¿La China de hoy es la Unión Soviética de ayer?
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En octubre, el 20° Congreso Nacional del Partido Comunista de China (PCCh) confirmó al presidente Xi Jinping y a los principales líderes políticos de ese país para los próximos cinco años. Pero el impacto que eso tendrá en la economía china dependerá de tres factores: el estado de las instituciones del país, la situación económica actual y pasada, y las intenciones políticas de sus líderes.
Las instituciones chinas más fundamentales son totalitarias y reflejan y reproducen el control monopólico del PCCh sobre cada una de las facetas de la sociedad, incluida la economía. Las instituciones partidarias-estatales de control totalitario fueron trasplantadas en su totalidad desde la Unión Soviética en 1949. Aunque el totalitarismo al estilo soviético colapsó tres décadas atrás bajo el peso de sus fracasos económicos, China parecía ser la excepción. La cuestión es ahora si el experimento totalitario chino será capaz de durar.
Desde que Xi llegó al poder en 2012, China volvió al totalitarismo y los líderes del PCCh reafirmaron su control, especialmente sobre el pujante sector privado. Esa vuelta atrás es uno de los principales motivos de la brusca desaceleración económica.
Para responder eso, hay que entender la estructura del “totalitarismo con características chinas”. Uno de sus pilares es el totalitarismo con descentralización regional (TDR), que combina un control totalitario muy centralizado de la política, la ideología y el personal con la descentralización de asuntos administrativos y económicos.
Esa estructura facilitó las reformas post Mao: se relajó el control totalitario centralizado de la economía y el TDR evolucionó para convertirse en un autoritarismo con descentralización regional (ADR). Pero desde que Xi llegó al poder en 2012, China volvió al totalitarismo y los líderes del PCCh reafirmaron su control, especialmente sobre el pujante sector privado. Esa vuelta atrás es uno de los principales motivos de la brusca desaceleración económica china en 2022.
Apertura
Gran parte del rápido crecimiento económico a principios de la reforma post Mao representó la recuperación posterior a la devastación que implicaron el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural, entre fines de la década de los ‘50 y fines de la década de los ‘70; pero la parte restante fue más allá de una mera recuperación y constituye una suerte de enigma.
Cuando todos los esfuerzos reformistas de sus contrapartes comunistas en la Unión Soviética y Europa central y oriental habían fracasado, China tuvo éxito con sus políticas, al lograr solucionar un problema fundamental de incentivos que caracteriza a las burocracias partidarias-estatales. Ese éxito temprano ofrece pistas sobre la sostenibilidad actual de su economía.
Después de la muerte de Mao, los líderes del PCCh se convencieron de que el crecimiento económico era la clave para su supervivencia y se decidieron por el TDR como base institucional para las nuevas políticas reformistas. En el nuevo modelo, el desempeño económico regional determinaría el ascenso de los burócratas partidarios-estatales, lo que llevó a una competencia entre burócratas a escala subnacional. Para ganar ventaja, algunos encubrieron, y hasta apoyaron, a empresas privadas ilegítimas y desataron así involuntariamente el rápido crecimiento del sector privado chino, un desarrollo incompatible con el totalitarismo y que, por cierto, nunca fue tolerado en la Unión Soviética.
China aún tiene mucho camino por recorrer solo para alcanzar el nivel de desarrollo relativo de la Unión Soviética. Que pueda lograrlo es una incógnita ahora que está regresando al fracasado sistema soviético de control central.
Los emprendimientos privados se incorporaron cada vez más a la economía china y el PCCh dio un paso más: enmendó la constitución para reconocer el derecho a propiedad privada. China fue el primer estado comunista en hacerlo. En ese momento se relajó relativamente el control y el TDR comenzó a dar paso al ADR.
Con el modelo del ADR se permitió que crecieran el sector privado, una sociedad civil rudimentaria y los medios masivos de difusión -algo que hicieron rápidamente-, siempre que no desafiaran al monopolio político del PCCh. Luego llegó el acceso de China a la Organización Mundial del Comercio en 2001, que trajo consigo un enorme flujo de inversión extranjera y el espectacular aumento de las exportaciones. Esa situación y la rápida expansión del sector privado se convirtieron en los motores fundamentales del rápido crecimiento de China en este siglo.
Beijing, tenemos un problema
Pero aunque el ADR permitió ese crecimiento temprano, también se convirtió en la raíz de un problema a más largo plazo. La propiedad estatal del suelo, el monopolio estatal del sector bancario, la ausencia de independencia judicial, la discriminación contra el sector privado y la carencia de demanda interna amenazan continuamente al dinamismo económico chino. Si bien el deseo del PCCh de reconstruir su legitimidad lo impulsó a relajar el control totalitario en los años iniciales de la reforma, la crisis financiera mundial de 2008 ofreció al partido una excusa para renovar su búsqueda del control total.
El régimen recurrió a una gigantesca acumulación de deuda para impulsar el desarrollo de la infraestructura por doquier, lo que generó una elevada tasa de crecimiento... al menos por un tiempo. Pero la mayoría de esas inversiones fueron ineficientes y China entró en un círculo vicioso de sobreapalancamiento y capacidad excedente. Peor aún fue que el gigantesco gasto público respaldado con deuda desplazó al sector no estatal: ante el avance del sector público, el sector privado se retiró.
Otro problema es la falta de un sistema judicial independiente que proteja el derecho a la propiedad privada que reconoce la Constitución. En lugar de ello, el poder judicial tiende a proteger a las empresas estatales y a los activos controlados por el partido. A veces hasta sirve para que el partido-Estado expropie bienes a los propietarios privados. Esta falta de independencia judicial también es nociva para las empresas por otro motivo, implica que no se puede hacer cumplir los contratos de manera predecible.
