Una señal de la gravedad de la corrección de la bolsa china es que las autoridades de Beijing ya no buscan ni detener ni negar la carnicería. Simplemente hay demasiado rojo en las pantallas de las corredoras de bolsa como para ignorarlo.
El último derrumbe –una caída de 8,5% denominada oficialmente "lunes negro"- lleva el derrumbe de las acciones a casi 20% desde la devaluación del yuan el 11 de agosto. De manera preocupante en un país que ha estado animando al público a comprar acciones que estaban, hasta hace poco, aumentando rápidamente, el mercado ahora se encuentra por debajo de su nivel del 1 de enero.
Lejos quedaron los días en que el mundo desarrollado podría mirar con indiferencia a la agitación en las bolsas de China. Su caída está repercutiendo alrededor del globo, golpeando las acciones y los precios de las materias primas ya salpicados. El índice FTSE100 de Londres cedió 4,4% de su valor, y muchas bolsas europeas perdieron cantidades similares. El índice Dow Jones cayó bruscamente en la apertura, antes de recuperarse después.
La reacción inicial de China a la crisis fue estuvo lejos de ser impresionante. Beijing trató de dar la vuelta a los mercados, inyectando
US$ 200 mil millones en una operación de apoyo, restringiendo las ventas e instruyendo a los fondos de pensiones para intervenir y comprar las acciones no deseadas. Habiendo abandonado su intento de tratar los síntomas, ahora debe tratar con mano más segura la enfermedad subyacente.
Los retos económicos de China son inmensos. El país se enfrenta a una profunda desaceleración de la inversión en momentos en que apenas ha avanzado una pequeña parte de su plan de largo plazo para reequilibrar la economía hacia el consumo interno.
Las exportaciones ya no pueden ser la salvación. Representando alrededor de 15% de la economía mundial, China es demasiado grande para buscar su salvación en el comercio exterior. No sería prudente volver al modelo enfocado en la inversión que impulsó la economía tras la crisis financiera. Niveles de inversión de capital tan altos son un modelo de desarrollo ineficiente e inevitablemente propenso a bruscas interrupciones.
Beijing tiene espacio para responder. China no es un deudor. Está más en la posición de un acreedor en liquidación. No obstante, los inversionistas vigilarán de cerca para detectar signos de que su crisis se raduzca en una caída mayor en la demanda.
Aunque Beijing no debería entrar en pánico, el gobierno tiene que pensar mucho sobre cómo podría impulsar el consumo si fuera necesario. Debería dar a conocer sus conclusiones, por más que esto vaya contra su costumbre. Los mercados y el resto del mundo necesitan la confianza en la existencia de un plan, dada la ausencia de las herramientas monetarias y fiscales comunes a las economías de mercado.
China no está sola en hacer frente a decisiones difíciles. Lo mismo se puede decir de la Reserva Federal de Estados Unidos.
Reequilibrar China y librar al mundo de tasas de interés en mínimos van a ser siempre tareas delicadas. Una corrección tan fuerte es desconcertante, pero siempre y cuando no infecte a la economía real, hay algunos beneficios en más volatilidad del mercado.
Esto nos recuerda que hay riesgos en las inversiones y que no es el trabajo de los bancos centrales proteger el valor de los activos de las personas. Como el público chino está aprendiendo, y el mundo desarrollado puede haber olvidado en los últimos años, esto también es parte de la normalidad.