¿Habrá otra gran crisis financiera? Como dijo Hamlet sobre la caída de un gorrión: “si ocurre ahora, no está por venir. Si no está por venir, será ahora. Si no es ahora, vendrá. La preparación es todo”. Así ocurre con los bancos. Están diseñados para caer. Así que seguramente caerán.
Un libro reciente explora no sólo esta realidad sino también una solución radical y original. Lo que justifica aún más la atención a esta sugerencia es que el autor estuvo en el corazón del establishment financiero antes y durante la crisis. Es Lord Mervyn King, ex gobernador del Banco de Inglaterra. Su libro se llama The End of Alchemy.
El título es apropiado: la alquimia está en el corazón del sistema financiero; la banca fue, como ella, una idea medieval, pero una que no hemos descartado. Lord King argumenta que debemos hacerlo ahora.
Como comenta Lord King, la alquimia es “la creencia de que el dinero que se guarda en los bancos puede retirarse cuando los depositantes quieran”. Esto funciona si y sólo si la confianza es fuerte y, además, es fraudulento. Las instituciones financieras hacen promesas que, en las realidades probables, no pueden cumplir. En los buenos tiempos, es un negocio lucrativo. En los malos, las autoridades tienen que venir al rescate. Así, no debe sorprender que las instituciones financieras hayan crecido tanto y paguen tan bien.
Consideremos cualquier banco grande. Tendrá un espectro amplio de activos de largo plazo y riesgosos en sus libros, hipotecas y préstamos corporativos prominentes entre ellos. Los financiará con depósitos (supuestamente cobrables a la orden), préstamos de corto plazo y préstamos de largo plazo. Quizá el 5% será financiado con capital.
¿Qué pasa si los prestamistas deciden que los bancos no son solventes? Si son depositantes o prestamistas de corto plazo, pueden exigir su dinero de vuelta inmediatamente. Sin ayuda del banco central, la única institución capacitada para crear dinero sin límites, los bancos no podrán responder a ese requerimiento. Ya que un colapso generalizado sería económicamente devastador, el apoyo necesario está disponible.
Con el tiempo, esta realidad genera que los gobiernos intenten hacer las finanzas más seguras y la banca explote ese apoyo para hacerse más riesgosa.
Ampliamente hablando, dos soluciones radicales sobre la mesa. Una es forzar a los bancos a sostenerse a sí mismos con más capital. La otra es hacer que los bancos equiparen las deudas líquidas con activos seguros y líquidos. El requerimiento del 100% de la reserva del “plan Chicago”, propuesto durante la Gran Depresión, tiene esa característica. Si las deudas líquidas y seguras financian activos líquidos y seguros –y deuda no líquida y riesgosa financia activos inseguros y no líquidos– la alquimia desaparece. Las finanzas serían seguras. Desafortunadamente, el final de la alquimia también acabaría con mucha toma de riesgo en el sistema.
Lord King ofrece una alternativa novedosa. Los bancos centrales aún actuarían como prestamistas de última instancia, pero ya no estarían forzados a prestar contra cualquier activo, ya que la sola posibilidad de que eso ocurra debe crear daño moral. En cambio, acordarían los términos en los cuales podrían prestar contra activos en una crisis, incluyendo los cortes de valoración relevantes, por adelantado. El tamaño de estos recortes sería un “impuesto a la alquimia”. Se establecerían en niveles altos y no podrían alterarse en una crisis. El banco central se habría convertido en un “prestamista para todas las estaciones”.
El valor de los activos líquidos sería entonces conocido. Consistiría de reservas en el banco central más el valor colateral agregado de cualquier otro activo. En el largo plazo, argumenta Lord King, los activos líquidos deberían estar al mismo nivel que la deuda líquida de una institución, definida como préstamos con madurez de un año o menos.
El esquema tiene ventajas. Primero, reconoce que, en crisis, sólo el banco central puede crear la necesaria liquidez. Segundo, ofrece un camino a un mundo sin alquimia. Tercero, ofrece una opción entre el status quo y el extremo de 100% de reserva bancaria. Cuarto, elimina el daño moral, ya que la pena por obtener liquidez sería definida de antemano. Quinto, explota las circunstancias de hoy, incluyendo las reservas creadas por expansión cuantitativa y la infraestructura creada por los bancos centrales para hacer evaluar y gestionar las garantías. Sexto, la regulación podría ser reducida a dos reglas: un mayor tope de apalancamiento (de casi diez a uno) y la regla de que el valor exigible de los activos en el banco central debe exceder el valor de las deudas líquidas.
En la primavera (boreal) de 2015, el valor de las garantías de los bancos de Reino Unido en el Banco de Inglaterra (BoE) era de 314.000 millones de libras; un total de activos líquidos de 631.000 millones de libras. Eso se compara con depósitos de 1,82 billones de libras. Con el tiempo ese abismo podría eliminarse. El BoE debería hacer las reservas existentes permanentes. Podría elevar las reservas a través de aumentos permanentes en la base monetaria. Finalmente, podría acordar el valor exigible de más activos.
Es un grupo de propuestas radicales e interesantes. Si la regla propuesta se pusiera en efecto, las únicas personas que tendrían interés en escaparse de un banco serían los prestamistas de largo plazo y los accionistas. Pero si los precios de las acciones se estrellaran y los préstamos de largo plazo se secaran, la administración estaría bajo el tipo correcto de presión. También daría tiempo para resolver la posición financiera de las instituciones que estén en dificultades. Si el capital fuera insuficiente, entonces estas pérdidas caerían en acreedores de largo plazo en un orden predefinido.
Este esquema tiene desventajas. Los valores exigibles tendrían que variar con las condiciones económicas, lo que crearía estrés. Pero es un intento valioso por disciplinar a un sistema financiero que hace promesas que no puede cumplir. El costo de hacer estas promesas se haría predecible y transparente. La alquimia sería menos lucrativa. Los bancos estarían mejor capitalizados y las fugas de acreedores de corto plazo cesarían. Estas ideas merecen una consideración con apertura de mente.