
Necesidad de un giro
Con la autoridad presidencial cuestionada desde su propio partido, mientras la UDI tampoco daba garantías de gobernabilidad, este episodio marcó un hito para que Piñera entendiera que debía hacer un giro en la forma de gobernar.
Esa es la decisión que se presume que calibró después de reunirse a solas con el senador Pablo Longueira, quien tras hacerle un descarnado análisis -tal como en febrero se lo hizo en Ranco el que ratificó en La Segunda el viernes- aceptó asumir un papel político más protagónico en esta etapa en que el Presidente tiene claro que el gobierno no puede continuar metiéndose autogoles.
En ese contexto, Longueira además de ingresar al comité político de La Moneda en representación de los senadores de la UDI, en esa calidad también se reincorporará a las máximas instancias partidarias, como una forma de ejercer un liderazgo que le permita alinear al partido con el gobierno.
Pero Piñera sabe que su apuesta al parlamentario de la UDI, basada tanto en su fuerza en el partido, como además en la mirada estratégica de la política, no puede excluir al díscolo líder de RN, Carlos Larraín, luego del empoderamiento que mostró para enfrentar el caso de la intendenta del Bíobío.
En la medida en que el presidente esté decidido a iniciar una etapa con un gobierno de coalición, todo apunta a que ambas figuras serán determinantes en la toma de decisiones, si es que efectivamente no quiere que situaciones como las recientes, se repitan.
Pero la duda es si el poder que adquirirán será como parte de una instancia institucionalizada, o si, de acuerdo a su estilo, Piñera se relacionará en forma directa con ellos para tomar las decisiones.
Como sea, lo concreto es que después de esta crisis, es difícil que el residente delegue en su equipo político la solución de conflictos que claramente no pudieron manejar.