Una ecología integral para un humanismo integral
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Dar un sentido a la vida, al valor de estar juntos en una “casa común” porque esta tierra maltratada y saqueada clama (2): es la invitación del Papa Francisco en su segunda encíclica, Laudato si (Alabado seas), publicada el jueves 18 de junio, en varios idiomas.
El documento consta de 191 páginas de contenido social y pastoral. Los lobbies conservadores condenaron a priori la Encíclica. ¡Tenían razón! Tienen de qué temer. En seis capítulos, el Papa despedaza amorosamente “el relativismo” y “las posiciones timoratas” e invita a actuar ya (166). No sólo hace un elenco de problemas, sino también un llamado a la esperanza para buscar la solución.
Con un lenguaje “sincero y abierto” dirigido a toda la humanidad (fieles incluidos), el Pontífice cuestiona a las “conciencias” del poder, aquellas que no han hecho “nada” para salvar el planeta y “queman el tiempo” en congresos internacionales “minimizando” lo que los mercados no aprueban (5).
Asevera que debemos preguntarnos “¿para qué pasamos por este mundo? ¿para qué vinimos a esta vida? ¿para qué trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita esta tierra?”: “Si no nos planteamos estas preguntas de fondo -escribe el Pontífice- “no creo que nuestras preocupaciones ecológicas puedan obtener resultados importantes” (160).
Hay varios ejes temáticos que el Papa presenta con coherencia en todo el texto: “los pobres y la fragilidad del planeta”, “un mundo en el que todo está conectado”, “la crítica al poder de la tecnología”, el llamado a una nueva economía y el progreso, el valor de cada criatura, “la necesidad de debates sinceros y honestos”, “la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida” (16).
En el primer capítulo, Francisco aborda la relación entre la contaminación y el cambio climático, el mal uso del agua, la pérdida de la biodiversidad, la desigualdad entre regiones ricas y pobres o la “debilidad de las reacciones” (58) políticas ante lo que llama “la deuda ecológica” (51) con mayores responsabilidades para los países desarrollados.
Ofrece un análisis de los problemas y sin tapujos también de los culpables de “una alegre irresponsabilidad” (59) que atenta constantemente contra la vida.
No es cierto, como algunos detractores de Francisco han insinuado, que sea un documento agnóstico y privado de Dios, con pocas citas bíblicas. Por el contrario, el texto valora los conocimientos científicos disponibles hoy (cap.1) y los relaciona con la enseñanza bíblica (cap.2), analizando los orígenes del mal (cap.3) en el egoísmo, la tecnocracia y el consumo excesivo.
El Papa hace propuestas (cap. 4) para llegar a una “ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones humanas y sociales” (137). Propone (cap. 5) emprender un diálogo sobre el medio ambiente que facilite procesos de decisión transparentes. Y destaca (cap. 6) el poder de la educación para crecer sin dañar el planeta, con una relación espiritual, eclesial, político y teológico.
A continuación, tres frases memorables de cada capítulo:
Capítulo 1. Lo que está pasando en nuestra casa
Tecnología: (20) La tecnología que, ligada a las finanzas, pretende ser la única solución de los problemas, de hecho suele ser incapaz de ver el misterio de las múltiples relaciones que existen entre las cosas, y por eso a veces resuelve un problema creando otros.
Agua: (30) En realidad, el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la supervivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos.
Cambio climático y lobbies: (49) Por eso, hay que mantener con claridad la conciencia de que en el cambio climático hay responsabilidades diversificadas y, como dijeron los Obispos de Estados Unidos, corresponde enfocarse “especialmente en las necesidades de los pobres, débiles y vulnerables, en un debate a menudo dominado por intereses más poderosos”.
Capítulo 2. El Evangelio de la creación
La soberbia de los hombres: (66) La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado fue destruida por haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos a reconocernos como criaturas limitadas.
Dios, ternura paterna: (73) En la Biblia, el Dios que libera y salva es el mismo que creó el universo, y esos dos modos divinos de actuar están íntima e inseparablemente conectados.
Maltratar otras criaturas aleja de Dios: (83) El fin último de las demás criaturas no somos nosotros. Pero todas avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros, hacia el término común, que es Dios, en una plenitud trascendente donde Cristo resucitado abraza e ilumina todo.
Capítulo 3. La raíz humana de la crisis ecológica
El poder tecnológico en pocas manos: Pero no podemos ignorar que la energía nuclear, la biotecnología, la informática, el conocimiento de nuestro propio ADN y otras capacidades que hemos adquirido nos dan un tremendo poder. Mejor dicho, dan a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del mundo entero.[…] ¿En manos de quiénes está y puede llegar a estar tanto poder? Es tremendamente arriesgado que resida en una pequeña parte de la humanidad.
Poder económico de la tecnología que niega la inclusión: (109) El paradigma tecnológico también tiende a ejercer su dominio sobre la economía y la política […]. El mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano integral y la inclusión social.
Las personas antes que el negocio: (128) Dejar de invertir en las personas para obtener un mayor rédito inmediato es muy mal negocio para la sociedad.”
