Por John Paul Rathbone
“¡Podríamos convertir a Venezuela en Ucrania!”, gritó un manifestante estudiantil en Caracas este fin de semana. Llama la atención la similitud de las situaciones en los dos países, a pesar de las significativas diferencias.
En Venezuela, como en Ucrania, el enfrentamiento también tiene raíces profundas que se remontan a varios años. Los partidarios del presidente Nicolás Maduro insisten en el hecho, como es comprensible, que él es el líder electo del país. Sin embargo, cerca del 50% de la población en la última elección presidencial en diciembre, muestra que las protestas de Venezuela son más que una batalla entre los “fascistas de la clase media” y la “clase obrera revolucionaria”, como el gobierno ha intentado retratar.
Sí, las preocupaciones económicas y democráticas que la oposición ha expresado a menudo son temas típicos de la clase media. Sin embargo, la mitad de la población de Venezuela no es de clase media.
Muchos venezolanos, incluidos los chavistas están exasperados por la alta inflación y la persistente escasez. Estos son problemas económicos compartidos con Ucrania, a pesar que los de Venezuela son más agudos.
Un punto importante fue hecho por David Smilde, analista de Venezuela en la Oficina de Washington para América Latina, organización no gubernamental que sugiere que ninguna de las partes está en control de sus alas más radicales.
Maduro preside una coalición de gobierno rebelde -que oscila entre los izquierdistas y progresistas a los nacionalistas, los matones militares y radicales- que heredó de su predecesor, Chávez. La amplitud de esta coalición explica por qué las declaraciones de Maduro son tan a menudo contradictorias. En un momento arremete contra EEUU, un mensaje que apela a su base más radical. La siguiente, tratando de poner distancia entre él y los radicales, llama al diálogo con Washington. Este vaivén refleja su falta de autoridad y el hecho de que él no está totalmente a cargo.
La oposición enfrenta un reto similar. Hay un ala más moderada personificada por Capriles. También hay una facción más radical, personificada por Leopoldo López, líder de la oposición arrestado la semana pasada, que está exasperado por los problemas de Venezuela y la incapacidad del gobierno para hacer frente a ellos. Con la frustración aumentando, este es el grupo que se ha tomado las calles. Una vez más: el problema se agrava por el hecho de que nadie está totalmente a cargo.
Por el momento, la crisis en Venezuela no ha llegado a un punto de inflexión. Es poco probable que suceda a menos que la base de apoyo tradicional de Maduro comienza a unirse a la oposición. Mientras tanto, el hecho de que muchas de las cuestiones por las que se iniciaron las protestas -especialmente la economía, que sigue deteriorándose- siguen sin ser abordadas, sugiere que lo peor aún está por venir.