La súper modelo brasileña Gisele Bündchen reveló recientemente que antes de dormir hace una lista mental de todas las cosas por las que está agradecida. Esto debe ser un ejercicio agobiante: la belleza de piernas largas es la modelo mejor pagada del mundo; está casada con un apuesto futbolista americano; tiene dos niños bellísimos; y es embajadora de buena voluntad de las Naciones Unidas para el medio ambiente.
Además, ella está al día en las investigaciones sobre la felicidad que ensalzan los beneficios de contar las bendiciones — usualmente en un "diario de gratitud".
Esta semana, la Oficina de Estadísticas Nacionales del Reino Unido publicó su lista geográfica de bienestar personal, compilado después de interrogar a 165,000 personas sobre cuán satisfechas estaban con su vida. Fermanagh en Irlanda del Norte encabeza la lista mientras que Londres está aparentemente empapado en melancolía. Ya que la meta final para la mayoría de las personas es ser feliz, según la lógica, los gobiernos deberían encontrar formas de aumentar la satisfacción cívica.
Pero la ciencia del bienestar ha resultado ser, durante los últimos 15 años, un campo muy disputado de la psicología, cuyos practicantes han luchado por definir la naturaleza de nirvana, sin hablar de asignarle cifras. Mientras tanto, la felicidad se ha convertido en un tema central para la salud pública. En 2014, un estudio de 3,000 personas de mayor edad, dirigido por el profesor Andrew Steptoe de University College London, descubrió que los participantes que decían que disfrutaban la vida más experimentaban un ritmo más lento de disminución física que sus compañeros más malhumorados, aún tomando en cuenta otros factores como los ingresos, el fumar y la bebida.
Los científicos han estado a la caza del mecanismo preciso a través del cual un estado de mente positivo ejerce un efecto beneficioso en nuestra biología. Barbara Fredrickson, profesora de psicología en la Universidad de North Carolina, publicó un artículo asombroso en 2013 sugiriendo que el perfil genómico de personas profundamente contentas difería de forma mensurable del perfil de otras personas, posiblemente influyendo la función inmune. El descubrimiento provocó publicidad y después polémica; un nuevo análisis no llegó a la misma conclusión.
Nada de esto nos debería detener de tratar de discernir los elementos de una vida feliz. Éste es el objetivo del Greater Good Science Center de la Universidad de California en Berkeley, donde se combina la investigación de la felicidad con recomendaciones prácticas. Define la felicidad como "la experiencia de alegría, satisfacción o bienestar positivo". Estar contento no proviene de la riqueza material — como insisten en recordarnos los ricos — sino de las relaciones y el desarrollo personal. La compasión y el altruismo parecen ser esenciales.
Y éste es, quizás, el consejo más útil que da la ciencia: la verdadera felicidad rara vez es el resultado de placeres inmediatos — como el sexo, las drogas o el chocolate. En realidad, muchas experiencias que se consideran enriquecedoras — criar hijos, dominar un instrumento, donar un riñón — exigen dolor y sacrificio. La felicidad parece estar vinculada a vivir una vida de propósito y significado.
No es tan diferente, en realidad, del concepto de Aristóteles de "eudaimonía", un estado de dicha redefinido hoy como "florecimiento humano" y representando un tipo de satisfacción arraigada en esfuerzo virtuoso. Los psicólogos están comenzando a diferenciar el "bienestar eudaimónico" de su primo menos profundo, el "bienestar hedónico". Es una tendencia reveladora: la ciencia moderna de la felicidad por fin ha alcanzado a lo que los griegos pensaban hace más de dos milenios.