Mientras tanto, la propiedad estatal exclusiva del suelo y el monopolio estatal de la banca crearon graves problemas en el sector inmobiliario, que genera de manera directa e indirecta aproximadamente un tercio del PIB. La mercadización de los bienes raíces chinos, que comenzó en 1998, fue diseñada para transformar al suelo estatal en ingresos fiscales para el partido-Estado. La reforma clave fue convertir a cada gobierno local en el único propietario del suelo en su jurisdicción.
Pero para maximizar los beneficios financieros del suelo, todos los niveles de gobierno trataron de aumentar su precio restringiendo la oferta. Por ello, el mercado inmobiliario chino, según la relación entre los precios de los inmuebles locales y el ingreso per cápita promedio, es uno de los más caros del mundo. En la era de Xi, el valor inmobiliario de China supera al de Estados Unidos y la Unión Europea juntos, aunque esta burbuja intencional está ahora a punto de estallar.
Además de crear problemas en el mercado inmobiliario, la propiedad estatal exclusiva del suelo y el monopolio estatal de la banca desestabilizaron los sistemas financiero y fiscal chinos. Los gobiernos en toda China usaron la tierra como garantía y se endeudaron masivamente con los bancos estatales, empujando la proporción de deuda a PIB del país a 300% en el primer trimestre de 2019 y convirtiendo su tasa de apalancamiento en una de las más altas del mundo.
Peor aún es que la mayoría de las deudas chinas son hipotecas que usan tierra y activos financieros como garantía. Ahora que la economía se desaceleró, las hipotecas devaluadas subyacentes a esas deudas procíclicas comenzaron a pesar sobre la totalidad del sistema económico y podrían disparar crisis financieras y fiscales.
La baja demanda interna exacerba todos esos problemas. En el pasado China podía sustituir la escasa demanda interna con ingresos por exportaciones, pero ahora que los vínculos chinos con las economías avanzadas con alto consumo se están deteriorando, ya no puede recurrir a las exportaciones para impulsar el crecimiento. La tasa de consumo privado china respecto del PIB sigue siendo una de las más bajas del mundo, solo fue de 38,5% en 2021 frente a casi el 70% en EEUU y el 56% en Japón.
La crónica escasez de demanda interna se debió fundamentalmente a que el crecimiento del ingreso de los hogares fue, durante décadas, menor al del PIB debido a que el Estado se apoderó de demasiado a través de sus agencias y monopolios. Pero otro de los motivos es una grave desigualdad en los ingresos. Una enorme cantidad de gente -especialmente la población rural, de acuerdo con la definición oficial- vive en la pobreza absoluta, independientemente de sus medios de vida, debido a diversas restricciones institucionales. En un discurso en 2020, el entonces primer ministro Li Keqiang informó que el ingreso mensual de unos 600 millones de chinos era de CNY 1000 (US$ 140). De hecho, 500 millones ganan menos de eso, o incluso mucho menos.
Ida y vuelta
El mayor de los nuevos desafíos para la economía china es el cambio en los objetivos del PCCh al respecto. La meta del desarrollo económico para la supervivencia del partido fue reemplazada por la búsqueda de la evolución política pacífica y la prevención de las “revoluciones de colores”. Desde 2012 los líderes del PCCh vienen tironeando sistemáticamente de la economía política china para llevarla nuevamente hacia el totalitarismo.
Aun cuando el pluralismo social (empresas privadas, organizaciones de la sociedad civil y medios de difusión independientes) sigue siendo limitado, los líderes del PCCh continúan preocupándose porque ese limitado espacio pueda constituir la base para una rebelión. Hubo purgas de emprendedores privados prominentes y se suprimió despiadadamente a empresas líderes no estatales de la economía digital. Esas situaciones no solo debilitaron al sector privado, además redujeron el acceso de China a las economías avanzadas del mundo.
Después del reciente Congreso del PCCh, queda claro ahora que fortalecerán el control totalitario de cada rincón de la sociedad. Se reducirá la cantidad de tecnócratas moderados y su peso en las agencias partidarias-estatales. La determinación de la política económica será política. Las empresas estatales y las burocracias partidarias-estatales desplazarán incesantemente a las empresas privadas y a los mercados. La devastadora política de Cero Covid ya dio una muestra de cuánto se puede extender el poder del PCCh (y cuánto lo hará).
Para la década de los ‘80, el PIB per cápita (según el poder adquisitivo) de la Unión Soviética era de aproximadamente un tercio del de EEUU, mientras que el PIB per cápita chino actual es apenas poco más de un cuarto del estadounidense. Aún peor, a causa de la política de “un solo niño” que el PCCh implementó durante décadas, la tasa de crecimiento de la población china comenzó a caer y su estructura demográfica implica que tanto la oferta de mano de obra como la demanda interna sufrirán problemas aún mayores. Todo esto implica que China aún tiene mucho camino por recorrer solo para alcanzar el nivel de desarrollo relativo de la Unión Soviética. Que pueda lograrlo es una incógnita ahora que está regresando al fracasado sistema soviético de control central.
En la década de los ‘50, uno de los eslóganes más famosos del PCCh era: “La Unión Soviética de hoy es nuestro mañana”. Es posible que ese mañana haya llegado y el PCCh vaya rumbo a transformar a la China de hoy en la Unión Soviética de ayer. No parece que los líderes del partido se den cuenta de que los mismos problemas que hundieron a la economía soviética amenazan ahora con hundir a China. Cada día que pasa, ese resultado parece más claro.