Capítulo 4. Una ecología integral
Salud de las instituciones proporcional al bienestar ambiental: Cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales (142).
Los problemas ambientales y los contextos familiares, laborales, urbanos: No hay dos crisis separadas, una ambiental y la otra social, sino una única y compleja crisis socio ambiental (139).
Ecología integral que parte del propio cuerpo: Nuestro cuerpo nos pone en relación directa con el medio ambiente y con los demás seres humanos. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como don del Padre y casa común; en cambio una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio (155).
Ecología ambiental y bien común: (156) En el contexto de hoy “donde hay tantas inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos”, esforzarse por el bien común significa una “opción preferencial por los más pobres” (158).
Solidaridad entre generaciones, cita de Benedicto XVI: “Además de la leal solidaridad intergeneracional, se ha de reiterar la urgente necesidad moral de una renovada solidaridad intergeneracional” (162).
Capítulo 5. Algunas líneas orientativas y de acción
La Iglesia invita a un debate y no sustituye a la ciencia: Hay discusiones sobre cuestiones relacionadas con el ambiente, donde es difícil alcanzar consensos. [...] La Iglesia no pretende definir las cuestiones científicas ni sustituir a la política, pero invito a un debate honesto y transparente, para que las necesidades particulares o las ideologías no afecten al bien común (188).
Faltan decisiones internacionales: Las cumbres mundiales sobre el medio ambiente de los últimos años no respondieron a las expectativas porque, por falta de decisión política, no alcanzaron acuerdos ambientales globales realmente significativos y eficaces (166).
La protección del medio ambiente y la cuestión económica: La protección ambiental no puede asegurarse sólo en base al cálculo financiero de costos y beneficios. El medio ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente (190).
Capítulo 6. Educación y espiritualidad ecológica
La educación y la formación siguen siendo desafíos básicos: Todo cambio requiere motivación y un camino educativo (15). Deben involucrarse los ambientes educativos, el primero “la escuela, la familia, los medios de comunicación, la catequesis” (213).
Cambio de estilo de vida: Una ecología integral también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo (230).
La verdadera felicidad no está en poseer: La felicidad requiere saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así́ disponibles para las múltiples posibilidades que ofrece la vida (223). De este modo se hace posible “sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos” (229).
ENFOQUE DE URGENCIA: LA NATURALEZA, UN LIBRO ÚNICO E INDIVISIBLE
POR JOSÉ LUIS RESTÁN
La nueva encíclica de Francisco está profundamente enraizada en la Doctrina Social de la Iglesia, que desde hace cincuenta años advierte de los riesgos de una profunda degradación de la naturaleza y reclama una conversión ecológica global. Son palabras de San Juan Pablo II. El Papa Bergoglio ha querido partir en esta carta del estupor y la maravilla ante lo creado expresados por San Francisco de Asís en su cántico de las criaturas. La creación no es un mero objeto de uso y de dominio para el hombre, sino un libro en el que Dios nos habla, una casa común confiada a nuestro cuidado.
La encíclica Laudato si' levanta acta de una crisis ecológica con diversas manifestaciones: incremento de la contaminación, acumulación de basuras, deforestación, calentamiento global y mala calidad del agua, entre otras. La Iglesia no pretende sustituir a la ciencia en el examen de estos temas, sino que está atenta al debate científico; sin embargo, fiel a su vocación, advierte del grave deterioro de nuestra casa común y señala que los más pobres son sus primeras víctimas. En la raíz de esta crisis ecológica, el Papa señala una concepción de la tecnología y de las finanzas desvinculadas de cualquier referencia moral, en clara continuidad con la Caritas in Veritate de Benedicto XVI. Advierte Francisco que "todo está conectado" y cuando no se reconoce el valor de un pobre, de un embrión humano o de una persona con discapacidad, difícilmente se escucharán los gritos de la naturaleza. La encíclica sostiene el valor de todos los seres como reflejo de Dios Creador pero rechaza cualquier forma de divinización de la naturaleza y reafirma la dignidad única del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, que le encargó cuidar y labrar la tierra.
El Papa propugna una ecología integral que incluya las dimensiones ambiental, económica y social. Incluye también un apartado sobre ecología cultural, en el que reflexiona sobre el ordenamiento del territorio y de las ciudades al servicio de una vida buena del hombre y de sus comunidades, preservando la memoria de su propia historia. Y recuerda que el medio ambiente es un préstamo que recibe cada generación y debe trasmitirlo a la siguiente. Para afrontar todos estos desafíos, advierte que es preciso superar la miopía de la agenda política, pero también el egoísmo y la cultura de la indiferencia. Se trata de sumar fuerzas y profundizar el diálogo para lograr una suerte de revolución cultural, para alumbrar una nueva "cultura del cuidado".
Concluye la encíclica con un capítulo dedicado a la educación y a la espiritualidad para alcanzar lo que Juan Pablo II denominaba una conversión ecológica. Y ofrece una cita elocuente de su predecesor, Benedicto XVI: si los desiertos exteriores se multiplican en el mundo es porque se han extendido los desiertos interiores.