Fue un "lapsus freudiano" horriblemente público. Hace dos semanas, Brasil anunció US$ 19 mil millones en recortes presupuestarios destinados a reforzar la decaída credibilidad del país entre los inversionistas. Sin embargo, durante la presentación, el ministro de Planificación llamó accidentalmente a la presidenta Dilma Rousseff "presidente Lula", su carismático predecesor, quien gobernaba el país cuando aparentemente todo iba sobre ruedas. Aunque el error se olvidó entre risas, reflejó claramente la transformación de Brasil de un país caliente a una nación tibia.Durante los años de auge, cuando Lula da Silva era presidente, Brasil creció en promedio un 4% al año, y en 2010 saltó un impresionante 7,5%.
Ahora, por el contrario, su economía de US$ 2,2 billones (millones de millones) estuvo al borde de una recesión técnica. Peor aún, nadie puede ver de dónde podría surgir el crecimiento futuro. Brasil es ahora considerado uno de los "Cinco Frágiles", un grupo de países que se consideran particularmente vulnerables si la Reserva Federal de EEUU aumenta las tasas de interés.Internamente, el auge del consumo ha perdido impulso. La baja inversión durante los años de bonanza se ha revelado como una serie de embudos de abastecimiento que incapacitan el crecimiento. A nivel internacional, la moderación de los precios de las materias primas ha abierto un déficit de cuenta corriente potencialmente preocupante. Equivalente al 4% del Producto Interno Bruto, está cubierto por flujos de inversión extranjera.
Pero ¿por cuánto tiempo? Los grupos de capital privado son los inversionistas más recientes en expresar su cautela.Rousseff heredó algunos de estos problemas de su predecesor. Otros provienen de un ambiente global en proceso de deterioro. Sin embargo, mientras se acerca al final de su primer mandato, muchos de los problemas son el resultado de sus acciones.Una serie de exenciones fiscales y otras medidas "del lado de la oferta" emitidas con el fin de impulsar la producción industrial sólo ampliaron el déficit presupuestario, que luego fue distorsionado por la contabilidad creativa.
La presidenta alentó al banco central a recortar las tasas de interés, estimulando así la economía pero también aumentando la inflación. Además, las tasas más bajas debilitaron la moneda, algo muy necesario, pero que también dio un nuevo impulso a la inflación. Combinado con el estilo mandón y "yo sé más" de la presidenta, el resultado final es que Rousseff y su gobierno han perdido credibilidad ante los ojos de los inversionistas, justo cuando se acercan momentos cada vez más difíciles y ella la necesita más que nunca.Aún así, todo está lejos de perderse, y eso no es sólo cierto acerca de las posibilidades del equipo de fútbol de Brasil en la Copa del Mundo. Casi todos, tanto en el gobierno como en el exterior, están de acuerdo en que la economía tiene que cambiar. La verdadera pregunta es ¿cómo?Una limitación es la elección presidencial de octubre.
La popularidad de Rousseff se ha recuperado de las protestas callejeras del año pasado y sigue siendo la favorita para ganar. Sin embargo, la mayoría cree que pospondrá decisiones difíciles hasta después (pocos creen que Brasil implementará recortes presupuestarios ahora que el costo de los subsidios a la energía se dispara debido a una larga sequía que ha drenado las plantas hidroeléctricas).Otra forma de hacerlo es seguir adelante con el ambicioso programa de infraestructura de Brasil e impulsar el crecimiento de esa manera. Sin embargo, mientras algunos proyectos ahora ofrecen a los inversionistas atractivas condiciones, muchos otros están languideciendo: una actualización para el principal aeropuerto de São Paulo hasta el momento sólo ha dado como fruto un nuevo estacionamiento.
Por último, está la lentitud y complejidad del Congreso. Rousseff, una estricta tecnócrata, carece de la capacidad de Lula para convencer y empujar medidas impopulares.Todo esto la lleva de nuevo al punto de partida. ¿Cómo reconstruir la credibilidad? Al menos, al banco central se le ha dado rienda suelta para subir las tasas de interés y frenar la inflación, mientras que Rousseff ha comercializado el país, haciendo hincapié en su compromiso con la baja inflación y la probidad fiscal. La forma más fácil, sin embargo, podría ser hacerle cambios a su equipo. Guido Mantega, el ministro de Hacienda, ha perdido desde hace mucho tiempo el respeto de los inversionistas. Reemplazarlo con un candidato más amigable a los mercados podría hacer maravillas. Por desgracia, es probable que eso también se aplace hasta después de las elecciones.