Es cosa de dar un vistazo alrededor. Cada vez hay más cambios; desde la entrega de productos por drones hasta los vehículos autónomos. Warren Buffett, el gran inversionista, promete que la generación de nuestros hijos será la “más afortunada de la historia”.
El mundo se está acelerando en muchas áreas, excepto una: la productividad. Este año, por primera vez desde 1970, el crecimiento de la productividad estadounidense seguramente será negativo, tras una década de fuerte desaceleración. Sin embargo nuestros monitores Fitbit parecen indicar lo opuesto. Entonces, ¿en qué deberíamos confiar: las estadísticas económicas o nuestros “ojos mentirosos”?
La respuesta es muy importante. La productividad es la prueba definitiva de nuestra capacidad para generar riqueza. En el corto plazo podríamos impulsar el crecimiento trabajando más horas, importando trabajadores, elevando la edad de jubilación. Pero después de un tiempo estas opciones pierden efectividad. A menos que nos volvamos más inteligentes en nuestra forma de trabajar, el crecimiento también se agotará.
La tasa de crecimiento tendencial de EEUU —que apenas supera 2%— es la mitad que hace una generación. Como dice Paul Krugman “La productividad no lo es todo, pero a largo plazo es casi todo”.
Es posible que simplemente no estemos midiendo bien las cosas. Algunos creen que las estadísticas no incluyen la utilidad de crear un perfil de Facebook o bajar información gratis de Wikipedia. La economía “gig” aún no ha sido valorada correctamente. Sin embargo este argumento es un arma de doble filo. La productividad se calcula dividiendo el valor de lo que producimos por el número de horas trabajadas. Pero estudios recientes indican que nuestros iPhones nos encadenan a nuestros empleadores incluso fuera de la oficina. Por lo tanto es posible que de hecho estemos exagerando el crecimiento de la productividad al subestimar cuánto tiempo pasamos trabajando.
Desde 2004 la mayoría de los estadounidenses comenzaron a indicar en encuestas que pensaban que a sus hijos les iría peor que a ellos. Ése fue el año en que comenzaron a desaparecer los saltos de productividad alimentados por la Internet en los ‘90.
En los últimos quince años, la mayoría de los estadounidenses han sido afectados por el estancamiento o reducción de ingresos. Hoy, el salario inicial de un titulado universitario en términos reales es mucho más bajo comparado con 2000. Según la OCDE, por primera vez la siguiente generación de trabajadores estadounidenses tendrá un nivel educativo más bajo que la anterior, lo cual resultará en una reducción de los salarios.
También es posible que estemos a punto de entrar en un renacimiento que todavía no podemos ver. En 1987, el economista Robert Solow comentó: “Se puede ver la era de la informática en todas partes menos en las estadísticas de productividad”. Unos años más tarde la era de la informática ocupó un lugar clave en esas estadísticas. Siguiendo ese ejemplo, tal vez estemos a punto de recibir los beneficios de la inteligencia artificial o algún otro factor. Esto puede corresponder mejor con nuestra imaginación colectiva, pero podría ser una quimera.
La desaceleración ha tenido un claro efecto y también tiene un remedio seductor. El efecto —una fuerte reacción contra el orden establecido— ya se está sintiendo. Sólo hay que ver el ascenso de Donald Trump. La mayoría de las soluciones que él propone para los problemas de la clase media son peores que la propia enfermedad. Acabar con la inmigración y erigir barreras comerciales tendría un efecto negativo en el crecimiento.
Una de las ideas de Trump —invertir en infraestructura— podría ayudar, y es uno de los pocos puntos de acuerdo con Hillary Clinton. Las investigaciones muestran que una creciente proporción del crecimiento tiene su origen en un pequeño grupo de centros urbanos hiperconectados, como Los Ángeles y el corredor entre Boston y Nueva York. Así que ligar los florecientes centros urbanos con las regiones estancadas podría distribuir el crecimiento de forma más amplia.
Imaginemos que en los próximos diez años EEUU decida recorrer el mismo camino que ha seguido en la última década. Eso significaría una creciente corrosión de la infraestructura, una continua reducción de la calidad de la educación pública y una atrofia de las competencias de la fuerza laboral. También aceleraría la separación de los enclaves habitados por los ciudadanos de mayores ingresos, enriqueciendo aún más a las élites de mayor educación. Además podría provocar una ruptura en el orden democrático. Y si se piensa que el ascenso de Trump es peligroso, es cosa de imaginar a EEUU después de otra década como la que acaba de pasar.
Lo cual nos lleva al remedio: una renta básica universal, que tiene varios aspectos positivos. Cuenta con apoyo en todo el espectro ideológico. Reemplazaría el complejo sistema de beneficios y acabaría con la humillación de tener que demostrar su elegibilidad ante burócratas gubernamentales. Más importante aún, podría fomentar un poco de paz social. El estancamiento podría ser temporal, pero el sentido común dicta que debemos actuar como si hubiera llegado para quedarse.