Digan lo que digan de Donald Trump, el tipo conoce su mercado. "Amo a los que tienen poca educación", dijo recientemente ante los aplausos de aquellos que lo aclaman. El resto de EEUU inhaló profundamente.
Bienvenidos a un debate anti estadounidense. En alguna ocasión el término "clase trabajadora" resultaba redundante, pero ahora forma parte de la conversación diaria. En una época de corrección política sofocante, las únicas personas a quienes se puede criticar en la sociedad educada son los obreros blancos. Qué absurdos e ignorantes son, nos decimos. ¿Qué no saben que Trump nació rico? ¿Pueden ser tan tontos como para ser estafados de esa manera?
La burla no se limita a las élites liberales. Los conservadores educados son igual de mordaces. Por ejemplo, el National Review —la revista emblemática de los conservadores pensantes— que describió a Trump como un "ridículo bufón". En enero reunió a 22 intelectuales para condenar la candidatura de Trump como una amenaza existencial hacia el conservadurismo. Sus esfuerzos no hicieron mella en las bases que lo apoyan.
Ahora la revista ha cambiado a condenar a los que lo apoyan. Al declarar abierta la temporada contra la clase trabajadora, el muy leído ensayo de Kevin Williamson sobre "la disfunción del obrero blanco", marca un punto de inflexión. Y sólo está describiendo lo que muchos conservadores dicen. "La verdad es que estas comunidades disfuncionales y venidas a menos merecen morir", escribe Williamson. "Económicamente, son activos negativos. Moralmente son indefendibles... esta clase blanca estadounidense está sometida a una cultura egoísta y viciada cuyos productos principales son la miseria y agujas de heroína usadas. Los discursos de Donald Trump los hacen sentir bien. Al igual que el OxyContin".
Norman Tebbit, el seguidor de Margaret Thatcher, en una ocasión encendió furia al implicar que los desempleados deberían subirse a sus bicicletas para buscar trabajo. Williamson dice que las ignorantes clases trabajadoras deberían rentar un camión de mudanzas y seguir adelante.
Como un ejercicio de condescendencia, las palabras de Williamson rivalizan con las del aristócrata más innato. Como receta económica, está fuera del rango. Millones de estadounidenses están anclados a sus vecindarios arruinados por patrimonios negativos (el valor de sus créditos hipotecarios supera al valor de mercado de sus vivienda) u otros lazos que los atan. Su expectativa de vida está declinando. Su participación en el mercado está disminuyendo. Los números de aquellos que se postulan a beneficios por discapacidad van en aumento. Las recetas de opiáceos aumentan. Los que son blancos tienden a votar por Trump. En el "supermartes" este mes, los condados con la mayor tasa de mortalidad blanca —debido a sobredosis, suicidios u otros síntomas de descomposición comunitaria— salieron fuertemente a favor de Trump. La correlación fue casi exacta según un estudio de Wonkblog.
Ninguna de estas tendencias es nueva. No debería sorprendernos que los estadounidenses estén desesperados por una clase diferente de política. Como hace notar Williamson, mucho de lo que le está sucediendo a la clase trabajadora blanca del país es inquietantemente similar a lo que pasó a sus contrapartes rusos después del colapso de la Unión Soviética. Allí también la gente quería un hombre fuerte —un "padre-führer"— para recuperar certezas pasadas. Ahí también la separación entre las élites urbanas y el resto era una herida cultural abierta. No es por accidente que Trump admire tanto al presidente Vladimir Putin. En una encuesta reciente al personal de las fuerzas armadas de EEUU, Trump recibió el más alto apoyo en 27%, seguido por Bernie Sanders con 22%. Hillary Clinton recibió 11%.
Las divisiones sociales entre el Partido Demócrata son igualmente evidentes. Clinton arrasó con los liberales ricos y con las minorías. Sanders tiene a su lado la clase trabajadora blanca en el norte. Es una imagen espejo del campo republicano. Ambos, Clinton y Trump han ganado sus más grandes mayorías en los estados sureños, donde los demócratas no blancos y los republicanos blancos pobres son más numerosos. La mayoría de los progresistas educados creen que el tipo de liberalismo de Clinton tiene la historia de su lado.
La participación de los no blancos en el electorado estadounidense aumenta poco a poco en cada elección general. Para 2042 los blancos serán una minoría. De acuerdo a los estrategas demócratas, la clase trabajadora blanca es un dinosaurio que poco a poco se está extinguiendo. Aparte, la mayoría de ellos sufren una falsa consciencia acerca de sus intereses verdaderos. ¿Por qué otra razón votarían por el Partido Republicano? Apenas una tercera parte de la clase trabajadora blanca votó por Obama en 2008.
Aun así la demografía no determina el destino. Ésta es una mejor explicación para lo que está pasando. En 2000, 33% de los estadounidenses se auto describían como "clase trabajadora", de acuerdo con Gallup. Para 2015 ese número creció a 48%. Así que lejos de morir, la clase trabajadora es casi la mitad de EEUU según la percepción de la gente. En algunos aspectos estas medidas revelan más que las estadísticas de la media de ingresos o la desigualdad del ingreso. Expresan un sentimiento de estar aislados de los beneficios del crecimiento. Es un estado mental muy anti estadounidense. ¿Qué partido los representa mejor? ¿Los republicanos que siguen recortando impuestos en los tramos de ingresos muy superiores a sus salarios? ¿O los demócratas cuyo principio organizador es la diversidad? Hasta hace poco, los blancos de clase trabajadora eran como los pavos votando a favor del Día de Acción de Gracias. Sólo nos podremos culpar a nosotros cuando un día estos pavos voten por "Halloween".