La mayor crítica contra la política exterior de Barack Obama es que el presidente es ingenuo. Sin embargo, conforme avanza su mandato, Obama está mostrando cualidades que normalmente se asocian con Henry Kissinger, el "archi realista" de la diplomacia estadounidense. Tanto neoconservadores como liberales se preocupan por el carácter interno de los regímenes con los que EEUU tiene relaciones. Kissinger se mantiene al margen de esa tradición. Mientras menos Obama intenta predicarles la moral a los demás países y más se aleja de los excepcionalistas, creará más oportunidades. Es una señal positiva de un presidente que ha tenido una curva de aprendizaje.
El ejemplo principal es la trayectoria de Obama en el Medio Oriente. En 2009, visitó El Cairo para ofrecer un nuevo capítulo en las relaciones entre Occidente y el mundo musulmán. Sus oportunas palabras fueron bien recibidas en la región, pero se olvidaron rápidamente. Hoy Obama da menos discursos, pero prefiere los hechos. El mejor ejemplo es su reciente marco para un acuerdo nuclear con Irán. Para disgusto de sus críticos, el acuerdo no se pronuncia acerca del patrocinio de Irán al terrorismo en el exterior ni a la represión en el país. Su propósito es restringir las ambiciones nucleares de Irán.
No se ponen como condiciones que Irán les retire su apoyo a los rebeldes Houthi en Yemen, o que reconozca el derecho de Israel a existir. Y fue lo correcto. Si Obama hubiera insistido en cualquiera de esas dos condiciones, no hubiera habido ningún trato (aún falta mucho camino por recorrer para llegar a un acuerdo final). Al seguir adelante con el marco del acuerdo, el Sr. Obama capta la esencia de la diplomacia – cuando los adversarios llegan a un acuerdo, ninguno consigue todo lo que desea. Lo mismo se aplica al reciente acuerdo de Obama con la dictadura cubana. Aunque Kissinger ha criticado el acuerdo de Obama con Irán por ser demasiado débil, es muy afín a su corriente diplomática. Lo perfecto no debe estar reñido con lo bueno.
Pero va muy en contra del debate en Washington. En 1972, Kissinger conmocionó al mundo –y a los halcones que pregonaban el "temor rojo" en el país– al lograr un acercamiento con China de Mao Zedong. El Comunicado de Shangai fue escandalosamente amoral. No mencionaba los gulags del presidente Mao. Tampoco le hacía un llamado a China para que pusiera fin a su aventurismo en el tercer mundo. Pero alejar a Beijing de la órbita soviética, sirvió notablemente a los intereses estadounidenses y sentó las bases para la victoria occidental en la guerra fría. Si Richard Nixon – jefe de Kissinger – hubiera estado maniatado por las preocupaciones éticas, nada hubiera ocurrido.
Aún sin reconocerlo, Obama está siguiendo el ejemplo de Kissinger en el Medio Oriente. A la vez que persigue un acuerdo con el desagradable régimen iraní, Obama está intensificando el apoyo a sus homólogos, igualmente turbios, del mundo suní. En la misma semana que se firmó el acuerdo de Irán, Obama reactivó un presupuesto de US$ 1.300 millones anuales en ayuda militar al ejército de Egipto, aumentó el apoyo estadounidense a los ataques de Arabia Saudita contra los rebeldes Houthi de Yemen y dio su respaldo a la creación de una fuerza árabe (en realidad, sunita). El próximo mes será el anfitrión de los líderes árabes en su retiro presidencial en Camp David.
Es un clásico enfoque basado en el equilibrio de poderes en el Medio Oriente. Obama está socorriendo simultáneamente a ambos lados de la enorme división entre sunitas y chiítas de la región. En lugar de tratar de convertir el Medio Oriente a los valores occidentales, intenta limitar la capacidad de la región para exportar sus patologías. En 2008, Obama hizo campaña para restaurar la autoridad moral estadounidense en el mundo. Sin embargo, los errores de George W. Bush en el Medio Oriente fueron motivados por el fervor moral. Muchos de los asesores de Bush creían que podían implantar la democracia jeffersoniana en las orillas del Tigris y del Éufrates. En caso de que Obama desarrolle el tacto preciso, podría reclamar haber restaurado la autoridad intelectual estadounidense en el mundo.
Es un enfoque que finalmente se probará en la batalla contra el Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL). Durante el primer año del mandato de Obama, hubo 1.600 ataques terroristas en el Medio Oriente y el norte de África, según el Departamento de Estado de EEUU. Esa cifra casi se había triplicado hasta cerca de 4.650 en 2013.
Si Obama quiere derrotar al EIIL y evitar que el ejército estadounidense sea arrastrado a otra guerra destructiva, los líderes locales deben apoyarlo. En algunos lugares, como en Irak, eso significa confiar en las milicias chiítas locales patrocinadas por Irán y en la peshmerga kurda. En otros lugares, como Siria, significa confiar en Bashar al-Assad. Tal enfoque atraerá a una gran cantidad de crítica. Kissinger se enfrentó a mucha oposición también, a veces con razón. Pero lo que importa en las negociaciones es el resultado final. Los valores estadounidenses son tanto admirables como universalmente deseables. A veces la mejor manera de ponerlos en práctica es relegarlos a un segundo plano.