Es probable que Janet Yellen sea tironeada en todas las direcciones en su testimonio de debut hoy ante el Congreso como presidenta de la Reserva Federal de EEUU.
Los republicanos del Tea Party querrán saber qué hará la Fed para prevenir la hiperinflación que ellos han estado prediciendo desde 2008. Los demócratas de izquierda quieren evidencia de que la Fed retomará su postura expansiva para avivar el mercado laboral. Probablemente ninguna dirección tirará a Yellen fuera del camino. Sin duda ella será muy educada al señalar que el Congreso, en vez de la Fed, está fracasando en hacer su trabajo. En momentos en que el banco central tiene pocas nuevas herramientas de política, es el Capitolio el que debe estar sentado en la silla caliente.
Para estar seguros, a la Fed no se le han acabado las opciones. El informe laboral anémico del mes pasado ha levantado dudas sobre si es que la Fed continuará con el recorte del estímulo en su próxima reunión en marzo. La Fed siempre ha dicho que la velocidad del retiro dependería de las condiciones. Un informe laboral malo en febrero podría llevar a una pausa.
Yellen también necesitará actualizar la guía a futuro de la Fed que prometía mantener las tasas de interés en su mínimo hasta que el desempleo cayera por debajo de 6,5% o la inflación excediera 2,5%. Nadie cree que el descenso en el desempleo a 6,6% en enero refleja un ascenso en las presiones inflacionarias. A 1%, es virtualmente no existente. Yellen tendrá la oportunidad hoy de darle a los legisladores una previa de la guía a futuro actualizada. Sin embargo, incluso sus defensores más fuertes no declararán que la guía es la solución para los desafíos económicos de EEUU.
La era de una política monetaria extraordinaria está terminando. Hace tiempo que las autoridades económicas deberían haber dado un paso. Pero el Congreso no muestra signos de hacer eso. En un mejor clima, debería estar haciendo dos cosas. Primero, la política fiscal todavía no es un aliado del crecimiento de EEUU. En diciembre los legisladores eliminaron los peores rasgos de los recortes automáticos. Pero la política fiscal sigue siendo lo opuesto a ágil. Por ejemplo, el Congreso fracasó en retomar el seguro para los desempleados a largo plazo a comienzos de año. Eso significa que hasta 1,35 millón de personas podrían salir de la fuerza laboral. Asimismo, el techo de la deuda acaba de expirar. El Tesoro ha dicho que se quedará sin opciones de emergencia para cumplir con sus obligaciones el 27 de febrero. El Congreso debe elevar el techo sin condiciones.
En un mundo ideal, el Congreso entonces promulgaría reformas estructurales para alentar la competitividad. Las dos principales son una revisión del sistema de inmigración y apoyar la agenda de comercio global del presidente Barack Obama. Ambas ahora parecen en peligro de ser abandonadas.
Sobre inmigración, John Boehner, vocero de la Cámara de Representantes, afirmó la semana pasada que los republicanos no estaban preparados para considerar un proyecto que le dé a los 11,5 de millones de inmigrantes ilegales un camino hacia la ciudadanía. La iniciativa aprobada en 2013 por el Senado facilitaría que los inmigrantes altamente calificados obtengan la green card y que los estudiantes foráneos se queden. Ambos alentarían la productividad del país. De la misma manera, acuerdos comerciales fuertes con los bloques del Pacífico y del Atlántico serían una inyección de ánimo para la competitividad. Ninguno es realista a menos que Obama pueda ganar la autoridad de negociación fast track por parte del Congreso, una perspectiva que fue eliminada el mes pasado por Harry Reid, el líder de la mayoría demócrata en el Senado.
Cinco años después de salir de la Gran Recesión, el obstruccionismo del Congreso continúa arriesgando la recuperación. Las dudas se mantienen sobre su robustez. Como el intenso interrogatorio a Yellen, los legisladores deberían echar una larga mirada al espejo.