El consenso con respecto al estado de la economía mundial se ha vuelto más optimista, y con razón. Las economías de altos ingresos parecen por fin estar empezando a despegar, lo que es particularmente cierto para EEUU y el Reino Unido. Pero hay retos importantes más adelante, sobre todo para la eurozona. Para los países emergentes, el crecimiento más fuerte en los países de altos ingresos conlleva beneficios, pero también costos. Si la euforia es uno de los peligros para la estabilidad, 2014 no debería verse demasiado afectado.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) sentó el estado de ánimo en la reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos. En su actualización de las Perspectivas de la Economía Mundial en octubre de 2013, subió ligeramente el crecimiento mundial este año hasta 3,7% (un alza de 0,1 punto porcentual). Pero mejoró el crecimiento del Reino Unido en 0,6 punto, el japonés y el español en 0,4 punto y el alemán y estadounidense en 0,2 punto.
Sin embargo, el crecimiento previsto en los países de altos ingresos sigue siendo muy bajo: 2,8% en EEUU, 2,4% en el Reino Unido, 1,7% en Japón, y 1% en la eurozona. Si esto es correcto, estas economías no reducirán el déficit en la producción en relación con las tendencias anteriores a la crisis: en la eurozona, ese déficit es alrededor de 13%, en EEUU 15%, y en el Reino Unido 18%. Las economías de altos ingresos están logrando recuperaciones modestas desde caídas devastadoras, a pesar de una política monetaria extraordinariamente complaciente. Esa sigue siendo la triste verdad.
¿Podría el resultado ser mejor de lo previsto por el FMI? Sí, siendo EEUU el candidato más fuerte para un rápido despegue: los costos de energía son bajos, el ajuste fiscal se ha desacelerado, el sector financiero está en buena forma, al menos en relación a cómo estaba antes, la carga de la deuda de los hogares ha caído significativamente desde su punto más alto, y los precios de la vivienda están subiendo. Las investigaciones de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff de la Universidad de Harvard sugieren que se necesitan siete años para recuperarse de grandes crisis financieras. Si es así, EEUU podría crecer más rápidamente.
El pronóstico para la eurozona es sombrío: el crecimiento de 1% este año seguiría un descenso de 0,7% en 2012 y 0,4% en 2013. Se pronostica que España e Italia alcanzarán un crecimiento de sólo 0,6% este año. Un fuerte cambio del estado de ánimo podría producir en la eurozona una recuperación mejor de la que se espera. Por desgracia, la eurozona también enfrenta claros riesgos. Uno de ellos es el descenso de la inflación a niveles ultra bajos, o sea, una deflación. La caída de los precios en las economías altamente endeudadas aumenta la carga de la deuda y por lo tanto las posibilidades de nuevas crisis de deuda. Otro riesgo es que la próxima evaluación de los bancos europeos podría revelar importantes déficit de capital. Si esta situación se manejase pidiéndoles a los acreedores que posterguen las fechas límite para el pago de las deudas o hasta bajar el monto de las mismas, sería posible encontrarse con más interrupciones de la financiación bancaria, especialmente en las economías más vulnerables.
En conjunto, el crecimiento de las economías emergentes todavía se pronostica en 5,1% este año, en comparación con 4,7% en 2013. Se espera que Asia y África subsahariana lideren el camino, como de costumbre. Se prevé que China alcance un 7,5% de crecimiento este año.
Las economías emergentes y en desarrollo son extraordinariamente heterogéneas. Pero los grandes eventos de magnitud global afectan a todos, aunque sea en diferentes maneras. A principios del verano pasado, una señal de la llegada del estrechamiento en EEUU generó temblores. Ahora que el estrechamiento de las compras de activos por parte de la Reserva Federal está en marcha, hemos visto una repetición. Estos movimientos del mercado no presagian una plaga de crisis financieras. Argentina es un desastre, pero pocos observadores pueden verse seriamente sorprendidos; los países con grandes déficit de sus cuentas corrientes y de deudas externas son vulnerables. El endeudamiento empresarial también es alto en algunos casos. Pero cualquier crisis se vincularía a las debilidades específicas de cada país. No debería haber otra pandemia.
Sin embargo, incluso si no va acompañada por una crisis, la combinación de un entorno externo más desafiante con debilidades internas podría reducir el crecimiento en muchas economías. En un reciente blog, Zhu Min, subdirector del FMI, enumera cuatro cambios adversos para las economías emergentes: el endurecimiento de las condiciones financieras mundiales, la disminución del crecimiento de China, la caída de los precios de las materias primas, y la debilidad del comercio internacional. Yo añadiría el ajuste en la eurozona, lo que está ocurriendo por medio de un gran giro en la cuenta corriente hacia los excedentes, mientras que lo opuesto sucede en el resto del mundo. Tales cambios y el consiguiente aumento de las entradas netas de capital hacen que las economías emergentes sean vulnerables a “interrupciones súbitas” en las entradas de capital.
Zhu también señala que en las últimas cinco décadas, el crecimiento de los ingresos per cápita en los países emergentes no ha sido en promedio más rápido que en los países de altos ingresos. Por el contrario, mientras que el crecimiento de los ingresos per cápita en los países emergentes fue de hecho más rápido en los ‘60 y ‘70, esto dejó de ser cierto en los ‘80 y ‘90, antes de convertirse en realidad, una vez más, en la década de 2000. Tristemente, el ingreso promedio real per cápita en América Latina es más bajo de lo que era a principios de 1960, por lo que su historia es una de cinco décadas de convergencias perdidas. Algunos temen que un período prolongado de desempeño relativamente débil podría repetirse nuevamente. El mantenimiento de una convergencia es difícil.
Quizás la pregunta más importante de todas se refiere a lo que sucederá en China. Desde 2008 su crecimiento se ha vuelto cada vez más dependiente del auge en créditos. Esto no puede ser sostenible, al igual que invertir la mitad del producto interno bruto en una economía que crece a tres cuartas partes de su tasa histórica. Beijing podría verse forzado a elegir entre una reforma radical y por lo tanto una mayor desaceleración de lo previsto ahora; o postergar la reforma y experimentar una perturbación mucho mayor para el crecimiento en el futuro.
Entonces, ¿qué se puede hacer? Cultivar la recuperación y promover la reforma es la respuesta. En EEUU, esto significa eliminar el estúpido debate sobre el aumento del techo de la deuda. En la eurozona, significa actuar con determinación para expandir la demanda y aumentar la inflación, por lo menos alcanzando la meta de 2%. En Japón, es lo mismo, aunque el banco central parece estar decidido a alcanzar el objetivo que se ha acordado. En los países emergentes, significa una nueva ronda de reformas radicales, en particular en China, Brasil y la India. No menos significa evitar calamidades geopolíticas, como un conflicto entre China y Japón. La cooperación y la comunicación deben estar al orden del día.
Las posibilidades de una salida exitosa de la era de la crisis parecen más grandes que nunca, y deben aprovecharse.