por John Paul Rathbone
, Londres
Los años dorados de Sudamérica se acabaron. El auge de las materias primas llegó a su máximo y la región ya no disfruta del abundante capital. Las economías se están desacelerando. El FMI recortó el pronóstico de crecimiento de la región para 2013 a 2,7%, el peor desempeño desde 2008. Mientras, las ganancias democráticas están amenazadas en Argentina y Venezuela.
Esa es la visión gris de los que predicen el desastre. Adiós, años mozos; hola dictadores con anteojos. ¿Pero es el diagnóstico correcto?
Las próximas elecciones en Argentina, Chile y Venezuela, además del inicio de la campaña en Brasil, sugieren que la democracia está más vigorosa que nunca. Y aún se prevé buenos tiempos económicos.
Sin embargo, Sudamérica ha llegado a una encrucijada. Los precios de las materias primas y los flujos de capital ya no están subiendo. La región está experimentando una bifurcación política y económica.
Un grupo de países, que incluye a Chile, invirtió el dinero de las materias primas y aún está creciendo. Otro grupo, que incluye a Argentina y Venezuela, gastó el beneficio en consumo.
La política cuenta una historia similar. El auge de los commodities alentó a los líderes. Un alto crecimiento les permitió gastar en programas sociales. Millones se unieron a la “nueva clase media” y luego hicieron que los líderes volvieran al poder. Si bien la expansión ayudó a quien haya estado en el poder, no siempre ayudó a la democracia. Este es el caso de Argentina y Venezuela, donde el poder se ha concentrado.
En contraste, la elección de Chile probablemente verá la transferencia de poder desde un partido a otro por segunda vez desde la transición, un signo de una fuerte democracia.
Por último está Brasil, donde el Partido de los Trabajadores ha gobernado desde 2002, lo que debilitó a la oposición. Sin embargo, la alianza entre Marina Silva y Eduardo Campo sugiere que la oposición se está reformando.
¿Qué lecciones se pueden sacar? En términos generales, hay un grupo de países con un fuerte proceso constitucional y con economías más fuertes, y otro que es lo opuesto. Es la vieja verdad liberal: la buena política hace posible una buena economía, y viceversa.