Este mes hace siete años, Barack Obama se convirtió en el primer afroamericano en ser electo presidente de Estados Unidos, aumentando las esperanzas en círculos más optimistas de que el país podría estar dando vuelta la página en las divisiones raciales del pasado.
Pero como muchos saben, las cosas no resultaron de esa forma, y los días recientes nos han entregado evidencia nueva de algunas de las consecuencias. En la Universidad de Missouri y en la Universidad de Yale, estudiantes afroamericanos han montado en cólera por los desprecios e insultos que afirman que se dirigen hacia ellos en estos días mientras ellos intentan estudiar.
Los despliegues de descontento han molestado a muchos estadounidenses. Los críticos detectaron señales de que la "corrección política" se salió de control, y con razón. En Missouri, un fotógrafo estudiantil fue amenazado por los manifestantes. En Yale, el furor fue desencadenado por las acusaciones de que un par de funcionarios universitarios no mostraron suficiente preocupación frente al tema trascendentalmente importante de disfraces de Halloween discriminatorios.
Sin embargo, las protestas de la semana pasada son importantes, aunque sea sólo porque los participantes son los niños de la era Obama. Son parte de la primera generación de afroamericanos a quienes sus mayores les pueden decir honestamente que si hacen las cosas bien ellos también podrían llegar a convertirse en presidentes.
Sin embargo, muchos de estos jóvenes estadounidenses están insatisfechos, no sólo con las condiciones en las comunidades de color en su país, sino también con sus propias vidas en las circunstancias ostensiblemente integradas de la universidad moderna. Ya sea que uno se incline a la izquierda o la derecha políticamente, esta es una mala señal para EEUU.
Más aún, es probable que veamos una mayor actividad de este tipo debido al éxito innegable de los manifestantes en Missouri, una universidad pública con más de 35 mil estudiantes que juega un rol muy grande en la vida nacional estadounidense porque muchos periodistas estudian en su prestigiosa escuela de comunicaciones.
Las tensiones raciales en el campus han estado incubándose por mucho tiempo. Fundada en 1839, la universidad estatal no admitió a estudiantes negros hasta 1950 y no contrató a su primer académico negro hasta 1969. En 1938, la Corte Suprema de EEUU falló que la universidad tenía que admitir a un hombre negro, Lloyd Gaines, a su escuela de derecho o entregarle una educación equivalente. Sin embargo, tres meses después del fallo, mientras esperaba la decisión final sobre dónde estudiaría derecho, Gaines salió de su departamento en Chicago una tarde a comprar estampillas y "nunca más se le vio o escuchó", según el sitio web de la universidad.
La reciente ronda de protestas fue desencadenada por quejas de que funcionarios de la universidad no reprimieron a estudiantes blancos que usaron epítetos raciales para describir a sus contrapartes negros. Algunos estudiantes y profesores fueron radicalizados aún más después de participar en protestas por el asesinato de un joven negro desarmado por parte de un policía blanco el año pasado en Ferguson, Missouri, que queda a dos horas en auto del campus en Columbia, Missouri.
Quizás como resultado, las tácticas empleadas en Missouri tienen pocos precedentes en la historia de las protestas estudiantiles en EEUU. Para empezar, un estudiante de postgrado llamado Jonathan Butler, un veterano de las manifestaciones en Ferguson, inició una huelga de hambre, diciendo el 2 de noviembre que no comería hasta que Timothy Wolfe, el presidente de la universidad, renunciara. Quizás más importante aún, miembros negros del equipo de fútbol americano de Missouri sumaron su peso, diciendo que no entrenarían ni jugarían hasta que Wolfe se fuera.
La amenaza de boicot dolió porque el fútbol y baloncesto universitarios –ambos deportes con una participación desproporcionada de afroamericanos- son grandes negocios en EEUU, atrayendo a algunas de las audiencias más grandes de la televisión. En diciembre casi 13 millones de personas vieron al equipo de fútbol americano de Missouri jugar contra la Universidad de Alabama. Enfrentando la perspectiva de un fin de semana sin fútbol americano, Wolfe renunció el lunes y el canciller de la universidad dijo que asumiría un rol menos prominente.
En comparación, la agitación en Yale parece un juego de niños. El pretexto para la revuelta fue un correo electrónico enviado por un funcionario de rango bajo de la universidad defendiendo los disfraces "transgresores" de Halloween por el derecho a la libre expresión. Cientos de estudiantes firmaron una carta de protesta, pero el gran momento de las redes sociales llegó cuando una enojada estudiante negra fue grabada gritándole a un funcionario blanco de la universidad por crear un "espacio inseguro" en el campus. "No debería dormir por las noches", le gritó. "Usted es asqueroso".
Este tipo de discurso importa, también, por el rol de Yale en la preparación de la elite del país. Cada presidente estadounidense de apellido Bush ha realizado su estudio de pregrado ahí. Cada Clinton que ha postulado a la Casa Blanca ha recibido su título de abogado de ese lugar. La enojada estudiante de Yale podría inspirar a más estudiantes radicales, o ayudar a cerrar algunas mentes juveniles.
Cualquiera sea el caso, dudo que una mayor armonía y entendimiento estén a la vista, en Yale o en otro lugar de EEUU, lo que es triste para cualquiera que aún recuerde con cariño esa noche de noviembre de 2008 cuando Obama subió al escenario del Grant Park en Chicago con la promesa de algo nuevo.