Pablo Iglesias es un maestro de la comunicación política. El político español puede encender a un público de miles de personas con un breve discurso, encantar a millones de espectadores a través de la televisión y entablar persuasivas conversaciones uno a uno. El éxito de Podemos, el partido anti-sistema que ayudó a fundar, le debe todo a él y a su especial don de oratoria. La palabra escrita, sin embargo, es otra cuestión.
“Política para tiempos de crisis” se publica en inglés justo antes de las elecciones generales del 20 de diciembre. Reúne cuatro ensayos: sobre la naturaleza del poder, la historia española, el origen de la reciente crisis económico y el estado actual de la nación. Y está inflado con varios discursos y un prólogo de Alexis Tsipras, primer ministro de Grecia, amigo y aliado político. El libro sirve como introducción a uno de los más talentosos políticos de la península ibérica de los últimos años. Iglesias ayudó a formar Podemos en enero de 2014, sin un programa y sin dinero. En medio año, lograron el 8% de los votos en las elecciones europeas de 2014 y en un punto de este año los sondeos sugirieron que podría ser el mayor bloque del parlamento español. Aunque el apoyo ha caído, con seguridad entrarán en la legislatura que se inicia este mes.
La mayor parte del libro fue escrita antes de fundar Podemos, por lo que muestra sin adornos el pensamiento del autor, sin las capas de moderación y cálculo que un partido político requiere. Esto hace que el libro suene más emocionante de lo que es. Su principal falla es la ausencia de un tema general. En su lugar, hay una serie de viñetas y observaciones que son a veces pertinentes e iluminadoras. Otras no. Iglesias galopa hacia complejos temas a tal velocidad que es probable que deje a la mayoría de los lectores frustrados. El ex cientista político también exhibe un desafortunado cariño por la jerga académica y por el tipo de oración que colapsa sobre sí misma como un suflé. Mucha de la crítica de Iglesias al capitalismo moderno tiene sentido, en particular su (ampliamente compartido) enfado hacia la tendencia de “privatizar los beneficios y socializar los riesgos” en la banca moderna. Pero cae demasiado rápido en teorías de la conspiración y generalizaciones. La crisis de la eurozona, por ejemplo, se presenta como parte de un plan maestro internacional para convertir la periferia de Europa en una fábrica de “productos y servicios de mano de obra barata e intensiva”. Iglesias añade: “España ha sido seleccionada, junto con Grecia, Portugal, Italia e Irlanda, para ser el barrio bajo de la Europa inventada por el partido de Wall Street”. Lo que brilla es su determinación para eliminar la ambivalencia hacia el poder político de la izquierda. Ridiculiza los “caballeros blancos de la pureza de principios”, demasiado obsesionados con la teoría como para realmente luchar por el cambio.
Hay importantes percepciones desperdigadas, en particular, sobre las fuerzas económicas y las frustraciones políticas que permitieron a Podemos florecer. Pero los argumentos se debilitan por el simple paso del tiempo: pese a los profundos problemas económicos que persisten, países como España e Irlanda están lejos de convertirse en barrios bajos. Al contrario. Los datos muestran que son dos economías de rápido crecimiento en la región. Los partidos tradicionales en España están golpeados, pero los sondeos los mantienen como las mayores fuerzas del parlamento. Iglesias termina con cuatro palabras: “El mañana nos pertenece”. Todavía tiene que demostrar que tiene razón. Por ahora el viejo orden parece bastante resiliente.