Una geografía mariana
Gabriel Guarda O.S.B.
- T+
- T-
Se ha dicho con propiedad que España destaca entre la naciones católicas por la continuidad que su intensa devoción a la santísima Virgen presenta históricamente, pasada ya la Edad Media. En efecto, mientras en muchas de aquellas naciones europeas el Renacimiento entibia su religiosidad y, con ello, las expresiones de devoción a la Madre de Dios, en la península estas formas de piedad pasan a la conciencia cultural del pueblo que, a su vez, las expresa en un fondo teológico de manera casi instintiva, dado el hecho de que muchas de sus formulaciones pasarán a ser interesantes tesis de la moderna teología.
La difusión que en los planos artísticos de la pintura, escultura y, sobre todo, literario, tiene el tema mariológico ibérico, va emparejada con la defensa académica de la Inmaculada Concepción o la Asunción de María. Se ha podido ver, más allá de las advocaciones tradicionales heredadas de la Edad Media, la floración de otras enteramente nuevas, de carácter más conceptual o directamente teológicas: así entre otras, la Anunciación, la Encarnación, la Esperanza o la Natividad.
Pero la mayor fuerza de esta especie de vocación mariológica no residirá en las manifestaciones en que se encarne en la península, sino en el hecho de que sea trasladada, con renovada fuerza, al nuevo mundo que, de este modo, pasa a ser el campo de cultivo más adecuado para tal floración, precisamente en una época en que el recio potencial religioso de las naciones cristianas del viejo se debilita en forma paulatina.
Ha podido hablarse de cierta vocación “mariófora” de España, cuya mejor imagen sería la “Santa María”, de Colón, en cuya cubierta los marineros cantaron cada tarde, llenos de esperanza, la Salve Regina; “con la proa hacia el nuevo continente aquella nave… actualizó de nuevo en la Historia el divino misterio de la Encarnación del Verbo”.
La geografía de América será bautizada sacralmente; a los recuerdos de la gran patria o de la patria chica, a la memoria del Rey o de la Reina, del propio nombre o apellido, se mezclan títulos, en el sentido más amplio del término, religiosos, hasta llegar a tejer unas verdaderas coordenadas teológicas que, a través de todo el santoral y de los misterios de la fe, definen la nueva geografía, que de esta manera pasa a tener algo de díptico o calendario, cuando no de un auténtico Martirologío, en su acepción de catálogo o registro de todos los santos y sus respectivas celebraciones.
En otro lugar hemos señalado como las tomas de posesión de golfos, bahías y estrechos, la ocupación y nominación de nuevas provincias y territorios como, sobre todo, la fundación de nuevas ciudades, se encuadran dentro de una verdadera liturgia, que llegará a ser exclusiva de estas tierras, las cuales, de este modo, surgen a su identidad en el plano universal como a través de un verdadero bautismo.
La fundación de la ciudad de La Concepción Santísima de la Luz, por Pedro de Valdivia, en 1550; la toma de posesión del Estrecho de Magallanes por Pedro Sarmiento de Gamboa y la consiguiente fundación de la ciudad de Nombre de Jesús, en 1584; o la constitución de la postrera de Santa Cruz de Coya, por el Gobernador Oñez de Loyola, en 1595, ya desde sus mismos nombres constituyen un ejemplo ilustrativo de este principio, que se repite escrupulosamente a lo largo de siglos, incluso sobrepasado el límite cronológico de la dominación española.
Es sin embargo en aquel período donde se fija, por decirlo así, el sello espiritual del continente y, dentro de él, de Chile. Una predicación, una misión, una auténtica evangelización, plasma los orígenes de nuestros pueblos, que de esta manera vienen a ser como incubados en un mundo grávido de lo sobrenatural. La cultura, las costumbres, como, desde luego, la teología, a que antes nos referíamos, como parte del bagaje religioso de la España renacentista y barroca, en Indias se desplegará en nuevas virtualidades hasta llegar a constituirse en parte de su ser.
Pedro de Valdivia, al entrar con su expedición colonizadora por el despoblado de Atacama, en el extremo norte, hasta alcanzar el centro geográfico del territorio y fundar Santiago, lleva en el arzón de su silla de montar la primera imagen conocida de la Virgen que llega al país, Nuestra Señora del Socorro. La expedición es así la primera “procesión” mariana que se verifica en el territorio, la cual, siguiendo el citado itinerario, simbólicamente señorea, desde principios de 1541, todo el futuro país.
Aquella diminuta imagen será entronizada definitivamente, por voluntad testamentaria del fundador de Santiago, en el altar mayor de la iglesia de San Francisco, donde aún se conserva y, no obstante haber sido puesta la catedral bajo el patrocinio de la Asunción, cuando en 1643 una real cédula ordene que todas las ciudades elijan un patrocinio mariano en las imágenes de mayor devoción, la voluntad popular –contraviniendo la oficial, tanto del Cabildo eclesiástico como de la Real Audiencia- se vuelca a favor de aquella que desde sus orígenes había paseado su vasta geografía. Ha sido visto en el hallazgo de ciertas imágenes enterradas de la Virgen, tanto en España como en ultramar –y, desde luego, en Chile-, una misteriosa reaparición de María desde las entrañas físicas de la tierra que previamente la había recibido.
Del libro Museo del Carmen de Maipú Editado en homenaje a la visita de
SSJP II, 1987.