La industria vitivinícola “ha hecho un cambio en el entendido de que convivir con la naturaleza es mejor”
Desde el Programa Vino, Cambio Climático y Biodiversidad, Barbosa lleva 15 años reuniendo, como pocas veces, a un sector productivo con la ecología, favoreciendo la adaptación de las viñas al cambio climático.
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“Soy una persona que pudo disfrutar del esplendor del bosque esclerófilo, en convivencia con la ganadería extensiva. Entonces, para mí era normal el poder cuestionarme cosas que tenían que ver con la naturaleza nativa y el sector productivo”. Esa experiencia es la que ha impulsado la investigación científica de la académica de la Universidad Austral, Olga Barbosa, quien ha estado a la cabeza del pionero Programa Vino, Cambio Climático y Biodiversidad, un espacio que ya cuenta con 15 años de experiencia, apoyando un trabajo entre la ecología y un sector productivo, para que numerosas viñas nacionales se adapten exitosamente al cambio climático.
La también subdirectora del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB), espacio a cargo del trabajo que guía el mencionado programa, relata cómo -en base a la evidencia- el sector vitivinícola ha comprendido que sus viñedos se ven favorecidos por el cuidado que la misma industria da a la vegetación nativa. Se trata de una experiencia ícono para la agricultura, que ya se está desarrollando en la producción de aceite de oliva, berries y paltos.
“Antes prevalecía la idea de que esa vegetación (nativa) se interponía en el cultivo, pero nosotros no solo la hemos mantenido, sino que también la cuidamos y la integramos dentro de la viña”.
- ¿Dónde se origina su innovadora línea investigativa?
- Ya venía trabajando en conceptos de conservación, en el campo de la ecología, y en el marco de una evaluación que se hizo a nivel mundial, se definieron sitios prioritarios para la conservación, uno de los cuales son los biodiversity hotspot, que justamente se pueden encontrar en el 40% del territorio de Chile, en la zona centro sur y en la Selva Valdiviana. También los hay en el Mediterráneo europeo, Baja California, la zona del Cabo en Sudáfrica y el sur de Australia. ¿Qué tienen en común esos sitios? Todos producen vino.
Eso fue un switch gigantesco, que me acomodó, pese a que me separó de la visión que predomina en la academia. Ya sabíamos que la agricultura es el primer factor de pérdida de diversidad y en vez de seguir estudiando eso, me interesó buscar una solución.
- ¿Cómo avanza desde ahí hasta el Programa Vino, Cambio Climático y Biodiversidad?
- Se trata de un proyecto científico que nace en 2008, financiado ahora por la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo del Ministerio de Ciencias. El IEB se adjudicó fondos basales con un proyecto de 10 años, al que volvimos a postular para contar con otros 10. Es una tarea de largo plazo, donde hemos construido confianzas con la industria.
Partimos por explicarles que hacemos modelos de cambio climático para la biodiversidad, para ver –ya en 2008- dónde estarían ciertos bosques, ciertas especies, en 2050 o 2100. Les ofrecíamos ver qué adaptaciones requerirían sus terrenos y sus viñas, para lo cual necesitábamos que nos abrieran el espacio para hacer experimentos y desarrollar conjuntamente prácticas de mediano y largo plazo.
Con los años, hemos visto que las viñas con las que trabajamos son las que menos sufren con el cambio climático, porque vienen tomado acciones hace ya 15 años.
Trabajo en terreno
- ¿Qué hicieron concretamente?
- En este biodiversity hotspot hay vegetación que está súper bien adaptada al clima, que no tienes que regar y puede sobrevivir a períodos súper cálidos, sin lluvia, etcétera, aun estando más estresada por las variaciones climáticas actuales. Antes prevalecía la idea de que esa vegetación se interponía en el cultivo, pero nosotros no solo la hemos mantenido, sino que también la cuidamos y la integramos dentro de la viña. ¿Por qué? Porque la naturaleza provee servicio ecosistémico, beneficios.
Por ejemplo, una viña que está cerca de un bosque disfruta de una regulación microclimática, pues esa vegetación transpira permanentemente. Ante el beneficio de ese proceso fisiológico, hay viñas que incluso han integrado vegetación en sus corredores.
Adicionalmente, la mayoría de las viñas que trabajan con nosotros han transitado a un manejo integrado, orgánico o biodinámico. Es decir, han dejado de lado gran parte de pesticidas y fertilizantes, porque hemos demostrado que tener esta vegetación permite que haya más insectos y que, a mayor diversidad, menos probabilidad de plagas.
Además, la vegetación generará más nutrientes, los que se mezclan con la viña cuando llueve.
En definitiva, han hecho un cambio en el entendido de que convivir con la naturaleza es mejor.
-¿En el resto de la industria agrícola se podría desarrollar un trabajo como este?
-Siempre pensamos que el trabajo que realizáramos con el vino sería algo ícono para la agricultura. De hecho, ya desarrollamos programas paralelos con la Asociación Chile Oliva, el cual va muy bien encaminado. También hemos trabajado con la industria de berries acá en el sur, que tiene muchas posibilidades de instaurar estas prácticas, considerando que dependen de la polinización. Además, estamos desarrollando una línea con los paltos, donde el IEB realizó estudios que muestran que éstos tienen mejor calibre y mejor estatus sanitarios en lugares en donde hay varios polinizadores y la naturaleza es la que subsidia esa polinización.