Con cautela, pero con decisión, China evalúa las formas de responder a las medidas proteccionistas de Estados Unidos a fines de enero, cuando el Departamento del Tesoro anunció el cobro de aranceles directos –sin una investigación, como usualmente ocurre– a la importación de paneles solares (de hasta 30%) y lavadoras (hasta 50%).
La segunda economía mundial se unió la semana pasada a Corea del Sur, Taiwán y la Unión Europea en la presentación de recursos ante la Organización Mundial del Comercio (OMC). En reclamos sucesivos, los países alegan que las reglas globales del juego establecen que los Estados deben abrir rondas de consulta con cualquier miembro de la organización que pueda verse sustancialmente afectado por este tipo de medidas.
La UE alega que Alemania tiene un “interés sustancial” en las exportaciones castigadas por Washington, particularmente por su fabricación de paneles solares a manos de empresas como Recom AG, SolarWorld y Conergy. Por su parte, Corea del Sur manifestó “que estas medidas son inconsistentes con las obligaciones de EEUU” bajo los acuerdos de la OMC de 1994. Un argumento similar esbozó Taiwán, el segundo mayor fabricante de paneles solares tras China.
El organismo multilateral no tiene registros de un acuerdo negociado en este tipo de casos. Según información de Reuters, en sus 23 años de historia sólo ha tramitado 47 disputas formales de este tipo.
Pero la respuesta de China, el mayor exportador de paneles solares del mundo y uno de los grandes fabricantes de lavadoras para empresas surcoreanas como LG o Samsung, podría ser aún más agresiva. El país ya ha comenzado a delinear medidas para perjudicar a las exportaciones agrícolas estadounidenses. Días después del anuncio de Washington, el presidente de la Cámara de Comercio de EEUU en China, William Zarit, dijo en una reunión que “algunas autoridades me han dicho que sí, que habrá represalias”.
Las cartas de Beijing
Días después de que el Tesoro anunciara los polémicos aranceles, el presidente Donald Trump dijo en su primer discurso del Estado de la Unión que “la era de la rendición económica se acabó”. Su inesperada victoria electoral había impulsado el temor de una guerra comercial con China, a quien durante su campaña acusó insistentemente de prácticas comerciales “injustas” que perjudicaban a EEUU.
Su retórica se ha suavizado, pero los temores de una lucha arancelaria que no deje ganadores se vuelven más concretos. La semana pasada, Beijing inició una investigación sobre las exportaciones estadounidenses de sorgo, un producto agrícola del cual el país compró US$ 1.100 millones en 2017, una acción que podría derivar en aranceles.
“China tiene muchas cartas por jugar, pero no tiene prisa”, señaló a Financial Times el investigador Xu Hongai, del Centro de Intercambio Económico Internacional, un think-tank gubernamental.
No obstante, aseguró que el país buscará evitar un escalamiento, consciente de que los consumidores de las dos mayores economías del mundo podrían verse perjudicados. “Nuestras medidas siempre han sido defensivas”, agregó Xu.
China ve el sorgo como el inicio. Beijing podría castigar importaciones agrícolas más relevantes, como la carne, los lácteos y la soya. En esta última, los envíos estadounidenses el año pasado fueron de US$ 14 mil millones; un arancel a la importación desde EEUU tendría un impacto inmediato sobre el precio de ese producto desde otras fuentes, como Brasil y Argentina.
La agenda de Trump
Ya a principios de año, el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, señaló que 2018 sería un año de medidas comerciales agresivas. Particularmente en Asia, el temor es que los aranceles ya anunciados por Washington sean sólo el primer paso de una nutrida agenda de protección a la industria local.
El mes pasado, el presidente Trump dio luces de que podría aumentar la presión sobre China. “Tenemos una gran multa potencial por propiedad intelectual que saldrá a la luz pronto”, señaló a Reuters. “Estamos hablando de grandes (pagos por) daños. Estamos hablando de números de los que ni siquiera has escuchado”, afirmó.
La ofensiva del mundo ante la OMC probablemente no sorprenderá a la Casa Blanca. El mandatario ha criticado duramente al organismo multilateral, asegurando que está “establecido para el beneficio de quienes sacan provecho de EEUU”. Su gobierno también ha bloqueado la designación de los remplazos para el departamento de apelaciones del organismo. La esperanza global es que, si los mecanismos internacionales no hacen que Washington cambie de actitud, las primeras heridas de una guerra comercial sí lo haga.