De todas las habilidades que necesita un abogado famoso, James Comey disfruta de la más difícil de alcanzar, una extraña habilidad para estar en el centro de las grandes controversias legales del día.
Comey estvo en medio de las batallas judiciales que siguieron al estallido de la burbuja tecnológica y, como fiscal general adjunto de Estados Unidos, se vio involucrado en una furiosa disputa en 2004 en la administración de George W. Bush sobre vigilancia electrónica que presagió las controversias de Edward Snowden. Director de la Oficina Federal de Investigaciones desde 2013, Comey es ahora el protagonista principal en otra batalla legal: esa sobre las tecnologías de seguridad utilizadas en los smartphones, la cual Snowden ha descrito como “el caso de tecnología más importante de la década”.
Comey está tomando acciones legales en contra de Apple para que la empresa ayude al FBI a descifrar el código de acceso del iPhone de uno de los asesinos de San Bernardino. Sin embargo, Apple está denunciando que la solución técnica sugerida por el FBI es un terreno resbaladizo que puede debilitar la seguridad de todos los teléfonos inteligentes. Sorprendentemente, para un hombre de dos metros de altura, Comey rezuma una elocuencia modesta que le hace extremadamente popular entre los miembros del Congreso que podrían tener que decidir en última instancia la cuestión escribiendo una nueva legislación.
Cuando su batalla contra la más potente máquina de marketing del mundo se trasladó al Capitolio la semana pasada, Comey advirtió al comité judicial de la Cámara que las nuevas tecnologías de cifrado en los teléfonos inteligentes estan dejando al FBI fuera de muchas investigaciones criminales y de terrorismo legítimas.
“Durante los dos últimos siglos, la seguridad pública en este país ha dependido de la capacidad de los agentes encargados de hacer cumplir la ley de ir a la corte y obtener órdenes para buscar en áreas de almacenamiento o departamentos”, dijo en una audiencia sobre el caso de Apple. “La lógica de cifrado nos llevará a un lugar donde todas nuestras conversaciones y todos nuestros trabajos sean totalmente privados”.
Nacido en Yonkers, cerca de Nueva York, en 1960, Comey creció escuchando cuentos de crímenes de su abuelo policía. Como estudiante de College of William and Mary en Virginia estudió química, pero luego se cambió a la religión y escribió una tesis sobre Reinhold Niebuhr, el teólogo favorito de Barack Obama.
Sus amigos afirman Comey ha demostrado en su carrera una fuerte independencia combinada con una vena moralista. En un caso de alto perfil procesó al mafioso John Gambino. Como asistente del fiscal federal de Virginia, dirigió la investigación del atentado de las Torres Khobar en Arabia Saudita en 1996. Comey consiguió el puesto de fiscal federal para el distrito sur de Nueva York en 2002, justo en momentos en que la burbuja tecnológica se desinflaba. Lideró los casos contra el banquero Frank Quattrone y los ejecutivos de WorldCom. También persiguió a la gurú de estilo de vida Martha Stewart por mentir al FBI.
Su momento más famoso llegó en la noche del 10 de marzo de 2004. Él y su jefe, el fiscal general John Ashcroft, habían tomado la decisión de que el programa de vigilancia electrónica del gobierno de Bush era ilegal cuando Ashcroft cayó gravemente enfermo. El ahora fiscal general, conducía hacia su casa cuando se le comunicó que dos altos funcionarios de la Casa Blanca (el jefe de gabinete Andrew Card y el jefe asesor Alberto Gonsales) iban camino al hospital para persuadir a Ashcroft para que cambiara de opinión.
Repasando el episodio, Comey describe cómo llegó a la cama del hospital minutos antes que los funcionarios de la Casa Blanca. Ashcroft se despertó y dijo: “Yo no soy el fiscal general, ahí está el fiscal general y me señaló a mí”. Los dos hombres salieron de la habitación rápidamente. El incidente hizo de Comey un héroe entre algunos de la izquierda y cimentó una reputación de integridad. “A menudo, cuando la gente llega a ese nivel, se encuentran a sí mismos haciendo concesiones”, explica Richard Hertling, un amigo de la facultad de Derecho en la Universidad de Chicago. “Es valioso tener a alguien con tal rectitud moral implicado en casos como el de Apple...”.
Durante un tiempo, eran sólo los descontentos funcionarios de Bush los que se quejaban por su inclinación a la grandilocuencia. Pero parte de ese sentimiento ha empezado a oirse entre los defensores de la privacidad a medida que Comey ha hecho públicas sus críticas contra las nuevas tecnologías de encriptado.
Apple argumenta que si se ve obligado a escribir un software para ayudar a que el FBI pueda acceder al iPhone de San Bernardino, sería crear “una puerta trasera” que se podría utilizar en otros dispositivos. “El caso del FBI está basado en un argumento que va en una dirección que por momentos es inexacto”, afirmá Amie Stepanovich de Access Now, un grupo que defiende la privacidad. “Comey es muy articulado, se presenta bien a sí mismo y sabe cuándo decir que hay algo que no sabe, que tiende a ser bastante”.
Aunque el caso de Apple se resuelva pronto, Comey no escaparía rápidamente de los titulares. Con la campaña electoral calentándose, esta semana reveló que está supervisando “personalmente” la investigación sobre el uso que hizo Hillary Clinton de su correo privado mientras estaba en el Departamento de Estado. Si el FBI decide que los cargos deben presentarse cargos en este caso, esta vez serán los Republicanos los que estarán celebrando la independencia de Comey.