Fidel Castro fue el primero en cambiar su uniforme militar por zapatos y ropa deportiva. Después le siguió Hugo Chávez. En la actualidad, el más reciente revolucionario envejecido en ponerse algo cómodo es el líder rebelde colombiano Rodrigo Londoño, más conocido por su nombre de guerra: Timochenko.
“Uno de los preceptos de la vida guerrillera es adaptarse a todo tipo de terreno”, le dijo el rebelde marxista al Financial Times en La Habana, donde se están llevando a cabo las conversaciones de paz entre el gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) de Timochenko.
“Estamos en este escenario actualmente... y éstos son los zapatos que más utilizo durante esta fase. Son cómodos”, agregó Timochenko mientras fumaba un cigarrillo. “El problema no es que los use, sino que me dejara utilizar por Nike”.
La explotación comercial por parte de una marca de ropa deportiva parece una amenaza poco probable para un comunista de 57 años de edad que creció leyéndole la Voz Proletaria a su padre. Timochenko ha pasado 40 años luchando como parte de la insurgencia más antigua del hemisferio occidental, que comenzó en la década de 1960, desde las selvas y montañas de Colombia.
Sin embargo, el pasado septiembre Timochenko momentáneamente cambió sus botas de goma y su ropa militar por atuendos de civil. El líder rebelde viajó a Cuba para supervisar a su equipo negociador durante las conversaciones de paz, que ahora tienen cuatro años, y cuyo objetivo es poner fin a un conflicto que ha cobrado 220 mil vidas; ha desplazado a más de 6 millones de personas; y ha fomentado el contrabando de drogas regional.
Durante esa visita, a instancias del líder cubano Raúl Castro, Timochenko le dio la mano al presidente de Colombia Juan Manuel Santos, un emocional momento similar al producido por el apretón de manos entre Tony Blair, el primer ministro británico, y Gerry Adams, el líder del Sinn Féin, durante las conversaciones de paz de Irlanda del Norte en 1997. Esto marcó el comienzo de la fase final de la guerra civil del país.
Un acuerdo de paz colombiano firmado representaría un raro punto positivo en un mundo de conflictos irresolutos. Con la bendición de Estados Unidos y la aprobación del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Santos y Timochenko esperan pronto llegar a un acuerdo aunque no sea a tiempo -como se había previsto originalmente- para la visita de Barack Obama a La Habana este fin de semana.
“Lo que estamos haciendo es buscar la manera de llegar a un acuerdo sobre cómo poner fin a la confrontación armada”, declaró Timochenko. “La guerra no es un poema; la guerra es muerte, destrucción, mutilaciones, desarraigo. Vamos a continuar la lucha, pero ya no vamos a blandir un arma para respaldar nuestras ideas”.
Ambas partes han llegado a un acuerdo sobre cuestiones que van desde la indemnización de víctimas y cómo combatir el tráfico de drogas, hasta el futuro papel de las FARC en la política. “Tenemos como objetivo convertirnos en la alternativa de la izquierda democrática, un frente amplio”, comentó un ayudante de Timochenko.
Pero el desarme de 6.500 miembros de las tropas terrestres de las FARC sigue siendo un punto de contención. El presidente Santos ha prometido que cualquier acuerdo final será sometido a referéndum, a pesar de que la mayoría de los colombianos desconfían de las FARC después de haber arruinado tantos intentos de paz anteriores.
Las encuestas muestran que el 77% de los colombianos no quiere que las FARC participen en la política, mientras que el 90% aborrece la idea de que sus comandantes puedan eludir el encarcelamiento bajo los términos acordados en la justicia transicional. Según un acuerdo de diciembre, inspirado por la comisión de la verdad y la reconciliación de Sudáfrica, los jueces podrán ofrecerles a los rebeldes sentencias reducidas o alternativas a cambio de confesiones completas. Mientras más verdad haya, menor será el castigo.
“Nosotros hemos dado suficiente prueba de que estamos completamente a favor de la paz”, dijo Timochenko, cuya recortada barba, pelo cuidadosamente peinado, y conversación campechana ocultan toda una vida de lucha. “Estamos dispuestos a dejar las armas a un lado, nadie puede tener duda alguna. Las armas no son ni un fetiche ni un ídolo para nosotros, no son fundamentales. Pero necesitamos... garantías”.
El deseo de Timochenko de obtener “garantías” se basa en la preocupación de que los adversarios que estén buscando saldar viejas, o nuevas, cuentas asesinen a los ex guerrilleros. Los negociadores de paz reconocen la posibilidad de que algunos militantes que acaben separados simplemente formen bandas de narcóticos.
Timochenko, quien tomó su nombre de un profesor soviético que instruyó a un compañero durante la Guerra Fría, insiste en que el grupo continuará su lucha. Simplemente se llevará a cabo dentro del contexto de la corriente principal del sistema político de Colombia.
Según él, “habrá una combinación de conversar con la gente y salir a las calles a protestar si hay una necesidad de protestar”.
El hecho es que los principales líderes de las FARC están exhaustos y que sus tropas están siendo acosadas por una fuerza militar con un poder aéreo dominante y que cuenta con la ayuda de EEUU. La larga guerra ha causado estragos.
“¿Sabes lo que significa un alto al fuego para una fuerza guerrillera? Una fuerza guerrillera vive del combate, y una fuerza guerrillera que no batalla se descompone”, agregó Timochenko. “No nos estamos descomponiendo porque tenemos una fuerza ideológica y porque nuestra gente está concentrada en este intento de lograr la paz”.