En 2014, conmemoramos el aniversario número 100 del inicio de la Primera Guerra Mundial y el aniversario número 25 de la caída del Muro del Berlín. El primer acontecimiento llevó a la catástrofe aún peor de la Segunda Guerra Mundial, seguida por la división de Europa entre el bloque occidental y el comunista. El segundo acontecimiento, en cambio, marcó el fin de esa división y el surgimiento de una Europa, unida y libre. Hoy, podemos ver la gran ironía de la Historia: Alemania ganó a través de medios pacíficos la posición que buscaba imponer a través de las armas. Le guste o no, la República Federal es la principal potencia europea.
Algunos nacen en la grandeza, otros la consiguen por su esfuerzo, y a otros se les impone la grandeza. Alemania está experimentando esta última situación con gran intensidad. Así que, ¿qué tan bien está sobrellevando esta eminencia? Bastante bien, pero no lo suficiente.
La preeminencia de Alemania no es sólo una cuestión de tamaño o posición geográfica. Tampoco es sólo el fruto del poder de sus manufacturas. Hay que destacar que, entre los grandes países de Europa, Alemania es la que cuenta con la democracia más estable y adulta. Está libre de esos populismos xenófobos que afectan a los demás. En Angela Merkel, ha encontrado a una líder excepcionalmente madura y responsable.
A pesar de estos triunfos, no todo está bien. La economía de la eurozona está golpeada por el estancamiento y la inflación ultra baja. Aún así, muchas autoridades alemanas se oponen a los esfuerzos para mejorar esta situación. Como resultado, para demasiadas personas, el ansiado proyecto europeo representa no una esperanza para una mejor vida, sino todo lo contrario.
En tanto, hacia el este, una Rusia revanchista ha desestabilizado a una desafortunada Ucrania y amenaza con desestabilizar incluso más su ex imperio. De nuevo, tal como ocurre con la economía, esto desafía los reflejos post guerra de Alemania. Desea evitar una postura más asertiva, pero ya no puede hacerlo.
La dificultad que encuentra Alemania en jugar sus nuevos roles es comprensible.
Alemania no buscó el euro. Al contrario, fue el precio que otros tontamente le pidieron a los alemanes para pagar por la unificación. Las autoridades alemanas entendieron las implicancias políticas y económicas de una unión monetaria. Las de casi todos los otros miembros no. Más allá de eso, Alemania tiene una dificultad mayor: las doctrinas económicas que apuntalaron su éxito de post guerra no pueden traspasarse sin cambios a la economía más grande y diversa de la zona euro. Tiene que alcanzar un consenso con aquellos que los alemanes ven como un fracaso.
Las doctrinas económicas centrales para la sabiduría convencional alemanas son aquellas de una pequeña economía abierta. Lo mismo es cierto de su geopolítica. La responsabilidad de asegurar el orden global recae en otros: EEUU en primer lugar y, dentro de Europa, en Francia y el Reino Unido.
En ambos casos, estas perspectivas de "país pequeño" eran una respuesta natural, de hecho obligatoria, a los desastres que siguieron a los esfuerzos previos de Alemania por "alcanzar grandeza". Pero esos reflejos ya no son apropiados. Han dejado un vacío que sólo Alemania puede llenar.
En la zona euro, el punto de inicio debe ser ver a la economía de la eurozona como un todo. ¿Qué vemos acá? La inflación central anual es sólo 0,7%. En el segundo trimestre, la demanda doméstica nominal estaba 1,7% por sobre su máximo pre crisis y la demanda real estaba un 5% por debajo.
El desempleo es 11,5% de la fuerza laboral. ¿Qué muestra esto? Dicho de forma simple: el Banco Central Europeo no ha logrado cumplir su mandato.
En un discurso reciente, Jens Weidmann, el presidente del Bundesbank, respondió a esta realidad argumentando que "es fantasioso creer que las herramientas de política monetaria pueden elevar sosteniblemente el potencial de crecimiento de una economía".
Está en lo correcto. Pero la política monetaria debe buscar asegurar que se use el potencial. Claramente eso es muy difícil en un área monetaria única con enormes divergencias en la competitividad interna. Pero eso simplemente subraya otro punto: la lucha por la competitividad dentro de la zona euro a través de recortes de sueldos no es una ruta hacia una prosperidad compartida ampliamente. En cambio, es un juego de suma cero.
Si Alemania se convierte en un hegemón exitoso, debe ampliar su panorama. Tendrá que reconocer que la demanda doméstica importa. Una visión alemana ampliamente compartida es que sin el látigo de una crisis, no habrá reforma.
Esto tiene algo de verdad. Pero hay otra: los países en problemas pueden elegir a gobiernos que rechacen la política racional. Eso podría ser un desastre mayor para el futuro de Europa. "Moderar el viento al cordero esquilado" se mantiene como un eslogan sensible cuando se enfrenta una crisis.
¿Qué significa eso ahora? Significa que, tal como Alemania estaba en lo correcto al apoyar a Mario Draghi en sus esfuerzos por eliminar el riesgo de un quiebre de la zona euro en 2012, también debe respaldar al presidente del BCE en sus esfuerzos por promover la demanda y evitar la deflación hoy. Significa también, que como un país acreedor, debe asumir responsabilidad por lo que financia y cómo lo hace.
La reestructuración de la deuda debe estar ahora sobre la mesa, comenzando con Grecia. De forma similar, Irlanda debería ser liberada de la onerosa carga de rescatar a los tontos acreedores extranjeros de sus bancos.
No menos cierto, significa que Alemania debe compartir la responsabilidad del ajuste macroeconómico post crisis. La pregunta para un hegemón sabio es entonces ¿Cómo mi comportamiento determina la estabilidad y éxito del sistema del cual yo también me beneficio y por el cual soy en gran parte responsable?
Esa pregunta surge tanto en geopolítica como en economía. Depende de Alemania, aunque con sus aliados, elaborar una respuesta a la Rusia de Vladimir Putin que combine la zanahoria del beneficio mutuo con el palo de la disuasión. Esto demandará que Alemania adquiera una posición asertiva en defender los valores occidentales.
Alemania es un hegemón reacio. Es demasiado fácil entender eso. Pero es demasiado poderoso y demasiado importante para evitar su nuevo destino. En él descansa el futuro de una política y económicamente frágil Europa. El tiempo de pensar en pequeño ya pasó. Alemania es ahora un gran país con grandes responsabilidades. Será juzgado por la manera en que cumpla con esas expectativas.
Financial Times