¿Podría Ucrania convertirse en una democracia liberal estable? La respuesta a esta pregunta tiene que ser: sí. ¿Se convertirá Ucrania en una democracia liberal estable? La respuesta es: no lo sabemos. Sabemos que otros países han llegado a ese destino. Pero también sabemos que la democracia con el sufragio universal es una planta delicada, sobre todo en sus primeros años. Lo que les ha sucedido a las jóvenes democracias en, digamos, Egipto, Tailandia, Rusia y Ucrania pone en relieve esa verdad. La democracia es delicada, porque es un proceso complejo y, en ciertos aspectos cruciales, un juego antinatural.
Mi propuesta inicial es que un gobierno que le rinde cuentas a los gobernados es la única forma adecuada para las personas adultas. Todos los demás estilos de gobierno tratan a las personas como niños. En el pasado, cuando la mayoría de las personas eran analfabetas, semejante paternalismo podría haberse justificado. Pero hoy en día es insostenible. A medida que la población se informa mejor, los gobiernos que tratan a sus pueblos de esa manera serán cada vez menos aceptables. Creo (o tengo la esperanza de) que, en el largo plazo, esto también sucederá en China.
La evidencia muestra patrones consistentes con este optimismo. De acuerdo con la base de datos Polity IV, casi 100 países son actualmente democracias (más o menos imperfectas). Esto es el doble que en 1990. En 1800, no había ninguna. El número de verdaderas autocracias también ha caído drásticamente, pasando de alrededor de 90 en 1990 a alrededor de 20 ahora. Desafortunadamente, se ha registrado un aumento de 20 a más de 50 en el número de anocracias, regímenes cuyos gobiernos son altamente inestables, ineficaces y corruptos. Estos regímenes pueden ser autocracias en desmoronamiento o democracias en caos; también son vulnerables a brotes de conflicto armado o a golpes de estado.
¿Cuáles son, pues, las bases de una democracia estable y exitosa? En pocas palabras, la respuesta es que una democracia requiere de una doble serie de restricciones: una entre el pueblo mismo, y otra entre el pueblo y el Estado. Estas restricciones se apoyan en cuatro características, todas ellas necesarias.
En primer lugar, las democracias necesitan ciudadanos. Los ciudadanos no son sólo aquellas personas que se involucran en la vida pública, aunque también son eso. Por encima de todo, los ciudadanos aceptan que su lealtad a los procesos electorales aceptados debe ser más fuerte y sobrepasar la lealtad que sienten por su propio bando político. Los ciudadanos entienden el concepto de una “oposición leal” y aceptan la legitimidad del gobierno dirigido por y hasta a favor de sus adversarios, confiando en que eventualmente les llegará su turno al mando. Los ciudadanos, se entiende, no utilizan el proceso político para destruir la capacidad de sus adversarios para operar en paz. Ellos aceptan la legitimidad de la disidencia e incluso las protestas vociferantes, y sólo descartan el uso de la fuerza. Por supuesto, algunos opositores son inaceptables, sobre todo aquellos que rechazan la legitimidad del proceso democrático. Un país que carece de semejantes ciudadanos está permanentemente a punto de una ruptura o de incluso una guerra civil.
En segundo lugar, las democracias necesitan guardianes, un término usado por la fallecida Jane Jacobs en su excelente libro “Sistemas de supervivencia”. Los guardianes ocupan puestos de poder político, burocrático, legal o militar. Lo que los convierte en guardianes, a diferencia de bandidos, es que utilizan sus posiciones sin buscar el beneficio material personal, sino de acuerdo con reglas objetivas o a favor del bien común. Viktor Yanukovich, el derrocado presidente de Ucrania, es un ejemplo insuperable de la antítesis a este concepto. Sin embargo, sus motivos para alcanzar el poder eran también tradicionales. A lo largo de la historia, el poder y la riqueza iban de la mano. La idea de que los dos deben estar separados fue y, en muchos lugares, todavía es revolucionaria. En el caso de Yanukovich, está convencido en su derecho a saquear y disparar. Eso no puede ser la base de una legitimidad democrática.
En tercer lugar, las democracias requieren mercados. Por mercados no nos referimos al abuso del poder del Estado para convertir riquezas privadas en públicas, como ocurrió durante la mayoría de la historia de la antigua Unión Soviética. Los millonarios que construyen sus fortunas basados en dichos robos son tan ilegítimos como los políticos que los ayudaron.
Los mercados en buen funcionamiento que cuentan con el apoyo de un Estado bien manejado proporcionan los fundamentos más importantes de una democracia estable. En primer lugar, apoyan la prosperidad. Una sociedad capaz de garantizar un nivel de vida decente y razonablemente seguro es probablemente también una sociedad estable. En dicha sociedad, los ciudadanos confían en sus compatriotas y en su propio futuro económico. En segundo lugar, los mercados aflojan los vínculos entre la prosperidad y el poder, permitiendo que las personas consideren importantes los resultados de las elecciones, pero sin hacer de ello una cuestión de vida o muerte, para sí mismos o para sus familias. Esto reduce la relevancia de la política y la vuelve soportable.
Por último, si todos estos complejos y esenciales sistemas han de ser eficaces, las democracias necesitan leyes establecidas, incluyendo las constitucionales (aunque no estén plasmadas en papel). Las leyes, promulgadas e implementadas de acuerdo con procedimientos aceptados, dan forma a las reglas del juego político, social y económico. Un país que carece del Estado de Derecho está permanentemente al borde del caos o de la tiranía, el triste destino de Rusia durante siglos.
La democracia es, pues, mucho más que el derecho al voto. Ciertamente no es sólo “un adulto, un voto, una vez”. Tampoco es “un adulto, un voto robado, múltiples veces”. Se trata de una compleja red de derechos, obligaciones, poderes y límites. La democracia es la expresión política de individuos libres que actúan juntos, o no es nada. Quienes ganan elecciones no tienen el derecho de hacer lo que les plazca. Eso no es una verdadera democracia, sino una dictadura elegida.
¿Pueden ayudar los extranjeros a un pueblo en su camino hacia la democracia? Sí, pueden. El papel económico y político útil de la UE en Europa Central y Oriental lo ha demostrado. ¿Podemos imaginarnos un retroceso? Sí, Hungría es una muestra de ello. ¿Pueden los malos vecinos arruinar esperanzas? Sí, es posible, también.
De hecho, hemos visto muchos fracasos en el camino hacia la democracia. Egipto es un ejemplo sobresaliente: posiblemente careció de muchas de las condiciones necesarias para el éxito. Hoy en día, podemos ver que Ucrania ha creado su tercera oportunidad desde 1991. Sin embargo, el país necesitará mucha ayuda. El Occidente ha proporcionado ese tipo de ayuda a otros. Pero el país en sí también necesita generar y cumplir con nuevas reglas del juego social: debe engendrar verdaderos ciudadanos, guardianes honestos, mercados adecuados y leyes justas. ¿Es posible un cambio tan revolucionario? No lo sé. Pero de una cosa estoy completamente seguro: vale la pena el intento.