López Obrador es una amenaza mayor para la democracia liberal que Jair Bolsonaro
El nuevo presidente azteca disfrutará de un poder casi ilimitado porque su partido tiene mayoría en el Congreso, a diferencia de su par brasileño que está de manos atadas.
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El sábado, Andrés Manuel López Obrador, un disidente de izquierda, se convertirá en el presidente de México y lanzará lo que él ha llamado la “cuarta transformación” del país. El hecho de que este nacionalista progresista se asemeje a Donald Trump es una suposición cualquiera, aunque se dice que el presidente de Estados Unidos se refiere a él con cariño en privado como “Juan Trump”.
Un mes después, Jair Bolsonaro, un disidente conservador, asumirá la presidencia de Brasil e iniciará lo que él dice será una reconstrucción radical de la sociedad y de la economía. Con sus comentarios crudamente misóginos y racistas, el nacionalismo divisorio y los elogios a la dictadura, el excapitán de Ejército es a menudo etiquetado como el “Trump Tropical”.
Los dos líderes son parte de los cambios de época que están atravesando las dos principales economías de América Latina. Aunque desde los extremos más opuestos del espectro político, ambos son también un retroceso a los tiempos de los caudillos, o de hombres fuertes populistas, que la región aparentemente había dejado atrás.
¿Quién es mayor amenaza para la democracia liberal? Casi con toda seguridad, el “paz y el amor” López Obrador más que el “enciérrenlos a todos” Bolsonaro.
AMLO vs. Bolsonaro
Ello pudiera sonar provocador, pero es sólo empírico.
López Obrador disfrutará de un poder casi ilimitado cuando asuma el cargo. Su partido Morena tiene mayorías en el Senado y en la Cámara de Diputados. Cuenta con un amplio apoyo popular, domina su gabinete, hereda una macroeconomía relativamente saludable, lo que lo libra de las presiones inmediatas del mercado y se enfrenta a un poder judicial débil.
Además, quiere aún más poder. Planea crear “súper delegados”, que deberán responder al Ejecutivo, para monitorear todos los programas estatales y sus presupuestos.
Al mismo tiempo, los recortes salariales en el sector público han provocado un éxodo de tecnócratas de la administración estatal, debilitando a las pocas instituciones independientes de México que podrían controlar su poder.
Bolsonaro, en tanto, enfrenta un escenario completamente opuesto. Está de manos atadas. Su partido tiene minoría en ambas cámaras del Congreso. No controla los presupuestos estatales. Se enfrenta a una prensa agresiva, un sistema judicial ferozmente independiente, es sujeto a una mayor disciplina de mercado dada la débil economía de Brasil, y ha nombrado tecnócratas de peso pesado para su gabinete.
A diferencia de López Obrador, su instinto parece ser descentralizar el poder, incluyendo la independencia del banco central.
Bolsonaro además ha mostrado flexibilidad en sus compromisos de campaña más extravagantes. Ha cambiado su posición en retirar a Brasil del acuerdo sobre el cambio climático de París, reconsiderado trasladar la embajada en Israel a Jerusalén y ha dado la bienvenida a refugiados venezolanos.
En contraste, López Obrador se ha atrincherado. Tras una “consulta popular”, canceló la construcción de un nuevo aeropuerto en Ciudad de México, a pesar de que los costos de compensación de miles de millones de dólares ahora dejan en entredicho sus afirmaciones de un “gobierno de austeridad”.
Otros proyectos domésticos respaldados por referendos similares, como una refinería de US$ 1.000 millones en su estado natal de Tabasco, proporcionarán fuentes potencialmente lucrativas de patrocinio y apoyo político.
También ha dicho que el presidente venezolano, Nicolás Maduro, será “bienvenido” a su toma de posesión, a pesar del historial de robo y abusos a los derechos humanos cometido por su régimen.
El poder político
Nada de esto es pasar por alto el potencial de iliberalismo reaccionario de Bolsonaro. La forma en que él responda si estallan las protestas sobre las más difíciles reformas económicas es vital.
Incluso si Bolsonaro termina por desviarse, las instituciones brasileñas como los mercados, los medios de comunicación y las Fuerzas Armadas le pedirán explicaciones. Su problema es la falta de poder político, no un exceso.
López Obrador, en contraste, podrá implementar su visión de cambio. Podría decirse que también necesita concentrar poder para mejorar la coordinación de políticas y así librar a México de la corrupción y mejorar la suerte de los pobres.
Sin embargo, el éxito sólo es posible si esta concentración es parte de un nuevo enfoque institucional de debido proceso y de mayor transparencia, en lugar de una discreción personalizada. Lo que preocupa es que ha sido más de esto último, hasta ahora.