Shinzo Abe: “Japón no será más una carga económica. Eso será una cosa del pasado”
Si Abe fracasa, Japón podría sufrir más décadas perdidas, mientras el poder económico y militar de China sigue creciendo.
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Shinzo Abe, el primer ministro de Japón, lidera el experimento económico más riesgoso e importante del mundo. Otros países sólo necesitan mantener la inflación en 2%, pero Japón intenta escapar de dos décadas de deflación. Su deuda pública neta es más del doble que la de EEUU y la bomba de tiempo fiscal de una población que envejece marcha más fuerte que en cualquier otro lugar.
Lo que está en juego para Abenomics –las tres flechas de estímulo monetario, fiscal y reformas estructurales del premier– no podría ser mayor. Si Abe fracasa, Japón podría sufrir más décadas perdidas, mientras el poder económico y militar de China sigue creciendo.
A dos años del inicio del programa, hay creciente impaciencia por resultados y la sensación de que se está acabando el tiempo. La broma entre los líderes empresariales en Tokio es que Abe merece una nota "A" por su estímulo monetario, una "B" por su política fiscal y una "E" por el limitado progreso en la reforma estructural. Sentado en su residencia oficial, el primer ministro rechaza la calificación. Argumenta que el mundo subestima su progreso.
"Quizás se me dio una nota E sólo para deletrear mi nombre, pero nosotros otorgamos gran prioridad a la estrategia de crecimiento", afirmó. Cuando un pálido y ojeroso Abe dimitió en 2007, después de su primer y breve período como premier, estaba asediado por el escándalo. Su sueño de reformar la constitución pacifista del país había fracasado por la indiferencia del público. Su carrera no sólo parecía acabada, parecía una vergüenza.
El timing lo es todo
El modelo resucitado es robusto y saludable, con el beneficio de un líder político seguro de sí mismo, que acaba de aplastar a su oposición en una segunda elección consecutiva. "Durante este mandato tengo claramente identificado el orden de prioridades", afirmó Abe, cuyo primer gobierno en 2006-2007 estuvo marcado por un deseo frenético pero inútil de hacerlo todo a la vez. Las políticas han cambiado también. En su primera administración, Abe era la cabeza del Partido Liberal Democrático (PLD) pero esta vez ha marginado al sistema de facciones del partido, que lo hacia casi ingobernable. El poder está ahora en las manos del primer ministro.
El ritmo más pausado de las reformas refleja esa lección de su fallido primer mandato. Es una paradoja: los mismos cambios –el foco económico– que han dado a Abe la fortaleza para moverse agresivamente, también le han dado cautela para no adelantarse a la opinión pública o al PLD, arriesgando su control. El peligro es que Abe vaya demasiado lento, dejando pasar la oportunidad mientras el Banco de Japón mantiene el estímulo, sus índices de popularidad son altos y los baby boomers siguen saludables. Sus grandes logros en 2013 y 2014 fueron en los frentes monetario y fiscal, e hizo algunos progresos en el gobierno corporativo y el acuerdo comercial TPP.
Pero los cambios que Japón más necesita están en el mercado laboral y en el sistema de seguridad social. El primero, para impulsar el alcance y la productividad de una fuerza laboral que disminuye, y el segundo, para controlar los costos, ya que la población envejece.
El frente monetario es aún la parte más efectiva de las Abenomics. La caída de los precios del petróleo ha arrastrado la inflación bajo el 0,2%. Pero el gasto de los consumidores podría recuperarse, ya que el petróleo barato y los altos salarios beneficiarán a los hogares por primera vez, y el efecto del aumento de impuestos del año pasado disminuye. La decisión de Abe de posponer un segundo aumento a los impuestos ha ayudado al panorama a corto plazo, pero su insistencia en que Japón está en "camino firme" para un superávit presupuestario primario en 2020 no convence. Esto demuestra la necesidad de los "planes concretos" para el verano. La falta de esos planes es una de las razones de por qué los empresarios nipones siguen siendo ambivalentes ante Abenomics, a pesar del enorme impulso competitivo de un yen débil. La sensación de que Abe todavía debe abordar las finanzas públicas u ofrecer un camino hacia el crecimiento futuro, hace a los ejecutivos reacios a invertir en su país.
Jugador global
Al ser consultado sobre el vecino más cercano de Japón, Abe mira sus notas y tiene especial cuidado. En noviembre, conoció a Xi Jinping, el presidente chino. Si bien su apretón de manos pareció poco entusiasta, calmó las relaciones bilaterales, que han caído a su peor estado en años ya que China impulsa reivindicaciones territoriales.
Abe ordena sus pensamientos. La relación ha mejorado, afirma, apuntando a los progresos en un mecanismo para lidiar con crisis. Eso puede reducir la posibilidad de una confrontación por las islas Senkaku, que China llama Diaoyu.
¿Entonces podría Abe hacer una diferencia positiva, y poner a descansar algunos fantasmas del pasado o hay mucha gente en Corea, China y Japón que no tienen interés en dejar esos fantasmas en paz? "Nunca podremos borrar eventos del pasado", declara Abe. "Pero sí podemos aprender de ellos", asegura.
Su tono optimista marca una diferencia entre el segundo mandato de Abe y sus predecesores. Cualquier duda puede existir sobre el hombre y su programa, ha logrado vender al público japonés una visión positiva del futuro, y ahora tiene varios años más para cumplir.
Pero casi nada de esto será posible si su misión primaria, revivir la tercera economía del mundo, fracasa. En 2020, afirma, "Japón no será más una carga económica. Eso será una cosa del pasado".