El resurgimiento del aislacionismo de EEUU
Tanto la extrema derecha como la extrema izquierda prometen una retirada de la globalización.
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¿Por qué está el Medio Oriente en llamas y Rusia en alboroto? Tanto en Europa como en el Medio Oriente, es común escuchar que la culpa la tiene Barack Obama. El presidente de EEUU, plantean, es un líder débil y desinteresado que ha permitido que los eventos internacionales salgan de control. Muchos estadounidenses — tanto los liberales como los conservadores — hacen la misma acusación. Sarah Palin, favorita de la derecha estadounidense, ha llamado a Obama "jefe capitulador". Roger Cohen, columnista del New York Times, ha culpado la agonía de Siria en la "irresponsabilidad y falta de propósito" de la administración de Obama.
Aquellos que anhelan una política exterior más musculosa de EEUU a menudo asumen que Obama demostrará ser una aberración; que el próximo presidente "pondrá a EEUU de vuelta en el juego". Pero eso podría muy bien ser una interpretación errónea de la dirección subyacente de la política de EEUU y de su política exterior. Los principales candidatos en la campaña electoral — Donald Trump en el lado republicano y Bernie Sanders para los demócratas —han abrazado ideas aislacionistas, en todo menos en el nombre. Si esas ideas prevalecen, harían a Obama parecer un internacionalista comprometido.
Incluso si Trump y Sanders nunca llegan cerca de la Casa Blanca, la popularidad de sus campañas — y su influencia sobre los candidatos más convencionales — sugiere que existe ahora una fuerte circunscripción en EEUU que quiere una retirada de la globalización: repudiando compromisos militares y económicos internacionales.
El inherente aislamiento en el pensamiento de Trump se puede disimular entre su retórica acerca de la reconstrucción del poder militar y sus duras posturas hacia los extranjeros. Pero no es casualidad que su principal iniciativa es la construcción de un gigantesco muro en la frontera sur de EEUU. La retórica económica de Trump busca dejar fuera al mundo. Es el candidato más explícitamente proteccionista, prometiendo, por ejemplo, asegurarse de que los estadounidenses compren autos y maquinaria de fabricación estadounidense, en lugar de importaciones japonesas. Denuncia los acuerdos comerciales que EEUU ha firmado como malos para EEUU y se ha comprometido a denunciarlos.
Trump toma una actitud mercantilista parecida sobre la seguridad, prometiendo forzar a Corea del Sur y a Japón a pagar por la protección militar de EEUU. La implicación es que no hay un interés nacional de EEUU inherente a la suscripción de la seguridad de la región Asia-Pacífico. Esa lógica, llevada a su conclusión más obvia, sería una fórmula para que EEUU rescindiera sus compromisos de seguridad en todo el mundo.
Trump también es un admirador franco del presidente ruso, Vladimir Putin, llamándolo un "líder fuerte" y alabándolo constantemente. En un reciente debate republicano, todos los candidatos presidenciales hicieron cola para denunciar a Obama por no aplastar a los yihadistas de ISIS, pero ninguno mencionó la intervención de Rusia en Siria. Como un "realista" de la política exterior y negociador autoproclamado, Trump, sin duda, se sentiría atraído por concederle al presidente Putin su ansiada "esfera de influencia" rusa en Europa del este. Y una vez hecho esto, ¿por qué no hacer un trato similar en el este de Asia con Xi Jinping de China, otro duro líder extranjero que Trump admira abiertamente?
El senador Sanders no ha adoptado el punto de vista militarista del mundo de Trump. En cambio, ha optado por la versión de aislamiento de izquierda: la denuncia de la idea de que EEUU debe ser el "policía del mundo". Sanders también tiene una aversión como la de Trump al libre comercio, proclamando que el "libre comercio sin restricciones ha sido un desastre para los trabajadores estadounidenses".
En conjunto, Trump y Sanders están sacando provecho de la creciente desilusión estadounidense con la globalización. Los niveles de vida de los estadounidenses de ingresos medios han estado bajo presión durante décadas, y los extranjeros y una élite conectada internacionalmente son fáciles blancos de culpa. Tanto la extrema derecha como la extrema izquierda en EEUU prometen una retirada de la globalización.
Por supuesto, tanto Sanders como Trump están todavía muy lejos de la Casa Blanca. La favorita de los corredores de apuestas para ser la próxima presidenta sigue siendo Hillary Clinton. Y, sin embargo, incluso Clinton ha tenido que responder al nuevo ánimo del público. La semana pasada, adoptó la demanda de Sanders de que la economía está "manipulada" a favor de una élite privilegiada.
Clinton también ha salido en contra del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP). Como presidente, Clinton probablemente encontraría una forma de apoyar el TPP, como lo hizo como secretaria de Estado, ya que argumentó que el acuerdo comercial será una parte crucial del "pivote" de EEUU hacia Asia. Ella sin duda asume la visión convencional del "establecimiento" de la importancia del liderazgo estadounidense en el mundo.
Pero el curso actual de la elección presidencial sugiere que sería imprudente descartar las posibilidades de que sean Trump o Sanders quienes ganen la candidatura de sus partidos y, en última instancia, la presidencia.
Si eso llegara a suceder, los analistas que actualmente lamentan la "debilidad" del presidente Obama se darán cuenta de que, de hecho, podría ser el último en una línea de internacionalistas serios y comprometidos en ocupar la Oficina Oval.