Al principio dijeron que Donald Trump tocaría techo en pocos días. Eso fue hace un mes. Luego aseguraron que el magnate de los bienes raíces había alcanzado su máximo de apoyo con una cifra de dos dígitos bajos conquistando al núcleo duro de republicanos "locos". Ahora cuenta con un 24% de los votos, que es casi lo mismo que los dos pre candidatos que los siguen (Jeb Bush y Scott Walker) sumados.
Finalmente, nos dicen, la desaparición del señor Trump ya está aquí. El hombre simplemente fue demasiado lejos.
En cualquier momento, el candidato más bufonesco, perjuiciado, ególatra en la historia reciente del Partido Republicano va a implosionar. Todo lo que quedará para recordarnos nuestro breve paso por la locura serán esos letreros de neón que parpadean "Trump" en los rascacielos y casinos del país. En ese momento, gracias a Dios, podremos reanudar la política de siempre.
Por desgracia, los expertos se están engañando a sí mismos. La política de Estados Unidos no seguirá donde estaba antes de Trump. Incluso si Trump se convirtiera en el primer ser humano registrado elevándose hacia el cielo en éxtasis -el "rapto" del final de los tiempos en que muchos de sus fans creen- dejará una marca visible en el Partido Republicano.
Sus detractores, que constituyen una de las mayores coaliciones bipartidistas que se recuerden, se consuelan a sí mismos con que él está simplemente en un viaje de ego que se agriará. Podría ser cierto. Pero se les escapa algo. Las legiones de republicanos que acuden a la bandera de Trump no van a desaparecer. Si él se estrella, lo que finalmente debería ocurrir, encontrarán a otro campeón.
Pero el mejor momento de Trump está por llegar. En dos semanas se tomará el podio en el debate republicano de Fox News como el primero de los diez candidatos del partido.
Tanto Fox como CNN, que acogerá el segundo debate en septiembre, han reducido el escenario para incluir a los diez candidatos que lideran las encuestas. Los que se encuentran en el segundo nivel, como Chris Christie, el gobernador de New Jersey, y Rick Santorum, el ex senador de Pensilvania, pueden considerarse afortunados. Porque probablemente Trump hará en los debates lo mismo que ha estado haciendo en la campaña electoral: insultar a los demás contendores y verles retorcerse. En un momento en que gente como Bush debería estar buscando su estrategia en terreno, sólo hay una cosa en su mente. ¿Cómo voy a responder a Trump? ¿Debería ignorarle o debería decir: "¿Usted no tiene vergüenza, señor?"
No hay respuestas correctas a estos dilemas. Los intentos por avergonzar a Trump podrían avivar el resentimiento popular que lo sustenta.
El éxito de Trump se basa en el espíritu de la anti política, la aversión a la campañas electorales, a los candidatos con guión y a la clase política en general. La consistencia es un vicio. La coherencia implica deshonestidad.
La última encuesta muestra que sólo 8% de los republicanos graduados apoyan a Trump frente a 32% de los que no tiene ningún título.
Estos son los individuos enfadados de EEUU que se sienten abandonados, menospreciados e insultados. Quieren recuperar su país, pero no saben qué es exactamente lo que quieren decir. Para ellos es de noche en Estados Unidos. Nadie discute su caso.
Luego aparece Trump. Los extranjeros pueden tener la tentación de verle como algo únicamente estadounidense. Pero él tiene sus equivalentes en todas partes. Piense en Silvio Berlusconi en Italia o incluso Nigel Farage, de Reino Unido.
Cuanto peor suena, mejor le va. Ese es el poder de la anti política. Trump no es más que un síntoma. Sus rivales republicanos deben tener cuidado. La Torre Trump caerá. Pero otros rascacielos surgirán.