La batalla sobre el Brexit importa al mundo
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Una carta de Donald Tusk, el presidente del Consejo Europeo, esboza un acuerdo sobre la membresía de Reino Unido en la Unión Europea que será acordado en la reunión de jefes de gobierno del 18 y 19 de febrero. Allí competirá por la atención con la aún más controvertida cuestión de la inmigración. Tal vez eso hará que sea más fácil para los demás miembros aceptar las concesiones –si bien limitadas- ofrecidas a David Cameron, el primer ministro británico. Pero, ¿serán suficientes para influir a favor de la permanencia en su próximo referéndum?
Si alguien está convencido de que Reino Unido debería salir de la UE, este acuerdo no cambiaría su opinión. Propone un mecanismo para proteger la posición de los miembros que no forman parte de la unión económica y monetaria. Pero, señala Tusk, esto “no puede constituir un veto ni retrasar las decisiones urgentes”. Una vez más, los jefes de gobierno “presentarán nuestro compromiso de incrementar los esfuerzos para mejorar la competitividad”. El Consejo se ha comprometido con un vago objetivo de retórica similar, al menos, desde el lanzamiento de la agenda de Lisboa en el 2000.
Sobre la soberanía, la declaración reconoce que el Reino Unido “no está comprometido a una mayor integración política”. Pocos podrían haber imaginado que sí estaba. Por último, sobre los beneficios para los migrantes, el proyecto propone un “mecanismo de salvaguardia”, pero uno que el Reino Unido sería incapaz de poner en práctica de forma unilateral y cuyos detalles están aún por decidir.
En conjunto, Cameron ha trabajado para producir un ratón. Su premisa ha sido que el Reino Unido tiene lugar sólo en una “UE reformada”. Los euroescépticos argumentarán que, dado que la unión no se reformará fundamentalmente, la lógica de su propia posición es la salida. Tendrán razón.
Así, la negociación ha subrayado lo obvio: si tiene sentido o no para Reino Unido permanecer en la UE, tal como está. Tal vez, el acuerdo hará que sea más fácil para los indecisos y ambiciosos escoger la primera opción. Pero eso no cambia los argumentos intelectuales.
El contexto de la elección también es incómodamente claro. Reino Unido es un miembro semidesconectado de la UE. Los británicos no sienten la necesidad de la unión para fortalecer la legitimidad de sus instituciones políticas. No tienen ningún interés en unirse a la moneda única. Ellos (o, al menos, los ingleses) son en su mayoría reacios extranjeros. Eso no va a cambiar.
Al mismo tiempo, un 44% de las exportaciones de Reino Unido van a la UE, frente al 17% de Estados Unidos. No menos importante, la estabilidad política y la prosperidad del continente es (y siempre ha sido) un interés británico vital. Podríamos resumir la actitud de la siguiente manera: “No queremos estar dentro, pero tampoco queremos estar fuera. Así que, por favor, hagan una UE que nos guste”.
Los europeos continentales también se debaten sobre la cuestión británica. Dados los desafíos existenciales que enfrenta la UE, lo último que necesitan es prolongar la incertidumbre sobre el lugar de este reacio miembro. Sin embargo, es difícil argumentar que la unión sería mejor sin su segunda mayor economía y un país con una larga historia de estabilidad democrática, conexiones cercanas con las democracias de habla inglesa, un sistema de seguridad eficaz, una actitud liberal hacia el comercio y una perspectiva global.
Ésta es, por lo tanto, una relación ineludiblemente incómoda. Pero también ha sido viable. Es por ello que este referéndum es un riesgo tan innecesario, pese a que presionar a la amenaza euroescéptica podría haber parecido el control de poder de Cameron. Si el voto es No, el país y la UE se enfrentan al menos a un prolongado período de incertidumbre. Si el voto es Sí, pero sólo de forma marginal, esta incertidumbre podría perdurar durante años.
Los euroescépticos desafían el juicio de que ésta ha sido una relación viable. Argumentan que la UE ha envuelto la economía de Reino Unido en burocracia. Sin embargo, los análisis de la OCDE consistentemente muestran que la economía de Reino Unido está entre las menos reguladas de todos sus miembros. El fuerte desempeño del mercado laboral de Reino Unido apoya esta conclusión.
Muchos de ellos también insisten en que la City de Londres está sofocada por la regulación. Sin embargo, la crisis financiera sugiere que el problema era más por regulación permisiva que al revés. Muchos se quejan, también, de la inmigración de la UE. Sin embargo, la inmigración neta viene más de los países no comunitarios, que de la UE.
Nadie puede argumentar creíblemente que la membresía a la UE ha sido un obstáculo significativo para la prosperidad de Reino Unido. Los principales obstáculos (una pobre educación y baja inversión, por ejemplo) están en casa. Es concebible que la UE se convierta en un obstáculo más significativo en el futuro. En este caso, Reino Unido debería marcharse. Pero es enormemente prematuro hacerlo ahora.
Al mismo tiempo, siendo parte de la UE, Reino Unido tiene voz en los asuntos de los vecinos más cercanos y, con ello, en los del mundo. Sí, fuera de la UE, el Reino Unido (o tal vez Inglaterra sola) podría decidir sus propias leyes. Pero perderá esa voz. La opción de dejar la Unión mientras se busca disfrutar del actual acceso a los mercados, incluso si fuera factible, sería lo peor de ambos mundos: las normas de la UE sin la voz en la UE. Una salida limpia sería mejor. En una campaña en la que el lado que apoya salir es incapaz de ponerse de acuerdo en las alternativas, mientras que los que optan por permanecer necesitan sólo apuntar a un status quo que funcione, los últimos deberían ganar.
El hecho de que los líderes de los principales partidos políticos y la mayoría de las grandes empresas vayan a posicionarse a favor de permanecer debería fortalecer la posibilidad.
Aunque mucha gente desea enormemente darle a la opinión respetable una buena patada. Esto hace que el resultado sea altamente incierto. Pero no lo hace menos importante. Sí, es una relación difícil y, sí, puede llegar un momento en que no funcione más. Ese momento no es ahora.
Reino Unido necesita voz en Europa. Europa también necesita que Reino Unido tenga esa voz. Es una relación con la cabeza, no con el corazón. Pero sigue siendo una que vale mucho tener. Esto es cierto para Reino Unido. Y también lo es para sus socios y aliados.