En octubre de 1996, cuando se acercaba el lanzamiento del euro, argumenté que: “la decisión que cierne sobre el Reino Unido es entre estar dentro de la Unión Monetaria Europea y estar afuera... se convertirá en una decisión entre tener una voz dentro de los acuerdos de gobernabilidad de Europa y no tenerla. Con el tiempo, será entre estar dentro de la Unión Europea y estar afuera”.
Concluí, por esta razón, que el Reino Unido debería considerar unirse. Poco tiempo después cambié de idea, argumentando que el Reino Unido no podría progresar dentro. Eventos subsiguientes han confirmado este juicio. Pero mi preocupación inicial también ha sido reinvindicada.
El Reino Unido ha estado por largo tiempo relativamente desconectado, y está ahora en camino de estar totalmente desconectado. El divorcio pendiente presenta un enorme desafío para el país. Para progresar, quizás incluso para sobrevivir, debe cambiar. La salida del Reino Unido es una amenaza, pero quizás también es una oportunidad.
Esto no es argumentar que el divorcio estaba predestinado. Terminar como estamos ahora fue el resultado de una serie de accidentes, incluyendo la tremenda incompetencia de David Cameron, el primer ministro saliente. Si sólo un 2% de aquellos que votaron por “Salir” hubieran votado por “Permanecer”, la última opción habría ganado. Si Cameron no hubiera ganado la última elección general, el referendo no habría sucedido. Si David Miliband hubiera sido el líder del opositor Partido Laborista, probablemente Cameron no habría ganado la elección. Uno podría seguir. Sin embargo, el desencanto del Reino Unido con el proyecto de la UE y la falta de creencia en su propósito existencial siempre hizo que este triste resultado fuera posible.
El Brexit podría no suceder. Después de todo, el referendo es sólo consultivo. No obliga al Parlamento y, además, el Parlamento no puede obligar a sus sucesores. Más aún, el resultado del referendo apenas especificaba que el Reino Unido debería dejar a la UE. No indicaba lo que significaba “Salir”. A medida que las opciones quedaban más claras para la opinión pública, lo último podría quedar sujeto a una intensa adecuación del remordimiento del comprador. Otro referendo no es inconcebible, pero es muy poco probable. Los costos políticos de ignorar, o de buscar anular, el resultado exceden los de aceptarlo. Incluso si eso no tuviera que ser así, todos los candidatos para reemplazar a Cameron creen en ello. El Reino Unido saldrá. Esa debe ser la suposición de sus socios de la UE, en especial si el libre movimiento de personas se mantiene como un principio inviolable. Entonces ¿cómo debería responder el resto del bloque?
La casi cierta salida del Reino Unido es una amenaza a la UE en dos dimensiones.
Primero, el Reino Unido es un vecino, un mercado, un centro financiero, un socio de seguridad y un vínculo al mundo más amplio. Es en el interés de la UE alcanzar una relación mutuamente satisfactoria, sin importar cuán irritante sea el Reino Unido. Esto argumenta a favor de la posición pragmática adoptada por Alain Juppé, quien lidera la carrera por la nominación presidencial de la centroderecha en Francia. Incluso sugiere que las restricciones al libre movimiento de personas deberían ser negociables. De ser así, eso seguramente habría hecho innecesario al Brexit.
Segundo, el Brexit es un precedente. El primer país en dejar la UE es, inevitablemente, un ejemplo para aquellos que desean seguirlo y una advertencia para quienes se oponen. Es natural que los últimos busquen minar el atractivo del primero castigando al Reino Unido. Lo comprendo. La pregunta que deben hacerse, sin embargo, es si la mejor forma de preservar la UE es convertirla en una prisión, en lugar de un refugio deseable. Esto no es abogar por la indulgencia. Sino que es argumentar en contra del rencor.
Sí, es entendible que el establishment de la UE quiera reducir el atractivo de los populistas. Pero la mejor forma de hacerlo debe ser entregar a los europeos la seguridad y prosperidad que buscan. Una de las razones por las cuales tantos en el Reino Unido querían salir es que la UE ya no es vista como cumplidora de estas promesas. Eso no ha sido una dificultad sólo en el Reino Unido. Es una dificultad en todo el bloque.
Por lo tanto, el mayor desafío para la UE es hacer que funcione -y que se vea que funciona- para el beneficio de la gran mayoría de sus ciudadanos. Como argumenta Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo: “el espectro de un quiebre está acechando a Europa y una visión de una federación no parece ser la mejor respuesta”. Esto es sensato. El fracaso de la UE no recae en sus estructuras políticas, sino que en sus políticas. Debe asegurar legitimidad a través de logros prácticos en lugar de una mayor erosión de la autonomía nacional.
El mayor ejemplo de un fracaso reciente está dentro de la zona euro. Eso no tiene nada que ver con el Reino Unido. La triste verdad es que, lejos de lanzar un período de prosperidad, el euro ha entregado un período prolongado de estancamiento y divergencias enormes en los estándares de vida. Entre los primeros trimestre de 2008 y 2016, el Producto Interno Bruto real agregado de la zona euro subió sólo 0,5%, mientras que la demanda real agregada bajó 2,4%. Esto es lo suficientemente desalentador. Incluso peor, se prevé que entre 2007 y 2016, el PIB real per cápita suba 11% en Alemania, se estanque en Francia y retroceda 8% y 11% en España e Italia, respectivamente.
Estos nefastos resultados no son accidentes. Son producto de un mal diagnóstico de la crisis como principalmente fiscal, de un ajuste macroeconómico asimétrico, y de una oposición oscurantista al estímulo fiscal, incluso en momentos de tasas de interés reales negativas en los préstamos a largo plazo. A Alemania le ha ido bien con el euro. A sus socios principales no. Esta divergencia representa una gran amenaza. No existen planes efectivos para terminarla.
Es poco probable que la UE obtenga la legitimidad que proviene de la responsabilidad democrática: es muy grande y muy diversa para eso. La mejor ruta a la legitimidad consiste, en cambio, en manejar los desafíos prácticos que enfrenta. Enfrentar la migración es un desafío práctico extremadamente importante y difícil. Pero hacer que la zona euro prospere es indispensable. El Brexit es molesto. La prioridad es un plan práctico para un crecimiento económico ampliamente compartido.