"Nada nos puede separar. Somos una sola familia". Así lo declaró Xi Jinping, después de convertirse en el primer presidente de China en estrechar la mano de un presidente de Taiwán. La reunión entre Xi y Ma Ying-jeou fue indudablemente histórica. Y sin embargo, la charla de Xi mencionando a la "familia" me recordó la forma en que un capo de la mafia de Hollywood podría utilizar el término, de una manera que mezcla el carisma con la amenaza. El hecho es que Beijing sigue insistiendo en que Taiwán es una "provincia rebelde" y que se reserva el derecho de atacar al miembro de su familia si Taiwán en algún momento declara la independencia.
Las ambigüedades no terminan ahí. Por un lado, la decisión de Xi de acabar con décadas de ostracismo fue el acto de un líder seguro de sí mismo. Sin embargo, la audacia del presidente chino probablemente refleja tanto ansiedad como confianza, ya que, cuando se asoma a mirar al extranjero cercano, China se enfrenta a un mar de problemas.
La política de Taiwán se está movilizando en contra de China. Beijing también está bajo la creciente presión de EEUU en relación con sus ambiciones territoriales en el mar de China Meridional. Xi también tiene problemas en tierra firme. EEUU y otras 11 naciones acaban de lograr el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), un tratado de libre comercio que excluye a China, desafiando así su posición central en la economía de la región Asia-Pacífico. Mientras tanto, las protestas prodemocráticas en Hong Kong durante 2014 han dejado un legado de amargura dirigida a China continental, aumentando la posibilidad de que la política de "Una China" de Beijing pudiera ser impugnada en Hong Kong y Taiwán simultáneamente.
Y, lo que es más, todo esto está sucediendo en el contexto de una economía doméstica en desaceleración, de fluctuantes mercados de valores y de una élite china que ha sido profundamente desestabilizada por la campaña anticorrupción de Xi.
Teniendo en cuenta todos estos otros problemas, lo último que el presidente necesita es una nueva crisis en Taiwán. Su decisión de reunirse con Ma se produce dos meses antes de las elecciones presidenciales en Taiwán, las cuales probablemente resulten en una victoria para Tsai Ing-wen, el líder del independentista Partido Democrático Progresista (PDP), un grupo aborrecido por el gobierno chino. El apretón de manos del viernes parece ser un intento por parte de Xi de impulsar al Partido Kuomintang de Taiwán (KMT) de Ma. Pero el PDP está tan por delante en las encuestas que es probable que la estrategia falle.
Si el PDP obtiene poder y es muy explícito en su rechazo hacia Beijing, Xi puede verse obligado a recurrir a un lenguaje más amenazante. Eso, a su vez, incrementaría la tensión con EEUU en asuntos de seguridad en un momento en el que ya existe una mini crisis en el mar de China Meridional.
Durante la última crisis del estrecho de Taiwán — de 1995 a 1996 — EEUU envió un portaaviones a la región en respuesta a la intimidación militar de los taiwaneses por parte de China. Desde entonces, Beijing ha adoptado tácticas mucho más sutiles, confiando en los florecientes lazos económicos y de viaje para traer, poco a poco, a la "provincia rebelde" de nuevo a su órbita. La elección de un presidente en pro de la independencia en Taiwán implicaría que estas tácticas han fracasado.
En todo este forcejeo por la influencia, la carta más poderosa de China sigue siendo la fortaleza de su economía. Casi todas las naciones del sudeste de Asia llevan a cabo considerablemente más actividades comerciales con China que con EEUU. Pero eso hace que el TPP sea una amenaza potencial para China.
Algunos analistas chinos incluso han llamado al TPP "una OTAN económica", ya que lo ven como una alianza dirigida explícitamente a aislar a China. EEUU dice que la futura adhesión de China sigue siendo una posibilidad. Y está claro que muchos de los firmantes del TPP, incluidos Singapur y Nueva Zelanda, realmente desearían que China se uniera al nuevo bloque comercial.
Pero EEUU y Japón, los dos mayores firmantes del pacto, son más escépticos. Algunas de las disposiciones del TPP — como los compromisos en materia de trabajo y de derecho ambiental, y en el ciberespacio — pudieran haber sido diseñadas para dificultarle a China el formar parte.
La exclusión a largo plazo del TPP podría convertir a China en una base de producción menos atractiva, justo en el momento en que los crecientes costos están erosionando la competitividad del país.
Los asuntos tales como el mar de China Meridional y el TPP están relacionadas, por lo menos, mayormente con la política gubernamental. Las cuestiones de Hong Kong y de Taiwán son más impredecibles y peligrosas, porque implican algo que Beijing no puede controlar: la opinión pública.
Tanto en Hong Kong como en Taiwán, existe una creciente evidencia de que los jóvenes están cada vez más reacios a tratar con respeto a los edictos de Beijing. Hong Kong, el cual ahora es parte de China, tuvo su movimiento "paraguas" en 2014, el cual exigía las elecciones libres. Taiwán tiene el movimiento "girasol", el cual también surgió el año pasado en protesta contra un nuevo acuerdo comercial con China.
Éstos son problemas increíblemente difíciles para Xi. Pero también son problemas creados por Beijing. Al insistir con tal vehemencia en utilizar anticuadas fórmulas políticas, tales como "provincia rebelde" y "un país, dos sistemas", el gobierno chino se ha arrinconado a sí mismo.
La reunión con el presidente de Taiwán es un poderoso símbolo de flexibilidad. Pero si Xi realmente quiere calmar su mar de problemas, tiene que cambiar la sustancia del enfoque que utiliza Beijing en relación con Taiwán y con Hong Kong.