Después de una escena de muerte que pudiera haber sido sacada de un melodrama victoriano, la cortina final ha caído en una de las farsas de más largo recorrido en la formulación de políticas globales. El programa multilateral de comercio conocido como ronda de Doha, cuyas conversaciones empezaron en 2001, fue declarado muerto en la última cumbre de la Organización Mundial del Comercio, después de casi una década en coma.
Admitir que Doha ya no existe es algo bienvenido: las conversaciones estaban gastando gran cantidad de aliento, tiempo, energía y kilómetros aéreos. Pero para preservar la función negociadora de la OMC, los gobiernos miembro deben perseguir otras formas de hacer negocios que conserven el enfoque multilateral en la medida de lo posible mientras tengan la oportunidad de luchar para producir realmente un acuerdo.
Doha se lanzó en 2001, dos meses después de los ataques del 11 de septiembre, con mucha retórica sobre gestos de unidad global pero poco apoyo por parte de las empresas para mantenerlo en marcha. También fue sobrevendido como una “ronda de desarrollo”, con el objetivo de ayudar a los países más pobres a negociar su salida de la pobreza, con un particular foco en la agricultura.
Tres problemas se hicieron rápidamente evidentes. Uno, detrás de la máscara de solidaridad entre los países en desarrollo yacían profundas divisiones, por ejemplo entre los importadores y exportadores agrícolas, evitando propuestas constructivas para la liberalización. Dos, países como China cambiaron radicalmente durante la ronda, convirtiéndose en potencias globales de exportación y aun así defendiendo su estatus de país en desarrollo. Tres, Estados Unidos, en particular, demostró ser débil ante la presión de su propio lobby agrícola, que demandó improbables cantidades de acceso a los mercados extranjeros a cambio de recortes en los subsidios locales.
Doha, en efecto, murió cuando fracasó la reunión ministerial de 2008. Aunque continuó otros siete años con asistencia vital, los gobiernos, en particular el de EEUU, han seguido adelante con acuerdos bilaterales o regionales. Estos acuerdos, el más prominente es el de Asociación Transpacífica, son un débil sustituto de los acuerdos multilaterales, sobre todo porque a menudo son acuerdos unilaterales escritos por el firmante más fuerte. Un mejor enfoque serían los pactos plurilaterales entre un grupo de gobiernos, ampliándolos a más países después de su creación y eventualmente convirtiéndose en multilaterales bajo las normas de la OMC.
La organización tiene, en efecto, sus fallas: la necesidad de consenso entre todos los países es hostil al cambio, a políticas decisivas. Pero sigue siendo el mejor foro para establecer o al menos administrar muchas de las normas del comercio mundial. Su función como mediador de conflictos conserva su credibilidad.
Habiendo fracasado en salvar a Doha en la OMC, los miembros deben ahora salvar a la OMC de Doha. El tiempo y energía puesto en un proyecto fallido puede ser redirigido hacia pequeños acuerdos que pueden impulsar la credibilidad del organismo y de sus miembros. Doha ha muerto. No debe ser llorado. Abre la posibilidad de que el comercio multilateral renazca.