No hay una organización más discutible hoy en día en el mundo de los deportes que la Fifa. Durante los últimos cuatro años, el órgano de gobierno del fútbol mundial ha enfrentado serias acusaciones de corrupción en sus niveles más altos. Una y otra vez, la Fifa y su jefe, Sepp Blatter, han prevaricado sobre las dudosas circunstancias en las cuales Rusia y Qatar se adjudicaron los derechos como anfitriones de los campeonatos mundiales de 2018 y 2022. Ahora, su ofuscación se ha convertido en farsa.
Ayer, la Fifa publicó un reporte diseñado para hacer cerrar la discusión. Concluye exonerando a los dos países de soborno y reconfirma su derecho a los campeonatos. El fallo de la federación, de 42 páginas, fue instantáneamente desacreditado por Michael García, el abogado estadounidense que realizó la investigación. Esta debacle es la última prueba de que el gobierno de la Fifa es un desastre que necesita urgentemente ser arreglado.
Tras mucha dilación, Blatter aceptó realizar una investigación sobre las acusaciones de corrupción realizadas en 2011. Designó a García como investigador del proceso de asignación, pero su investigación estaba comprometida desde el principio. García no tuvo acceso a los registros telefónicos o correos electrónicos de los equipos que hicieron las ofertas. Tampoco pudo entrevistar a los corruptos ex oficiales del organismo fuertemente involucrados en la gestión de las ofertas pero que ahora están marginados del juego.
El insulto final llegó esta semana cuando su reporte, de 350 páginas, se extractó en un sumario de 42 carillas escrito por un principal oficial de la Fifa. Horas después, la truncada versión fue publicada y García reclamó que contenía numerosas "representaciones erróneas" de su trabajo. La Fifa no va a recuperar su credibilidad hasta que el informe elaborado se publique íntegramente, ya que los errores son evidentes.
El equipo de la candidatura por parte de Rusia para 2018 dijo que no era capaz de cumplir los requisitos de información de la investigación porque los computadores utilizados se habían destruido. Lejos de vetar a Rusia por no cooperar, la Fifa lo aceptó sin hacer comentarios.
Una actitud similar mostró con Qatar. Está claro que Mohammed bin Hammam, el ex presidente de la Confederación Asiática de Fútbol, hizo pagos para que los oficiales apoyaran su candidatura a presidente del organismo. Y la Fifa parece satisfecha con que su relación con la candidatura catarí de 2022 fuera "un poco" distante, sin una explicación mejor.
Curiosamente, la mayor censura de la Fifa es para la Asociación Inglesa de Fútbol, que perdió la candidatura a 2018. El organismo inglés puede tener preguntas que responder, sobre todo en relación a su coqueteo con Jack Warner, el ex vice presidente de la Fifa. Pero si la censura para Inglaterra resulta mayor que la Rusia o Qatar probablemente sólo sea por su mejor disposición a entregar evidencias.
El fiasco subraya la necesidad de una revolución en la forma en que se dirige la entidad. La organización tiene un gran poder en el deporte global. El fútbol compromete casi la mitad del mercado mundial del deporte por valor. Pero la Fifa, una organización no gubernamental suiza, no rinde cuentas. No hay directorio que controle a su presidente. Sus ejecutivos, escogidos por las asociaciones nacionales, ejercen su función de forma opaca. Blatter pensará puede capear la tormenta, como muchas veces antes. Pero esta vez, puede que haya calculado mal.
Financial Times