Por David Pilling
Algo potencialmente desagradable se está elaborando en Tailandia. En semanas recientes la atención del mundo ha estado entendiblemente sobre Ucrania. Pero el punto muerto en la política de la segunda economía más grande del sudeste asiático es igual de intratable. Las posibilidades de una violencia más seria derramándose en las calles son reales. Por primera vez en décadas ha habido incluso rumores sobre la posibilidad de que el país se divida en dos, con el noreste pobre cediendo de un sur generalmente más rico y urbano centrado en Bangkok.
Por supuesto, no necesita llegar a eso. Después de todo, la crisis política de Tailandia ha estado hirviendo por años. De alguna manera el país ha logrado seguir adelante –e incluso atraer un montón de inversión extranjera y grandes números de turistas– a pesar de los golpes militares, elecciones anuladas y matanzas ocasionales.
Sin embargo, los dos lados en disputa ahora están más arraigados que nunca. Si la violencia no estalla con consecuencias verdaderamente aterradoras, uno de los dos va a tener que echarse para atrás. Durante meses, ha habido protestas en las calles contra el gobierno de Yingluck Shinawatra, hermana de Thaksin Shinawatra, el autoexiliado ex primer ministro. Los manifestantes dicen que el gobierno es una mera fachada para Thaksin, quien fue derrocado en un golpe de Estado en 2006 y luego sentenciado por abuso de poder por corrupción. Las protestas se gatillaron por un intento cínico de aprobar un proyecto que le habría dado una amnistía a Thaksin.
Yingluck buscó salir de la crisis al sostener elecciones anticipadas en febrero. No resultó. La oposición, que no ha logrado una victoria política en 20 años, boicoteó la votación y bloqueó los centros. La participación fue irregular. Aunque ganó el partido de Yingluck, fue una victoria pírrica. Ella debe esperar por una elección extraordinaria en distritos sin oposición antes de que pueda formar un gobierno legal. Mientras tanto, lidera una administración desprovista de poder.
La lucha se ha vuelto más violenta recientemente. Varias personas han muerto, incluyendo una niña de cinco años. Las ciudades escuchan los ataques con granadas y tiroteos.
Esto podría, según Chris Baker, un experto en Tailandia, persuadir a ambos lados de retirarse del borde. Si esto ocurre, es posible que se pueda lograr algún tipo de acuerdo. Más autonomía política para el noreste podría ser parte de la solución.
Sin embargo, las cosas podrían resultar lo opuesto. Si Yingluck es obligada a dimitir, sus defensores podrían concluir que, sin importar cómo voten, el establishment no aceptará el resultado. Si ese es su veredicto, les esperan problemas.