Por Robin Harding
Cuando Ben Bernanke acudió a su sesión de confirmación en Washington en noviembre de 2005, todo parecía ir bien para la economía de EEUU. El crecimiento se aproximaba al 3%, y al precio de la vivienda le quedaban otros cinco meses de subida.
En unos pocos años como miembro del consejo de gobernadores de la Reserva Federal, Bernanke había dejado su sello. Prometió que nunca permitiría otra Gran Depresión y recriminó al Banco de Japón la deflación del país. Sólo 18 meses después de ser confirmado, Bernanke se vio sumido en una crisis financiera y una recesión que pusieron a prueba su promesa de evitar otra depresión y su creencia en que un banco central siempre puede estimular la economía, aun con los tipos de interés en cero.
Balance
Pasarán años hasta que la historia pueda emitir un juicio definitivo sobre el mandato de Bernanke. Pero mientras prepara su salida en enero, se puede hacer una evaluación preliminar sobre los objetivos cumplidos por Bernanke.
La economía estadounidense sigue lejos del pleno empleo, pero una lectura justa de los datos, que tenga presente la profundidad de la crisis financiera, reconocerá el mérito de Bernanke a la hora de estabilizar y propiciar la recuperación de la economía. La crisis sigue siendo angustiosa, ¿pero podría haberse gestionado mejor?
El primer punto a considerar es si el propio presidente de la Fed fue responsable de la crisis. Bernanke estuvo activo en la política económica entre 2002 y 2006, cuando se inflaron las burbujas inmobiliaria y financiera. Y la Fed era la responsable de supervisar varios de los bancos que posteriormente sufrieron problemas. Los historiadores determinarán la culpabilidad cuando se conozca toda la información.
En 2005, Bernake le explicó a George W. Bush las consecuencias económicas de un desplome del precio de la vivienda. Pero, como la inmensa mayoría de los economistas, no supo ver los peligros que el ladrillo planteaba para el sistema financiero. Y no estuvo implicado en la gran liberalización financiera de los años ‘90, pero tampoco advirtió contra ella. En la actualidad, lo más probable es que se considere a Bernanke como uno más de la corte de autoridades que no previnieron la crisis, pero que tampoco la provocaron activamente.
Otro aspecto es la propia crisis, y en este caso Bernanke sobresale. Los números lo dicen todo. En el primer año y medio de la crisis financiera, los datos de los precios de los activos, la producción económica, el comercio internacional y las quiebras de bancos fueron muy similares a los de la Gran Depresión. Pero a partir de mediados de 2009, empezaron a diverger. Mientras que en 1930 y 1931, continuaron las quiebras, el crédito siguió contrayéndose y se agravó la recesión, EEUU inició en 2009 una recuperación constante. Esto refleja el éxito de la Fed –y de Bernanke– a la hora de estabilizar los bancos y el sistema financiero.
Hay una decisión que sigue siendo polémica: el 15 de septiembre de 2008, la Fed y el Tesoro de EEUU dejaron caer a Lehman Brothers. Es en ese momento cuando la “crisis crediticia” se convierte en pánico. Para los críticos, fue un error decisivo en la crisis financiera.
La defensa de Bernanke es que Lehman era muy insolvente y que la Fed quería rescatarlo, pero sólo el Tesoro podía gastar dinero público. Es más, si la Fed hubiera roto las reglas y hubiese utilizado su balance para mantener a Lehman a flote, es muy probable que el Congreso no hubiera aprobado los fondos para el programa de compra de activos tóxicos, condenando a otros bancos.
A finales de 2009, era evidente que el estudiante de la depresión había aprobado el examen. Pero su segundo mandato, a partir de 2010, planteaba un reto distinto. Era una prueba para el Bernanke teórico monetario. En 2002, las extravagantes ideas de Bernanke –como comprar activos a largo plazo o limitar la rentabilidad de los bonos– eran sólo las teorías del miembro más “atípico” del consejo de la Fed. Pero en el verano de 2010, la amenaza de una deflación era grave.
Expansión cuantitativa
En los años posteriores, la Fed lanzó sucesivas políticas de expansión cuantitativa –compras de activos del banco central–, con el sobrenombre de QE2, QE3 y Operación Twist. La institución prometió bajos tipos hasta mediados de 2013, y después hasta finales de 2014, mediados de 2015 y finalmente hasta que el desempleo alcance el 6,5%, aplicando el concepto de Bernanke de política efectiva con tipos cero. Esas políticas recibieron y aún reciben críticas desde todos los frentes.
Pero tal vez la mejor forma de juzgar a Bernanke sea analizando las cifras. Una, en concreto, resulta llamativa: durante sus ocho años de mandato, y pese a la colosal crisis financiera, la tasa media de inflación se mantuvo en el 1,8%, frente al objetivo del 2% de la Fed. Si su promesa era evitar la deflación, lo consiguió.
EEUU también ha superado al resto de las economías desarrolladas pese a ser el epicentro de la crisis financiera. Es difícil determinar en qué medida se debe a la política monetaria. La eurozona se vio perjudicada por una serie de crisis de la deuda soberana. EEUU ajustó la política fiscal más tarde que el resto del mundo, aunque las destructivas batallas por los presupuestos en el Congreso fueron una frustración constante para Bernanke. Probablemente no sea una coincidencia que EEUU registrase mejores datos que otros países después de aplicar una política monetaria agresiva.
Ha quedado patente que la política monetaria, y Ben Bernanke, no pueden obrar milagros. Pero, cuando dentro de seis semanas abandone la Fed, el actual presidente de la institución podrá hacerlo con la cabeza en alto.