Durante su último año de vida, la prioridad absoluta del fallecido ex presidente Hugo Chávez, fue garantizar la supervivencia de su proyecto político. En consecuencia, 2012 fue un período de expansión récord del gasto público, que determinó un alza de la liquidez monetaria superior a 60% ese año, y que según cálculos conservadores, repercutió en un incremento sostenido de la inflación en 2013 que cerró en 56,2%, la mayor en 20 años.
Asimismo, una política incontrolada de estímulo al consumo generó una escasez récord de 22,2% a diciembre pasado y de 28% en enero de este año, según cifras del Banco Central de Venezuela.
Esta descomposición acelerada de la economía se evidencia en dos indicadores clave: un déficit fiscal mayor al 15% del Producto Interno Bruto (PIB) en 2013 y una deuda con los agentes económicos privados por retrasos en la liquidación de divisas, aprobadas tanto para la cobertura de importaciones, como para la repatriación de dividendos y pagos por concepto de expropiación de activos, calculada en más de US$ 50.000 millones.
El crecimiento económico fue otra muestra del desbalance de 2013. El presidente del Consejo Nacional de Economía, Efraín Velázquez, asegura que la demanda está creciendo a un ritmo de 4%, mientras que el PIB se frenó y se ubicó en 1,6%.
Esta es la herencia económica de Chávez a su sucesor, Nicolás Maduro, quien ha tenido que asumir el manejo de una economía debilitada en medio de una situación política compleja.
El propio chavismo reconoce que 2013 fue un año extremadamente difícil para la economía del país. Que se tomaron medidas tibias, y sin visión de mediano a largo plazo.
Sin embargo, aseguran que la llamada “guerra económica” impuesta por la oposición, luego de la devaluación del bolívar y la creación del Sistema Complementario de Administración de Divisas (Sicad), fue la “estocada final” para dar al traste con las metas económicas que se había planteado el Ejecutivo nacional para ese año.
El presidente de la subcomisión de finanzas públicas de la Asamblea Nacional (AN), Ramón Lobo, señala que durante el año sin Chávez les tocó enfrentar adversidades inducidas e impulsadas por sectores “oligopólicos” de la economía nacional, lo cual “se tradujo en una inflación que salió fuera de los cálculos que teníamos previstos para el cierre de 2013”.
Por eso en respuesta al disparo del dólar paralelo, a la creciente escasez, al desabastecimiento y a la paralización del aparato productivo, el gobierno respondió con una arremetida fiscalizadora que obligó al rubro de electrodomésticos y de otro tipo a ajustar sus precios.
Para el economista e investigador del Centro Internacional Miranda, Víctor Alvarez, esa acción tomada en noviembre fue acertada, y definió una política posterior en ese sentido. Pero bajo su óptica, la “guerra económica” no es responsable de las malas cifras. En su opinión, el hecho de no haber revisado y rectificado medidas que ya lucían agotadas, que habían cumplido sus ciclos y que requerían aceite en sus engranajes, fue uno de los grandes desaciertos del gobierno, y especialmente en el tema cambiario.
Una de las iniciativas que defiende el economista como la directriz de la hoja de ruta, que corrige otros muchos malos efectos colaterales, era la necesidad de evolucionar hacia una tasa de cambio oficial que expresara la verdadera productividad de la agricultura e industria, una tasa y una política cambiaria que abandonara el anclaje cambiario, y evolucionara a un sistema de bandas que permitiera flexibilizar, sin tener que abandonar el control cambiario.
Solos en el camino
Dado este escenario, Maduro ha tenido que luchar para estabilizar su poder personal, en medio, además, de un cuadro político interno del que enfrenta la temida realidad del chavismo sin Chávez.
Para la politólogo Margarita López Maya, la tarea para mantener al chavismo unido sobre todo en las bases, bajo el manto emocional que significaba Chávez, ha sido ardua, pero muy poco exitosa.
La razón es que “la figura de un líder carismático como Chávez es insustituible, y no es susceptible a ser transferida a nadie”.
De acuerdo con Alejandro Grisanti, de la empresa asesora Barclays, la percepción que los mercados internacionales tienen sobre la estructura del poder político en Venezuela, tras la muerte, hace un año, del expresidente Chávez, es que se trata de una alianza de grupos sin una conducción centralizada capaz de imponer un rumbo determinado a los asuntos económicos.
En este escenario ha sido particularmente complejo el diseño de una estrategia de ajuste, hecho que se evidencia en el retraso en la toma de decisiones. Además, ha habido sucesivos cambios en el equipo económico, idas y venidas en el discurso económico, que ha pasado de dialogante a radical, y al revés, en menos de un año.
Aunque no se conoce bien el juego de tendencias en las que debe navegar Maduro, la firma consultora Ecoanalítica sostiene la hipótesis de que realmente hay dos grupos influyentes: un ala radical, dirigida por el ministro de Planificación, Jorge Giordani, que propugna un control estricto sobre la economía. Y un ala pragmática sin un conductor claro, donde se inscribirían el presidente del BCV, Nelson Merentes, y el vicepresidente del Área Económica, Rafael Ramírez, la que supuestamente defiende un enfoque menos ortodoxo.
Para analistas, el signo de la política económica durante el primer año de ausencia del expresidente Chávez es la contradicción. Mientras se promulga una Ley Orgánica de Precios Justos, que intensifica los controles sobre las actividades económicas, pasando por una regulación de las ganancias, por otro lado se aprueba un sistema cambiario que permite un juego más libre de las operaciones a través de la permuta de títulos.