"El trabajo duro de los trabajadores británicos está dando frutos", anunció George Osborne, el ministro de Hacienda del Reino Unido, el otoño (boreal). No parece ser de esa forma. A pesar de que más y más británicos están trabajando, y por jornadas más largas, su recompensa parece ser un fraude. Ajustados por inflación, los sueldos promedio están todavía un 4,2% por debajo de cuando Osborne asumió en 2010. Pero el día de pago para los trabajadores al fin está a la vista.
En los últimos cuatro años el crecimiento del empleo ha sido dinámico –mucho mejor que lo que el desempeño de la economía sugeriría. Esto ha sido impulsado por los adultos mayores. Baby-boomers cercanos al retiro se dieron cuenta de que sus fondos de pensión habían sido mermados por la crisis, y tasas de interés más bajas significaban que sus ahorros producían menos ingresos. Muchos decidieron retirarse más tarde o establecerse como consultores independientes, impulsando las cifras de empleo.
Las políticas gubernamentales alentaron esto. En 2010, la edad de jubilación legal para las mujeres comenzó a subir; desde 2011 se le ha prohibido a las empresas imponer el retiro obligatorio. Las reglas que endurecen el acceso a los beneficios, algunas introducidas durante el gobierno previo, también pueden haber impulsado a la gente a trabajar.
El mercado laboral flexible de Inglaterra permite que los salarios se ajusten fácilmente a los cambios en la oferta, y la demanda, de trabajadores. Entonces, un aumento en la oferta de personas dispuestas a trabajar apenas impulsó al alza el desempleo, a pesar de la débil demanda. En vez de eso, los salarios disminuyeron a medida que los trabajadores competían por empleos de menor remuneración.
Entonces, en 2013, el gasto comenzó a recuperarse. El compromiso del Banco Central Europeo (EBC) de evitar un quiebre de la zona euro entregó tranquilidad; el esquema del Banco de Inglaterra de "fondos para los préstamos" recortó las tasas de interés para los préstamos a las familias y empresas. Ahora, la economía británica crece de forma impresionante, mucho más rápido que Estados Unidos, por ejemplo.
El 29 de abril estadísticos estimaron que la expansión anual del PIB fue de 3,1% en el primer trimestre. La creación de empleos se está acelerando: 691.000 trabajos han surgido en el año hasta febrero. La tasa de desempleo, que rondó un 8% entre 2009 y mediados de 2013, cayó a 6,9% en febrero.
Tres escenarios
Este sólido impulso del gasto y la contratación podría producir dos resultados distintos, dependiendo de si la baja productividad británica se mueve o no. Si los trabajadores no aumentan su productividad, la inflación aumentará. A medida que el desempleo disminuya, los trabajadores pedirán mayores sueldos y las empresas se verán obligadas a traspasar los mayores costos laborales a los consumidores. El Banco de Inglaterra tendrá que intervenir, aumentando las tasas de interés para contener la inflación.
Si, por otro lado, la productividad comienza a recuperarse, las firmas serán capaces de permitirse salarios más altos sin subir los precios. Más aún, necesitarán menos trabajadores adicionales para satisfacer la demanda, por lo que el crecimiento del empleo comenzará a disminuir, permitiendo que el banco central retrase el aumento de las tasas de interés y las suba ligeramente cuando finalmente suceda.
Este escenario parece crecientemente ser más que una expresión de deseos. Bill Martin y Robert Rowthorn, economistas de la Universidad de Cambridge, argumentan que una de las razones de la baja productividad del Reino Unido post-crisis es que los bajos salarios impulsan a las firmas a depender de mano de obra para trabajos poco calificados, en lugar de invertir en máquinas y software. El alza de los sueldos debería comenzar a revertir esta tendencia, impulsando la inversión y la productividad de los trabajadores.